Carlos Orozco Carrero
Dicen que tendremos formación de maestros con menos de 500 horas de clase. Por favor, camaradas. Yo no creo que eso sea cierto. Tampoco creo que lleguemos a esos niveles de atrevimiento. Lo triste, dentro de la historia de la pedagogía venezolana, es que observamos a muchos investigadores sociales, otrora preocupados por la calidad en la formación del futuro del país, en un silencio sepulcral y cómplice contra nuestra educación. Sin embargo, tengo esperanza de que esa información sea falsa. También a uno lo engañan. Uno no sabe.
El pasado fin de semana hubo juegos en las Grandes Ligas donde los peloteros plasmaron sus apodos en sus camisas. Menos mal que en la época del gran César Tovar no hacían esas actividades. Hubiese sido interesante ver su remoquete en la espalda del uniforme con los Mellizos. –¿Y, cuál era su apodo, Carretico?– Averigua con los panas de Gaconsa, en el Demócrata, y no le cuentes a nadie, cariño.
Estoy de acuerdo con Freddy Bernal en eso de aumentar el precio del gas. Con ese incremento tendremos gas doméstico diariamente en nuestros hogares, sin esas colas infernales. También los empleados de la empresa distribuidora gozarán de sueldos dignos y el transporte del producto será veloz y moderno, para envidia de todos. Me gusta la idea. Pongan fecha, panitas.
Llegó bravísima mi tía Pulquera a la casa. Encontró precio razonable para un kilito de carne. A Melquiades le encanta una sobrebarriga guisada con papas, arroz aliñado y yuca blandita. –¿Qué pasó, tía ? –Cuando saqué la tarjeta donde tengo la pensión para cancelar, el pesero me dijo que no había punto. Apenas recibimos pesos o transferencia directa. –Menos mal que no pedí costilla, sobrino, porque le metí el kilo de carne por el pecho para que no sea abusador. –Calma, Pulque, dijo mi tío desde la puerta de la calle. Le tiene miedo.
-Yo era un maestro joven y saludable, Carretico. Tenía un excelente HCM para prevenir cualquier eventualidad. -Ahora estoy viejo y enfermo y desamparado en materia de salud ante tantas enfermedades que amenazan mi existencia – Ay, colega.
– ¿A que no duermes esta noche en el cementerio y sales a las 7 de la mañana, Cosme? – ¿Qué apuestas, Secundino? -Una mula y una carretilla contra tu guitarra. Secundino había planeado meterse temprano al cementerio por la puerta de arriba para esconderse y pegarle un susto descomunal. –Antes de medianoche sale esmachetao, aseguró el viejo operador. Cosme era precavido, señores. Un litro de miche y un gancho grande de chimú servirían de apoyo para la aventura. En los primeros movimientos de los erguidos pinos, nuestro amigo entró en crisis. Muchas ramas tomaban figuras fantasmagóricas y amenazaban con llevárselo a las frías tumbas. A las ocho de la mañana hubo que entrar a buscarlo. Secundino perdió la apuesta. Encontramos a Cosme engurrumido, con una sonrisa boba y mirada perdida sobre una lápida blanca. –Yo metí el chimú en el litro de miche y me lo tragué a pechos. –No vi ni escuché nada. La borrachera le duró hasta la Semana Santa siguiente. Cosme nunca volvió a pasar frente al cementerio de Pregonero.
(Carlos Orozco Carrero)