Gustavo Villamizar Durán
Los Saberes o Contenidos de la Nacionalidad, son aquellos que en los programas de estudio corresponden a los conocimientos que deben impartirse en los distintos grados de la educación primaria y secundaria, relativos a la historia, la geografía, la constitución y las leyes, las riquezas nacionales, la cultural nacional, las artes, tradiciones, costumbres, gastronomía y demás elementos que conforman la identidad nacional de quienes habitan un país o una región. “La cultura es el ejercicio profundo de nuestra identidad”, afirmó Julio Cortázar.
Traigo esta temática por cuanto, ya en anteriores escritos he advertido acerca de la muy escasa formación de nuestros muchachos, sobremanera los de los planteles privados, en lo relativo a los saberes de la nacionalidad. Pues bien, hace apenas unos días, un amigo jubilado de un área profesional distinta a la educación, vivió una anécdota que llama a la reflexión tanto a los educadores, como al país entero. En medio de la carencia de docentes en algunas áreas del conocimiento, una profesora de un instituto privado integrante de la Asociación Venezolana de Educación Católica –AVEC- conociendo el interés del amigo por el conocimiento de la historia, la geografía y otros temas relativos a la nacionalidad, le planteó la posibilidad de ejercer la docencia aunque no fuera su profesión, por la solvencia de su saber. Al rato, recibió una llamada de la amiga docente citándolo a una reunión con el director del plantel. Conversaron en torno a la posibilidad, el director le habló del salario, las condiciones, horario y claro, cayeron en lo concerniente a las asignaturas a dictar, las cuales apuntaban al área de Ciencias Sociales, relativas a Historia, Geografía y Formación Ciudadana. Casi para cerrar la conversa, el director en un arranque de sinceridad, con voz y ademanes de estrecha amistad le espetó sin mucho rodeo: “No se preocupe, aquí de eso se enseña poco, sin profundizar en exceso. Yo le recomiendo que se busque algún libro de los viejos para que no se ponga a enseñar esas cosas que metieron en los libros nuevos de historia y geografía. Que si Bolívar, que si Zamora, la bandera, los límites, la soberanía, los derechos. No, no, dedíquese más bien a los valores, la buena conducta, la familia, el trabajo y esas cosas que si son útiles”. Mi amigo, perplejo él ante tal descaro no hallaba si reírse o soltarle un bofetón a aquel mequetrefe de la educación. Simplemente, dio las gracias por el llamado y salió sin más.
Al margen de la circense escena que se repite en muchos institutos en una forma u otra, esa circunstancia constituye una irregularidad, materia de atención urgente. En otros escritos he manifestado cómo los mejores discentes de sexto grado de los institutos privados, estadales y municipales de San Cristóbal, según la selección para participar en un encuentro de saberes, dejaban en blanco la elaboración de relatos breves sobre el 19 de abril, el 5 de julio o el natalicio del Libertador, eran incapaces de enunciar los nombres de los estados del país o sus capitales, o confundían las ciudades y poblaciones con los municipios. De manera que la cosa no es nueva. Esto se inició en los años 70 del siglo pasado con la reforma educativa en el primer gobierno de Caldera, ratificada después por la revolución educativa del primer gobierno de Carlos Andrés Pérez y confirmada por la Ley de Educación de 1980, durante el gobierno de Luis Herrera Campins. Desde entonces los estudios de historia, geografía y moral y cívica, se integraron en un área denominada Ciencias Sociales, en las que saberes tan importantes se convirtieron en “pastillitas” que debían responderse en exámenes de “verdadero y falso”.
La razón de ello es que, ya desde entonces, estaba rodando por nuestro subdesarrollado continente, haciendo parte de proyectos neocolonizadores como Alianza para el Progreso, un modelo educativo globalizante, supuestamente de alta calidad, el cual disponía la intensificación de los estudios de “las ciencias” a costa de la disminución o eliminación de los conocimientos relativos al desarrollo del pensamiento, el conocimiento del país, las artes, la literatura y todo lo que se emparentara con “las humanidades” o la nacionalidad. Desde entonces, la independencia nacional pasó a ser obra de un cura que se paró detrás de Emparan e hizo una señal para que el pueblo gritara “No” y demás simplezas. Es una política educativa elaborada en USA y expandida en gran parte del planeta, que se propone fundamentalmente eliminar las naciones, integrarlas a la “globalización” de las finanzas, con una cultura homogénea, única, sin particularidades relevantes, asentada en el pensamiento único, acrítico. Quien no conoce su país, su heroica historia, su hermoso y variadísimo suelo, no tiene arraigo ni apego con nada, no crea querencia, no ama su tierra y es presa fácil de los nuevos “espejitos” trocados hoy en paraísos que difunden los medios de comunicación. Se les hace fácil denigrar de su tierra y emigrar después de que ella los formó, dejando todo sin que cuente para ello ningún afecto.
Los saberes de la nacionalidad son fundamentales para una nación y su gente, son fundamentos de la formación del ciudadano, por lo que no puede permitirse la permanente burla que hacen de ellos importantes sectores de la educación venezolana. Es urgente la actuación de la supervisión escolar y la estricta aplicación del artículo 106 de la Constitución Nacional. Ya Basta.