Al entrar en un círculo vicioso de la acumulación y la insuficiencia en la recolección, San Cristóbal sigue siendo una ciudad mugrosa, aun cuando las montañas de basuras hayan sido reemplazadas por focos capaces de emanar malos olores, y ofrecer un aspecto feo al espacio urbano.
Por La Concordia, muy cerca del Viaducto Viejo, cuadrillas de alrededor de 10 personas ponían su mejor empeño para dejar recoger lo que se podía, y llenar al tope el único camión a su disposición. No obstante, un poco más adelante, rastros de desechos y bolsas rotas los esperaban a lo largo de la Séptima Avenida, hasta llegar a su momento más álgido, por los alrededores del Terminal.
Se hace lo que se puede, ciertamente; pero sobre los hombros de esa realidad cae lo que se ha dejado por hacer, y lo que la inconciencia de la ciudadanía ayuda a empeorar.
Precisamente de esa irresponsabilidad comenta uno de los trabajadores de la alcaldía, quien asegura que más se demoran las labores de limpieza, que los vecinos en reactivar puntos como vertederos públicos, sin que por ello se amoneste a alguien, al menos para que agarre escarmiento.
Al margen de su trabajo, no tan bien considerado ni remunerado, se mueve la indiferencia del colectivo, que piensa que “ese es su deber y no necesita que otro colabore”. Precisamente, uno de los obreros se acerca a una casa a pedir un poco de agua, para la sed que les acarrea un día caluroso y un trabajo intenso; porque sin esa solicitud, tal vez no habría otro modo de ser tomados en cuenta.
Esos puntos estratégicos aprovechados por los inconscientes o los desesperados –depende del cristal con que se les mire- ya no solo están cochinamente embadurnados, sino con grandes parches de ceniza dejada por las quemas que allí han realizado, en un intento último de borrar cualquier vestigio de basura.
Regada por aquí y por allá, o en bolsitas bien cerradas y a veces camuflada entre matas o alguna estructura, lo que los ojos no ven, a los finos olfatos no engañan. Y es que ese perfumito que pulula por San Cristóbal no es tan fácil de ocultar, y hace del tránsito a pie, al que la deficiencia del servicio del transporte y la falta de efectivo obligan, un martirio.
Limpieza a medias
Por el Terminal de Pasajeros de La Concordia, el problema dista de estar solucionado, aunque no hay que desconocer un empeño en mantener limpias sus instalaciones. De todas maneras, la falta de transporte obliga a que lo que se recoge vaya a parar a los contenedores, donde los buitres hacen fiesta y alrededor de los cuales la indigencia se ha instalado.
Y es que la crisis también ha obligado a animales y personas a escarbar entre los escombros, con lo que se contribuye aún más a que los mismos, por mucho que se quiera, no queden tan sellados. La actividad comercial y la informalidad, dentro y en los alrededores del Terminal, también aportan su desagradable cuota. No obstante, muchos que a esos menesteres económicos se dedican tratan de no hacerse daño a ellos mismos, contribuyendo con el desaseo, y alejando potencial clientela por el mismo, mas poco o nada pueden contra los habitantes de otros sectores que han agarrado el lugar de vertedero.
Freddy Omar Durán