El recientemente fallecido presidente Bush inauguró un nuevo período en las relaciones de su país con América Latina. El mismo habría de prolongarse hasta el final de la administración de Obama y se sustentó en la dualidad comercio y drogas. Con él llegó a su fin el período más negro en las relaciones entre Estados Unidos y la región: el de la Guerra Fría.
Franklin Roosevelt fue responsable del período más positivo y productivo de las relaciones con América Latina. Éste fue conocido como el de la Buena Vecindad y habría de prolongarse por dos años después de su muerte, a través de su sucesor Harry Truman. En 1947, sin embargo, Truman daría un viraje de 180 grados en su política regional, transformándola en un simple apéndice de la política de confrontación con la Unión Soviética: la Guerra Fría.
De acuerdo a Greg Grandin, académico de la Universidad de Columbia: “Una de las razones de este cambio radical de curso fue la Guerra Fría. Washington constató que bajo este nuevo escenario prefería claramente a las dictaduras anticomunistas por sobre las democracias, susceptibles de proporcionarles a los soviéticos un espacio de penetración en el continente” (Empire’s Workshop, New York, 2006). Otro académico, Jorge I. Domínguez, esta vez de Harvard, definió así el período iniciado en 1947: “La conducta subsiguiente del gobierno estadounidense hacia América Latina pareció estar regida por demonios ideológicos” (“US-Latin American Relations during the Cold War”, Victor Bulmer-Thomas and James Dunkerley, Editors, The United States and Latin America: The New Agenda, Cambridge, 1999).
Súbitamente, y coincidiendo con la llegada al poder de Bush, la Guerra Fría llegó a su fin con el colapso de la Unión Soviética. Fue así que el nuevo inquilino de la Casa Blanca definió una nueva era de las relaciones con la región, priorizando el binomio comercio-drogas.
El componente comercio estuvo representado por la llamada Iniciativa para las Américas. Lanzada en 1990, ésta perseguía el establecimiento de una zona de libre comercio que abarcase a la región entera. La misma incluía también un fondo de inversiones a ser administrado por el Banco Interamericano de Desarrollo y un programa para el alivio de la deuda.
Aunque no se lo mencionase explícitamente, el objetivo fundamental de la iniciativa era promover dentro la región las reformas de libre mercado representadas por el denominado Consenso de Washington. No en balde, para poder acceder a dicha iniciativa era necesario haber adoptado las políticas de ajuste estructural propuestas por aquél e instrumentadas por el Fondo Monetario Internacional.
El elemento más importante de la iniciativa fue la llamada Área de Libre Comercio de las Américas, por vía de la cual se perseguía negociar múltiples tratados de tal naturaleza con los países del hemisferio. El Tratado de Libre Comercio de América del Norte, que incluía a Estados Unidos, México y Canadá, resultó el primero en la línea.
Los otros dos elementos de la iniciativa resultaban mucho menos significativos.
Así, por ejemplo, el programa para el alivio de la deuda proponía que se eliminara entre 10 y 15 por ciento de los 12.000 millones de dólares que la región adeudaba a Estados Unidos. Teniendo en cuenta que el total de la deuda regional a bancos comerciales e instituciones multilaterales alcanzaba a los 425.000 millones de dólares, la propuesta de alivio planteada resultaba insignificante.
Pero junto a la iniciativa, la Casa Blanca había formulado en 1989 su estrategia de Guerra contra las Drogas. A diferencia de sus sucesores que enfatizarían la oferta externa, Bush ponía el énfasis en erradicar la demanda interna de drogas. De haber prevalecido esta óptica de la lucha contra las drogas, EEUU hubiese desarrollado una ambiciosa campaña de educación doméstica, en lugar de exigirle a América Latina que pusiese los muertos.
Hubo, sin embargo, un aspecto externo de esta lucha que resultó notorio. Un aliado favorito de la CIA en tiempos de la Guerra Fría, el líder panameño Manuel Noriega, pensó que los servicios prestados a Washington dentro de ese contexto lo escudaban frente a sus negocios oscuros con los capos de la droga. Probablemente así hubiese sido de no haber llegado a su fin la Guerra Fría. El no haber sabido entender que los tiempos habían cambiado y que nuevas prioridades determinaban la agenda regional de Estados Unidos, representó su perdición. A finales de 1989, Bush ordenó la invasión de Panamá y la aprehensión de Noriega.
Paradójicamente, este nuevo período en las relaciones con América Latina y el Caribe, que ponía fin al horrible capítulo de la Guerra Fría, se iniciaba con una invasión militar. La primera en más de veinte años.
Durante veinticuatro años, tres de los sucesores de Bush no harían más que transitar por la ruta fijada por éste, haciendo alteraciones tácticas a la estrategia por él diseñada. Ello demuestra la importancia histórica de su presidencia en relación a nuestra parte del mundo.
Alfredo Toro Hardy