Opinión

Cuesta abajo

5 de mayo de 2019

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Gustavo Villamizar Durán

La madrugada del 30 de abril Venezuela, como el film de Carlos Azpurua, amaneció de golpe. Un hecho atestado de falsos anuncios y escasas verdades. Los complotados, henchidos de emoción,  iniciaron sus arengas dando cuenta de la ocurrencia de lo que aún no estaba ocurriendo, pero no importa porque lo que vale es que los jefes de verdad sepan que están en la lucha con sus deditos en el teclado.  Una asonada militar con la participación de apenas un puñado de efectivos engañados; la “toma” desde la distancia de una base castrense; la presencia multitudinaria del pueblo que resultó en una concentración de los guarimberos de siempre en el sitio de siempre; el desplazamiento de  armamento de alto calibre en los “escenarios de enfrentamientos” y la muy celebrada “liberación” de uno de los jefes de la violencia, eso sí, todo este aguacero de falsedades sustentado por un torrente de mensajes y desafueros en las redes sociales, junto a la actuación militante de los factores de la guerra mediática que disparaban al país y sobre todo al extranjero, sus misiles de desinformación y engaño. Y así, todo parecía discurriendo de maravillas, con la creciente suma de combativas fake news las cuales lograron contagiar a los verdaderos cabecillas – Bolton, Pence, Pompeo, Abhrams y demás- los cuales detonaron sus misiles falsarios con importantes nombres del “rrregimen” devenidos en entusiastas partidarios del golpe, observaron con certeza aviones encendidos  listos para llevar al Presidente a Cuba y hasta pudieron escuchar cuando desde el alto gobierno ruso le ordenaron descender del camastrón, llegando a deleitarse con la travesía multitudinaria que llevaba al autoproclamado a sentarlo en la silla de Miraflores, porque allí se encontraba Maduro en el más íngrimo tormento .

Sin embargo, parece que el victorioso mes de abril se negaba a terminarse sin completar un nuevo triunfo revolucionario. Como lo había denunciado el Presidente Maduro desde finales del año anterior,  se estaba  desarrollando un golpe de estado auspiciado, financiado y organizado por el gobierno norteamericano con la participación entusiasta de sus países lacayos del continente y los infaltables apátridas. Nada sorprendente, se esperaba en cualquier momento, sobre manera por los fallidos anuncios consuetudinariamente pospuestos, el rosario de fechas diferidas, los “entra porque entra”, los “se va sí o sí”, las megarequetesuperinmensas marchas definitivas, la permanentemente fallida ocupación de la oficina en Miraflores, el “cuando cese la usurpación” como novísima medida del tiempo y tantas calaveradas que apuntaron el abatimiento de sus partidarios.

Esta última trastada, apareció con toda espectacularidad en la madrugada; al llegar el día parecía tocada sin remedio por la soledad, con intentos de oxigenarlo mediante ráfagas a capricho con armas de grueso calibre; al mediar la mañana sobrevino el desplazamiento a la querencia de siempre, para posteriormente anunciar una nueva requetesuperenorme marcha con rumbo a Miraflores a desalojar al tirano, la cual no arrancó, pero sirvió para pegar en secreto el consabido “carrerón” a esconderse y pedir asilo. Tan desconcertante fue la circunstancia que el conmocionado cerebro del siempre amenazante Bolton, solo pudo hilvanar la última triste mentira del día, refiriendo a los altos dirigentes del gobierno dispuestos a participar en tal mamarrachada, anunciando en su impositivo twiter: “No responden sus teléfonos”.    El atardecer y la noche fueron de una fresca brisa que avanzaba a un frío cortante,  anunciador una vez más, del terrible aterimiento de la derrota, copada de la rabia por lo que no fue y luego, fuente de depresiones, postración y agonía.

Pero, este descalabro no es solo achacable a los apátridas adulantes, a los que cumplen órdenes sin chistar, a los que sueñan con una patria nuevamente colonizada. Esta factura va cargada fundamentalmente a nombre de Trump, Pence, Pompeo, Abrhams, Bolton, Iván Duque y demás jefes y lacayos, quienes en su desesperación por apropiarse de las riquezas de esta Venezuela que ama la paz y adora el suelo natal, van cuesta abajo en su rodada – como dice el tango de Gardel y Lepera- destrozando pueblos, leyes, el derecho internacional y más aún, la pulcritud y la ética que exige el ejercicio de la política. No es de extrañar que este fracaso asestado por la resistencia bravía de este pueblo soberano, marque el duro camino que los lleve a, como dice el mismo tango, “arrastrar por este mundo la vergüenza de haber sido y el dolor de ya no ser”.

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