Visitando el Instituto Colombiano de Antropología e Historia, en ocasión de la presencia del papa Francisco en Santafé de Bogotá, me obsequiaron un voluminoso libro de 600 páginas con el título que encabeza esta crónica. Su autora, Anel Hernández Sotelo, mexicana, doctora en Humanidades y licenciada en Historia, nos regala una enjundiosa investigación sobre la deconstrucción de la figura de San Francisco por los frailes capuchinos (siglos XVI-XVIII).
Uno de los institutos religiosos más complejos de la edad moderna es la frondosa rama de las órdenes franciscanas. Si bien muchos institutos han sufrido transformaciones y divisiones a lo largo del tiempo, ninguno como la orden franciscana. Desde sus inicios, en vida del Poverello de Asís, se produjeron escisiones dando lugar a varias familias franciscanas, a ratos “encontradas”, reclamando cada una la autenticidad del carisma fundacional.
La orden capuchina nace tres siglos después de la muerte de San Francisco, en 1528, enarbolando para sí el ser los herederos genuinos de las exigencias ascéticas y cosméticas (vestimenta y porte). Los inicios del siglo XVI estuvieron signados por el empuje misionero trasatlántico y la urgencia de cambios en una disciplina que imitaba más la vida cortesana que la tradición monástica, dando pie a numerosos escándalos que explotaron con el cisma luterano.
España no sintió tanto el atractivo de la predicación de Lutero y sus seguidores porque el cardenal Jiménez de Cisneros, regente, se había adelantado a los reclamos protestantes y a las normas emanadas del Concilio de Trento varias décadas más tarde, con las normas que dictó para la vida monástica y episcopal de su época. La expansión de estos reformadores de la orden franciscana se puede calificar de “una suerte de epopeya capuchina”. El libro en cuestión pone su mirada en este instituto altamente peculiar que deviene en un viaje fascinante hacia el interior de una época que todavía nos asombra por sus realizaciones empeñosas.
La autora se comprometió con la difícil tarea de desenmarañar las diferencias y similitudes existentes entre los capuchinos y los otros religiosos adscritos a la familia franciscana. Las barbas y capuchas, de allí el apelativo de capuchinos, no es algo marginal e intrascendente. Es la expresión externa de una lucha por la autenticidad de un carisma que ha tenido incidencia en la cultura general y religiosa en varios países del Viejo Mundo y del universo trasatlántico incorporado a la historia planetaria común a partir de Cristóbal Colón.
Esta gigante obra de investigación no es solo un ejercicio erudito para especialistas. Es, más bien, una ventana que deja muchos interrogantes al mundo actual que busca superar las diferencias de toda índole, intentando afanosamente una unidad en la diversidad plural del universo contemporáneo, enfrentado a contradicciones que impiden la paz armoniosa que todos anhelamos.
(Cardenal Baltazar Enrique Porras Cardozo)