Regional
En medio del desamparo y el desconsuelo se enfrenta escalada de precios despiadada
7 de septiembre de 2019
Aunque las versiones sean variadas sobre nuestra realidad, la sensación general parece ser la misma: la sensación de indefensión, de orfandad, de no saber a qué o a quién acudir.
La suposición de que la realidad crítica debería tener al menos mínimos mecanismos de corrección o de compensación, representados en primer lugar por el Estado mismo, para evitar caer en la total desasistencia.
La actitud crítica -que aún persiste- ha venido conviviendo con la inquietante certidumbre de que hemos sido sobrepasados por las circunstancias y, ante ello, no hay gobierno que valga.
Ya hasta el cacareado “poder popular” no se puede convocar porque quienes lo impulsan están demasiado distraídos en sus urgencias domésticas, cuando no hay más intenciones de “foraneizarse” que de “endogizarse”.
Si veo sobreprecios, ¿a quién acudo? Y si regreso con alguna autoridad para poner coto al abuso comercial, pueden pasar varias cosas: o ya el precio descaradamente subió o ya no hay producto –la evidencia del crimen se desvaneció-, o sencillamente no ha habido ningún sobrecosto, porque el precio en dólares o pesos se mantiene igual. Si el engranaje del mecanismo estatal se afina mejor con aceite pecuniario, pues ya nadie piensa en la posibilidad de denuncias -que ya no tienen oídos que las escuche, sino que optan, como si fuera parte de un presupuesto personal normal, por pagar la respectiva cuota que activa milagrosamente los servicios.
Una parálisis que no se limita a la intimidad de las casas, sino que se respira en el ambiente, que se grita con el silencio, y que tiene en las santamarías abajo la más preocupante de las señales.
Con unos cuantos ceros eliminados del bolívar por agosto del año pasado, la relación peso-bolívar estaba en la proporción 1:1, a favor de la divisa, aproximadamente; ya para el tercer semestre de este año pasó a 2:1, y en estos pocos meses ya ha pasado a 5:1. Ante esta situación, la varita mágica del control cambiario ha pasado a convertirse en un objeto legendario, como la piedra filosofal o la espada del rey Arturo. Pero más que esto resultar preocupante, lo que preocupa –valga el galimatías- es que no preocupe; lo que escandaliza es la falta de escándalo, porque por muchos menos los venezolanos pusieron el grito en el cielo o ciudadanos en otros países lo han hecho.
Pareciera que viviéramos en medio de algo más voraz que el capitalismo mismo, que como padre se ruborizaría por tener un hijo tan insaciable; pero no es así, si no todo lo contrario, si es que hemos de creerle a las palabras que diariamente pregona el Gobierno nacional incansablemente acerca de un socialismo paradisiaco en el que vivimos, y del que todos hemos hecho supuestamente conciencia y el que todos supuestamente cumplimos en actitud de resistencia ante los embates del imperialismo.
Esa actitud general podría rotularse como dejadez o desesperanza, pero, independientemente de los calificativos, constituye una enfermedad sociológica, que afecta a los que han quedado aquí -a los que despiertan y no han encontrado acomodo solo se les ocurre la huida, así sea en la fantasía- o sencillamente ser robotizados, por no decir anestesiados por la crisis, algo que sucede cuando un estímulo exterior sobrepasa la medida de nuestras capacidades. (FOD)