El edifico , que durante 25 años ocupó el mercado cubierto de la ciudad, se trataba de una moderna, lujosa e importante construcción que transformaría sustancialmente la zona comercial de la ciudad
Allá en 1986, cuando el barril de petróleo rondaba los 5 dólares, el litro de gasolina de 83 octanos valía 1,30 bolívares, y Diario La Nación 2 bolívares, antes de dos reconversiones monetarias y 8 ceros restados a la moneda nacional (unos 0,000000002 céntimos actuales), el Ministro del Interior de Venezuela, Octavio Lepage, inauguraba el Centro Cívico de San Cristobal, «la mole arquitectónica del progreso».
El 31 de marzo de 1986, a las 10:30 de la mañana, y en presencia del expresidente Carlos Andrés Pérez, así como de otras personalidades del país, se le dio la bienvenida a lo que consideraban era el regalo a la capital tachirense por sus 425 años de fundación: la inauguración del Centro Cívico, obra del arquitecto Henry Matheus.
El edifico municipal, que durante 25 años ocupó el mercado cubierto de la ciudad, se trataba de una moderna, lujosa e importante construcción que transformaría sustancialmente la zona comercial de la ciudad, principalmente en materia urbanística.
«Una vitrina para exhibirla con mucho orgullo», destacaría Diario La Nación en su publicación de 1986, cuando títuló este acontecimiento como «Alborada histórica».
Entre los comentarios que hicieran las grandes empresas de la época, como Inmobiliaria Tamanaco o Seguro Los Andes ante el evento, se destacaban los adjetivos de «grandiosa y progresista», «postigo al futuro», o «reflejo de la imagen de los tachirenses».
La más bella obra arquitectónica y funcional de la ciudad-según declaraciones dadas al periódico en esa fecha- costó 100 millones de bolívares de ese entonces, unos 5 millones de dólares al cambio.
Se creía que sería el punto de partida para renovar el casco central de la ciudad. Y la gente lo celebraba con orgullo y júbilo, porque era una «obra grande que haría a la ciudad grande».
La ciudad no quería quedarse encerrada entre montañas, quería saltar, sacudirse, hacerse sentir; escapar del desorden, la anarquía y la negligencia. Sería la puerta para el surgimiento de comerciantes, y alentaría el turismo.
Pero con el paso del tiempo todo se fue desvaneciendo.
Veinte años después, el 2 de diciembre de 2006, un presunto incendio en una cafetería de la planta baja, que rápidamente se propagó hacia arriba, consumió la Torre B del edificio, al que los bomberos no pudieron reaccionar por con contar con las maquinarias necesarias para ese tipo de desastres. En la sede se encontraba la Asamblea Legislativa y la Contraloría General del estado
Desastre que nunca se trató, y hasta el día de hoy, mayo de 2019, no se restauró, aunque se sabe que hay proyectos y planes, pero no recursos económicos.
Actualmente, «la magnífica obra que representaría el punto de partida de la renovación de la ciudad», en palabras dadas en su inauguración por el gobierno nacional, a través de sus accionistas y del Concejo Municipal de San Cristóbal, se mantiene abandonada, y las sedes oficiales que fueron víctimas de incendios provocados aún se encuentran igual a pesar del paso de los años y de su permanente deterioro, en palabras del periodista Víctor Matos.
Su estructura quemada afea la ciudad, que de por sí ya está sumida entre basura y colas de cientos de personas en espera del escaso transporte público a cada hora del día en la Plaza Bolívar, justo al lado del emblema de progreso que se auguraba para la ciudad de San Cristóbal, y que hoy solo representa uno de las tantas promesas escritas sobre papel.
(Marialice Rangel)