Parece inconcebible que los representantes de los pueblos inmersos en una realidad política histórica común, fracasen en la realización de diálogos políticos donde está en juego la solución de una crisis de estabilidad política y social que está destruyendo la nación. En el ámbito militar, por sus características de beligerancia de violenta activa, las negociaciones están precedidas de un cese de hostilidades y se llega un “armisticio o acuerdo” entre las partes enfrentadas. La escalada de todo diálogo político en democracia se inicia con cambios en la vida cotidiana de la sociedad, surgen expectativas, necesidades, antagonismos y tensiones propias de la diatriba política y la controversia se orienta a un acuerdo político. Los sistemas políticos dentro de su proceso social, tienen sus propios momentos de coyunturas insalvables; y los ciudadanos, como actores políticos tienen dos salidas: llegar a un diálogo o llevar a la violencia estructurada a propios conciudadanos.
La separación del Reino Unido de la Comunidad Europea con graves efectos económicos y sociales a los ingleses y los acontecimientos y la incertidumbre de la separación de Cataluña del Reino de España, son la demostración de la necesidad del diálogo entre grupos políticos antagónicos para evitar consecuencias políticas y sociales impredecibles. Norberto Bobbio (1995), filósofo italiano contemporáneo y testigo de las dos últimas Guerras Mundiales, promotor de la premisa que por falta de diálogo los sistemas totalitarios se impusieron a sangre y fuego y para restablecer la democracia en esta parte de Europa, había sido necesario sacrificar millones de jóvenes. Con las anteriores experiencias, debemos entender que el diálogo político es un hecho trascendente para la democracia y la vida de los pueblos y mucho más cuando están en juego la estabilidad y la superveniencia de una nación en el concierto interno y su trascendencia internacional.
La primera fase de la escalada del conflicto para llegar a un acuerdo político, finaliza cuando se agotan todas las acciones y se llegan a establecer condiciones para desarrollar un diálogo entre las partes en conflicto. La premisa fundamental de todo diálogo, se identifica con la ausencia de magnificencia o poder superior de las opiniones en la dinámica interna, no una parte superior a la otra y un rechazo al protagonismo de la participación sectorial. La democracia formal como sistema político por excelencia, tiene la virtud de que los integrantes del diálogo deben ser personas educadas, pluralistas, sin dogmatismos ni sectarismos y consientes de la magnitud de los problemas de la realidad de la nación que hay que resolver para reorientar el rumbo del destino del pueblo. El diálogo en política, es complejo porque tiene la característica de que los intereses partidistas privan en el análisis, las estrategias tienen varias direcciones a conveniencia para lograr objetivos.
En el desarrollo del diálogo, surgen viejos fanatismos incontrolables que hacen fracasar la dinámica, una de las estrategias para evitar y controlar esta situación, es la invitación de facilitadores y representantes de determinados estamentos de la sociedad a manera de apoyo sectorial. El populismo, un factor que ha enfermado la sociedad actual, en muchos casos interviniente en el proceso del diálogo con desviaciones al fanatismo radical. El cumplimiento de las condiciones o parte de las mismas para realizar el diálogo, es el factor imprescindible como conducta de entrada al proceso y garantía de los acuerdos esperados por las partes en conflicto. Las sociedades democráticas se deben basar en el principio de la multiplicidad de las acciones para llegar a la verdad y con ello a soluciones concretas y consistentes en el tiempo, teniendo como norte el beneficio de la satisfacción de las necesidades físicas y psicológicas del pueblo sin distingos políticos o sociales. (Oscar Roviro Villamizar) /
*General de Brig. [email protected] / @rovirov