Hay silencio oficial que no compensa la ola de rumores que indican por ejemplo que “no vendrá más gasolina al Táchira por un buen tiempo”
La tranquilidad proverbial del venezolano se pone a prueba en una cola; muchos signos de la crisis podrán sobrevolar a su alrededor desafiando con cierto éxito un estoicismo admirable, no obstante esa resistencia moral se puede venir abajo mientras se espera en la cola, donde muchas veces se tiene que mirar cara a cara la injusticia.
El más reciente experimento por parte del Estado venezolano, de agilizar el sistema de despacho de combustible, que incluye la venta a partir del terminal de la placa, tres días a la semana, entró este mes de mayo en su más dura prueba, con el peligro de convertirse en un fiasco más. Muchos conductores consultados opinaron que el sistema no ha sido del todo infructuoso; no obstante cuando el desabastecimiento llega a niveles críticos, los colapsos eléctricos duran horas, y los mecanismos de vigilancia son susceptibles a la corrupción, de poco sirve.
Pero tan estresante como las colas, que obligan a muchos a permanecer noches y días viviendo a modo de campamento dentro del vehículo, viene siendo la incertidumbre, ante un silencio oficial que no compensa la ola de rumores que indica por ejemplo “no vendrá más gasolina al Táchira por un buen tiempo”.
Los niveles de stress en una cola no alcanzan a aplacarlos las “amistades fortuitas” que allí se forman, ni la música que pongas en el radio-reproductor; mientras las espera se alargue indefinidamente, y sean descaradas las “irregularidades”, que sacan de casillas al más calmado seguirán en aumento al borde de la desesperación. Y para hacerle frente a tales desafueros, surge espontáneamente entre los conductores, métodos coléricos de “hacer justicia” o una contraloría social que intenta organizar el caos, asumiendo el papel incluso de una autoridad policial, que aunque presente, ha perdido el control de la situación, cuando no es vista con cierta suspicacia.
Pero ya sea con violencia o con supervisión colectiva, las bombas en estos días han sido un semillero de amotinamientos, algarabía y conatos de trifulcas. La indignación en nada se amedrenta ante ninguna autoridad, si ve que insolentemente permite a los coleados, con unos cuantos miles de pesos, beneficiarse de un atajo. Muchos se quejan de que el “imperio del peso” ahora determine quién sí o quién no echa rápido combustible a su tanque. Entre las colas oficiales y las extraoficiales se forma un desorden que da la impresión de dos serpientes que enroscan sus cabezas a punto de morderse, una imagen muy lejos de parecerse al caduceo de Hermes.
En la puerta de una de las gasolineras que operan por La Concordia, un conductor quien recibió insultos al tratar de “civilizar” una cola, a gritos les respondía a un grupo de fúricos reclamantes que el solo intentaba impedir el acceso a los coleados, y que lo hacía de buena fe, porque si hubiese querido también pagaría coima.
Muchos conductores sugieren la urgencia de dar operatividad al sistema automatizado, anunciado con bombos y platillos hace más de un año, y que hasta ahora, con fallas en la electricidad y la internet, no ha arrancado, pues el mismo se combinaría con la restricciones al abastecimiento a partir del terminal de la placa del vehículo, y en conjunto las dos medidas podrían paliar la crisis de combustible, en tanto se da menos margen al “error” (¿moral?) humano.
Aunque las más recientes medidas se han adoptado como un intento de frenar la reventa de combustible, esta sigue «vivita y coleando», e incluso las ofertas aparecen en las redes sociales donde por una pimpina se pide hasta 40 mil pesos, y el precio seguirá subiendo de persistir el desabastecimiento.
De otro lado, reubicar a funcionarios y profesionales para aprovisionarse en determinadas bombas, a modo de un servicio VIP, de rápido flujo, en estos tiempos de escasez crítica donde a duras penas al Táchira descargan a diario 5 gandolas de las supuestas 60 que tendrían que hacerlo, igualmente no viene funcionando, a tal punto, que quienes eran objeto de esta asignación han tenido que optar por otras estaciones de servicio, porque las que les corresponde no cuentan con gasolina.
Mientras las ciudad sigue adormilada entre apagones y un sector comercial e industrial que no acaba de arrancar, el agite, la confusión, la dinámica social y la “candela” se concentra en las colas de vehículos. Estás nos recuerdan aquellas que, está vez con personas, se formaban en las afueras de los supermercados, con la diferencia de que aquellas sí están conllevando una preocupante afectación de la economía, paralizando el transporte de pasajeros y mercancías; robando un tiempo que se podría gastar en ser más productivo. En las redes sociales, a través de un post, alguien llegó a afirmar que “la gasolina de Venezuela es la más cara del mundo; las horas de vida perdidas para surtir un tanque no tienen reembolso, se paga con vida desperdiciada”.
Funcionarios policiales y la guardia nacional han venido cumpliendo labores de vigilancia en las estaciones de servicio, lo que a menudo les ha acarreado no pocas enfrentamientos con los usuarios quienes consideran negativa cierta permisividad de ellos, y no se abstienen de levantar la voy, y proferir insultos de ser necesario, sea cual sea la jerarquía del funcionario. Pero no obstante hay que admitir cierto agradecimiento de parte de muchos conductores cuando realmente sienten que los funcionarios cumplen sus funciones debidamente, y que pese a presión del contexto conflictivo intentan no perder los cabales, ni la amabilidad.
Aquella maldición de Francisco de Miranda de que “bochinche, bochinche, esa gente no es capaz sino de bochinche”, la estamos viendo realizada en los momentos más difíciles de las colas.
Freddy Omar Durán