Esta fue una de las premisas que estableció la reforma política y electoral iniciada en 1989, con la elección uninominal y por circuito. Ya los partidos para aquellos tiempos tuvieron que darles la oportunidad y postular a sus mejores dirigentes, para someterlos al escrutinio del voto, donde el ciudadano elegía por nombre y apellido, y en consecuencia, tenía de forma directa a quién reclamarle, apoyar o retirar su apoyo. El ciudadano se empoderó y con su voto castigaba o premiaba.
Toda esta reforma política y electoral se hizo acompañar de la descentralización administrativa; el modelo constitucional de 1961, fundado en una democracia de partidos que se agotó. Los partidos, por ley, tuvieron que relegitimarse y abrir caminos de participación militante y con ello acabar con los cogollos que todo lo decidían.
Los partidos fueron un espejo del modelo de Estado centralista; al agotarse el centralismo en la función del Estado, los partidos se agotaron como medio de intermediación entre el poder y el ciudadano.
La elección de las asociaciones de vecinos fue otro paso de perfeccionamiento de la democracia, a partir de la participación ciudadana, organizaciones que no le servían a ningún partido en particular, esta forma de organización, sin ser defendida, fue sustituida por el espejismo de los consejos comunales.
El objetivo fue desestructurar a la sociedad organizada, se le vendió la idea de más participación y, detrás del engaño, se liquidó la participación a estos niveles.
A nuestra generación le correspondió abrazar las ideas de la descentralización político-administrativa y hacerlas una realidad, con una doble motivación: la primera es que la descentralización deriva en autonomía, y este ha sido el discurso político central que ha animado la política del Táchira, incluso antes de ser nación, desde que éramos la provincia de Maracaibo. Y en segundo lugar, en razón de que era la única manera de salvar la democracia.
Chávez y políticos representantes de la democracia centralista, junto a dueños de medios de comunicación, acabaron con la descentralización político-administrativa, y con la modernización de la economía. Paradójicamente, actores del pasado que hoy siguen manejando los hilos de lo que queda de poder.
Esta breve mirada a un pasado reciente es importante para que entendamos que hoy la política, en Venezuela, está mucho más centralizada que antes. El liderazgo político está constituido por caudillos de sus propios partidos, que proyectan para el futuro un Estado centralizado nuevamente y, por tanto, un Estado que volverá a colapsar y agotarse.
Si desde ahora no se dan los pasos para una integración participativa, y se continúa con el uso desmedido del control monopólico de la participación política, que impide la incorporación de la política descentralizadora, autonómica, que obliga a la legitimación de los liderazgos, atravesaremos el desierto de conflictos repetido.
Alguien con todo derecho preguntará: ¿Y eso no lo podemos hacer después que caiga Maduro? No, después que caiga se sentarán los viejos caudillos con los nuevos a repartirse el poder, sus cargos y sus presupuestos.
Dios los bendiga.
Carlos Casanova Leal