Reportajes y Especiales
Su falta de orden, higiene y asquerosas “aficiones”, hicieron de Assange un huésped demasiado incómodo
11 de abril de 2019
El Ecuador de Rafael Correa había dejado en la Embajada de Londres, un regalo envenenado para Lenin Moreno. Julian Assange, el héroe convertido por sí mismo en villano, estaría detrás de la divulgación de la colección de fotos privadas y conversaciones personales del actual presidente de Ecuador. Los contenidos, jaqueados de los dispositivos móviles de Moreno, se difundieron en la página de WikiLeaks donde, únicamente, permanecen al pie del cañón de la venganza, los fieles al hombre con orden de busca y captura internacional por, supuestamente, aprovecharse de dos mujeres.
Assange, ese tipo raro que puso en jaque el concepto de periodismo y dejó al descubierto a diplomáticos y espías cuya vida, en algunos casos, dependía en buena medida del anonimato, se había aprovechado hasta hoy, con malas artes, de la generosidad y los temores de Ecuador, para seguir cultivando su imagen de «enfant terrible».
Seis años en jaula de oro pero jaula al fin, deben sacar lo mejor o lo peor de una persona y en el caso del prófugo australiano pareció haber elegido lo último. Su falta de orden, higiene y afición por hacer «graffitis», a mano con desechos orgánicos propios, superaron la paciencia –y los derechos humanos– del servicio de limpieza de la Embajada de Londres.
El Gobierno de Ecuador nunca imaginó semejante escenario y le impuso un protocolo de conducta. Hasta hoy, Assange estaba obligado a limpiarse a conciencia el trasero y dejar las paredes limpias. También, en su condición de pseudo asilado, a guardar silencio y no intervenir en asuntos de otros países como vino haciendo, entre otros, con España para favorecer al separatismo.
Ecuador deseaba poner en la calle a un enemigo al que se sentía obligado a seguir dando cobijo. Lenin Moreno se ilusionó con la idea de que el fundador de WikiLeaks y titular del mismo partido político, se animara a dar la cara en la justicia. El sucesor de Correa no encontraba la puerta de salida para el laberinto de Assange. La tentación del «desahucio» existía pero le aterraba la idea de que, tras la automática detención por Scotland Yard, su inquilino, de un modo u otro, acabara extraditado en Estados Unidos y terminase en la silla eléctrica.
Con información de ABC