Habitantes de la frontera optaron por cobrar la mayoría de sus trabajos en pesos, para poder sobrevivir frente a la crisis que los arropa
Como “un pueblo fantasma” catalogaron los ciudadanos a la ciudad de San Antonio del Táchira, municipio Bolívar, a cuatro años del cierre de los pasos binacionales, medida anunciada por el gobierno de Nicolás Maduro, en agosto de 2015.
«El comercio murió en este pueblo, y uno por seguridad debe resguardarse a las 6:00 p.m.», aseguró Consuelo Ramírez, ciudadana con más de 50 años en la frontera. «Da mucha tristeza ver este escenario», dijo quien se muestra escéptica a un cambio que permita el regreso del dinamismo de antaño.
Aunque los puentes fronterizos están abiertos para el paso peatonal, son pocas las zonas que presentan actividad en la Villa Heroica. Solo las calles más cercanas al puente reflejan algo de movilidad, por el constante flujo de personas que se dirigen al hermano país, lo que dio pie al crecimiento de los vendedores informales en las aceras.
Antonio Vargas, habitante del barrio Miranda, lamentó que la mayoría de personas que hacen vida acá deban ir a La Parada o a Cúcuta, en Colombia, para poder comprar algún producto de primera necesidad o medicinas. «Uno camina por el centro de San Antonio, a las 10:00 a.m. o 3:00 p.m., y la imagen es la misma: desolación total», puntualizó.
Vargas indicó que, frente a la caída del bolívar, gran parte de los habitantes cobran sus trabajos en pesos. «Yo lo hago. Me dedico a la construcción y reparación de artefactos eléctricos. Lo que me sale a diario, lo cobro en esa moneda», enfatizó, mientras enseñaba las bolsas con mercado que había adquirido en Colombia.
Rayando los 29 años, Ángel Adrián Avendaño no pierde la esperanza de palpar el progreso en la frontera. «Aunque en muchas ocasiones pensé en migrar, elegí quedarme y seguir luchando. Mi familia me frena», aseveró.
Avendaño, habitante de Llano de Jorge, se dedica a reparar máquinas de coser. «Gracias a Dios, mi familia siempre me inculcó la importancia de aprender un oficio; con esto me defiendo y ayudo a los míos», puntualizó.
«Casi todos mis trabajos los cobro en pesos, pero si alguien me dice que no puede pagarme en esa moneda, acepto los bolívares, pues debemos ser solidarios; como dicen por ahí: hoy por ti, mañana por mí», recalcó el joven, padre de una niña.
El cierre de los puentes y el «nulo valor del bolívar», según Jaime Avendaño, residente del barrio Cayetano Redondo, son los principales detonantes de «una tragedia cuyos resultados se ven con tan solo mirar las santamarías abajo de los establecimientos comerciales».
«Debemos seguir luchando para sobrevivir. Ojalá y pronto obtengamos el cambio anhelado», destacó Avendaño, de 48 años.
Jonathan Maldonado