El 5 de diciembre fue el Día del Profesor Universitario, aprobado por la Federación de Asociaciones de Profesores Universitarios de Venezuela (Fapuv) y el Consejo Nacional de Universidades (CNU) en 1991, en conmemoración del logro alcanzado en 1958 con la aprobación de la primera Ley de Universidades que consagró la autonomía académica, electoral y administrativa de las casas de estudios superiores. Desde entonces, los profesores, de la mano de los estudiantes, empleados y obreros, nos hemos aglutinado en una seria reflexión en torno a la educación superior que anhelamos, y sin dilaciones concretamos logros sustantivos, que se han expresado en altos índices de productividad científica y en el posicionamiento de la universidad venezolana como una de las de mayor peso de la región. Eso fue así, a pesar de la rémora de los distintos gobiernos democráticos que fueron bastantes mezquinos con dichas instituciones, al regatearles siempre un presupuesto que estuviera a la altura de sus inmensas realizaciones en todos los órdenes de la vida de la nación, y de las agresiones de las que fueron objeto y de lo que hoy muy poco se recuerda.
No obstante, con la llegada del chavismo y su larga entronización en el poder, la situación tomó otro cariz: del eterno regateo por un presupuesto digno, que nos sumía en fuertes conflictos con los gobernantes de turno en una lucha justa por el presupuesto y los salarios, pasamos a francos quiebres y limosnas, que se han traducido al día de hoy en un cierre técnico de las instituciones y en una diáspora de su talento humano como no se tenía razón en la historia contemporánea del país. Y si a esto se aúna el vértigo de la hiperinflación, que ha hecho trizas los salarios de la comunidad universitaria, podría decirse sin temor a caer en exabruptos, que estamos viviendo la peor de las pesadillas que amenaza con dejar a las universidades venezolanas en un atraso vergonzoso, frente a sus pares continentales, perdiéndose así todo lo alcanzado durante largas décadas de esfuerzos, disciplina y progreso institucional. Sin olvidarnos, por relevante, de la pérdida paulatina de la autonomía, que se ha venido traduciendo en intervenciones, imposiciones y desmontaje, para hundir al sector universitario en una situación de indefensión y precariedad inadmisibles desde todo punto de vista.
Este 5 de diciembre, como pudo constatarse, nada teníamos qué celebrar los profesores universitarios. Todo lo contrario: fue un día para el cotejo doloroso entre un ayer imperfecto, pero viable, con un presente demoledor y paralizante desde toda mirada crítica. Eso sí: fue una oportunidad de oro para la seria reflexión en torno a la presente crisis, y para ponernos de acuerdo en cómo hacer para cambiar este panorama ominoso, diletante, que nos llena de incertidumbre frente al futuro, por otro de sueños y de esperanzas para todos.
La apuesta deberá ser por la reconquista de la Universidad autónoma, plena en sus funciones, que sirva de faro en medio de las tinieblas de nuestro momento histórico. Apostamos por una Universidad plural, democrática, abierta a los cambios epocales, en la que su talento humano halle el espacio ideal para su crecimiento y autorrealización. Creo que los universitarios estamos ganados para esta ardua tarea, que demandará de nosotros lo mejor de nuestros talentos y de nuestra vocación, para así poner a la institución al servicio de los grandes intereses nacionales. Estamos a tiempo para el rescate de nuestra alma mater, ya que inmensas han sido a lo largo de las últimas décadas sus fortalezas, e inmensas también son sus reservas académicas y morales.
@GilOtaiza
Ricardo Gil Otaiza