Bienaventurado el político con coraje para cambiar lo que tiene que ser cambiado. Bienaventurado el político valiente, el que no tiene miedo. Recuperar el prestigio de la política y de los políticos es una necesidad apremiante en Venezuela y en el mundo.
Decía un alto prelado de la Iglesia católica: “Bienaventurado el político que tiene una alta consideración y una profunda conciencia de su papel”. Así como la Iglesia necesita sacerdotes, muchos sacerdotes, muchos santos sacerdotes, una sociedad enferma como la venezolana necesita políticos, muchos políticos, muchos santos políticos.
Políticos que entiendan que la política es para servir a la comunidad, para servir a la gente, a los ciudadanos, especialmente a los más vulnerables, a los más pobres, a los que más sufren.
La política no es para satisfacer vanidades, mucho menos para complacer apetitos de poder o de dinero. La política es para servir a un ideal, a una nación, a un pueblo, a la humanidad.
“Bienaventurado el político cuya persona refleja credibilidad”. Es importante que haya una perfecta congruencia entre lo que se predica y lo que se practica: No puede usted predicar la paz y la solidaridad y la fraternidad y, en la práctica, estar promoviendo la guerra, el odio y la división. No puede usted presentarse como gran adalid de la democracia, del respeto a los derechos humanos y al estado de derecho, y en la práctica proceder arbitrariamente, desconociendo los derechos de los otros y atropellando el espíritu y la esencia de la democracia. No puede usted hablar del amor y en la práctica fomentar el odio y el espíritu de venganza.
Bienaventurado el político que trabaja por el bien común y no por su propio interés. Venezuela necesita políticos capaces de entender que el interés nacional está por encima de las agendas partidistas o de las ambiciones personales. Es el sufrimiento de Venezuela y de los venezolanos el que debe motivar una acción política trascendente y patriótica.
“Bienaventurado el político que permanece fielmente coherente”. Admiro a los políticos que apuestan a la democracia, a la justicia, a la paz, a la inteligencia y no están pendientes de complacer los reclamos de la galería por irracionales que ellos sean. Bienaventurados los políticos que trabajan por la unidad y no cultivan el odio. Bienaventurado el político que sabe escuchar.
Seguiremos conversando.
Eduardo Fernández