Detrás de la parafernalia de “palabras largas” como libertad, liberación, soberanía, independencia, justicia, democracia protagónica, y tantas otras, lo que había era la intención de someter a la nación venezolana al dominio de una hegemonía despótica y depredadora, representada por el predecesor y el sucesor, y monitoreada, día a día, desde La Habana. Una afirmación semejante habría suscitado escándalo hace 20 años, polémicas diversas hace 10, pero ahora la realidad se ha desvelado en toda su crudeza, y ya casi no hay campo para seguir con la farsa de una revolución justiciera y democrática.
Hay que tener muy mala fe, muchos intereses oscuros o una cabeza de chorlito para seguir creyendo en todos esos cuentos de caminos, innumerables, que lograron embotar la mente de una buena parte de los venezolanos durante largos años. Porque hay que decirlo aunque duela: fueron millones los habitantes de esta tierra que se alborozaban con la demagogia del predecesor y que aplaudían la sensación de bienestar que la catarata de petrodólares contribuyó a crear.
Fernando Luis Egaña