Las recientes elecciones de gobernadores son valiosas en sí mismas, por supuesto, porque tienen un significado en la gestión de espacios institucionales cercanos a la vida cotidiana de la gente. Pero, al mismo tiempo, y sobre todo en el contexto actual, esas elecciones son un eslabón de un entramado mayor en la lucha por el poder que se libra en el país.
Dada la situación de equilibrio frágil de la correlación de fuerzas, se ha dicho que Venezuela se encuentra ante tres potenciales opciones. Una de ellas es la impulsada por Luis Almagro, en representación de importantes factores locales e internacionales, que apunta a un desenlace forzado, bien sea por medio del derrocamiento del Gobierno o a través de una intervención extranjera. Otra opción, esta vez desde el lado gubernamental, es la de la creación de una nueva institucionalidad, vía la Asamblea Nacional Constituyente, que daría origen a un nuevo poder y a una nueva legalidad, sustentada tanto en el sufragio universal como en modalidades comunales o de consejos sectoriales.
Frente a estas alternativas, la otra opción es la que ha venido adelantando José Luis Rodríguez Zapatero, que apunta a un esquema de coexistencia Gobierno-oposición para el período 2019-2024, en el que cada factor accede o conserva posiciones de poder y se acordarían asuntos relativos a la Fanb, el TSJ y reformas institucionales que permitan la cohabitación.
Ahora bien, ¿cuál de estas tres opciones ha salido fortalecida de la elección de gobernadores? Todo indica que, hasta el momento, ninguno de los factores en pugna ha tomado una decisión definitiva, de modo que “la hora de la verdad” parece haberse desplazado hacia un momento cercano a las presidenciales de 2018.
La razón de que esto sea así, es que los resultados electorales, claramente favorables al Gobierno, si se considera el número de gobernaciones, es relativamente parejo al observarse la sumatoria de la votación nacional: 54 % de los votos para el Psuv y 46 % para la Mud, lo que significa que bastaría una alteración de 4.5 % para que se inviertan resultados futuros. Tanto el sector gubernamental como el opositor pueden abrigar expectativas válidas de vencer en 2018.
Las tres opciones señaladas más arriba permanecerán allí, latentes, a la espera de que la necesidad o el momento propicio las haga resurgir. Y de las tres, solo una, la “opción Zapatero”, brinda la posibilidad de que las presidenciales de 2018 contribuyan a afianzar la paz y a construir una forma de convivencia entre factores (Gobierno y oposición) que no disponen, ninguno de ellos, de la hegemonía en la sociedad, independientemente de quién gane las elecciones.
Claro está, entre hoy y las presidenciales, correrá mucha agua bajo el puente. Los factores internacionales de la oposición lucen impacientes. Pero los resultados de la votación nacional (54 %-46 %) le han dado un oxígeno a “la opción Zapatero”. Hay que inhalar y exhalar. (Leopoldo Puchi)