Por Gustavo Villamizar D.
Desde los años 80 del siglo pasado, cuando el neoliberalismo comenzó a ganar terreno en el continente como tesis económica, ha intentado no solo copar sus espacios específicos, sino también extender su influencia hacia todos los ámbitos de la sociedad. Se trata de una modalidad del modelo económico capitalista cuya tesis fundamental se asienta sobre la preeminencia del mercado, surgiendo este como el gran referente de toda la economía, a partir de lo cual toda la sociedad debe alinearse en consecuencia. Como propuesta capitalista parte de que, como lo afirma Carlos Marx, “La riqueza de las sociedades en las que domina el modo de producción capitalista se presenta como una enorme acumulación de mercancías y la mercancía como su forma elemental”. Por tanto, su mayor esfuerzo en las naciones en que domina es convertir todo en objeto, en mercancía, resaltando su valor de cambio, desde el trabajo humano hasta la mayor diversidad de bienes y servicios.
Por esta razón, base de toda la formulación neoliberal, su modelo supone la conversión en mercancía/negocio de todos los procesos básicos de la vida social, tales como la alimentación, la salud, la educación, la vivienda, el arte, la ciencia y la creación. Es decir, el acceso a los bienes o servicios, cualquiera que sea su condición o naturaleza, se convierte en una acción rentable, en una transacción o negocio, lo cual implica que tiene un costo que debe cubrirse para obtenerlo. Y ¿qué tiene que ver eso con relación a la ciencia? Sencillamente que la ciencia, la búsqueda del conocimiento, la investigación, deben convertirse en procesos rentables para liberar al estado del gasto – no inversión- que ello representa para las arcas públicas y proceder a lograr su financiamiento a través de la participación de la empresa. Ello implica que las actividades y productos basilares para el logro de la soberanía científica y tecnológica de un país, pasan a ser controlados por vía de los aportes financieros, por los grandes capitales nacionales e internacionales, porque como en la rockola “el que pone la plata pone la música”. De más está decir que estas inversiones que ayudan a deducir impuestos a las empresas, terminan estableciendo los principios y condiciones a partir de los cuales se obtendrán los recursos, destinados por supuesto, al financiamiento de aquellos proyectos de interés para ampliar y fortalecer su empresa, además de retener la propiedad, autoría o coautoría de los hallazgos, prototipos y registros, resultado de la investigación financiada.
Esto está ocurriendo en algunos países del continente en los que rige el modelo neoliberal, cuyos gobiernos han optado por prescindir del “gasto innecesario” que representan la cultura y la investigación científica, para dejar en la “bondad” de las empresas el futuro de tan importantes áreas. De manera que tales erogaciones supuestamente generosas, filantrópicas, son el canal expedito para establecer prioridades en la promoción de la investigación normadas por el mercado, es decir, por la oferta y la demanda, lo cual significa destacar las áreas de mayor interés para el “desarrollo”, las cuales serán altamente rentables y obviar o excluir aquellas que resulten incómodas o simplemente sean catalogadas como prescindibles o de escaso interés en el mercado. Situación esta que nos conduce a pensar, por ejemplo ¿qué suerte correrán en esos países las ciencias sociales y humanas? ¿habrá empresas interesadas en la investigación de la cultura y las lenguas ancestrales de nuestro continente, las especies de fauna y flora en peligro de extinción, la historia nacional y los saberes de la nacionalidad, el arte y la música autóctona o incluso la educación? ¿Será necesario entonces que los propios investigadores comiencen a mercadear sus proyectos? ¿Tendrán los investigadores que buscar patrocinadores o mecenas para poder adelantar su loable labor?