Ya sé que prefirió marcharse al encuentro con Bety. Pero tus huellas están marcadas en Diario La Nación, Diario La Opinión, Ecos del Torbes, la Unet, el Velódromo J.J. Mora Figueroa, los Mundiales de ciclismo en San Cristóbal, la Vuelta al Táchira en Bicicleta, la Casa del Periodista, el Club de Leones, y en las calles y vericuetos de San Cristóbal, la ciudad que se nos está yendo, producto de la crisis, pero que fue testigo de tus ejemplares travesías.
Por Misael Salazar Flórez
Escribo estas líneas desde la incomodidad de la nostalgia.
Por lo mismo que estoy distante de mi entrañable San Cristóbal -la ciudad que acarició con el alma el periodista de Cimacota-, la madrugada del viernes 11 de octubre apenas pude responder con una lágrima cuando la periodista Mariela Salazar me escribió un escueto chat: “Murió Ramsés Díaz León”.
Yo sabía que algún día tenía que irse.
¿Acaso no me lo dijeron Omaira Labrador y mi esposa Yadira Martínez, cuando supimos que se había marchado “Betica”, como Ramsés Díaz le dijo siempre? No quiso. No pudo. No soportó que Betica se hubiera ido antes que él o sin él, porque por algo habían vivido tanto tiempo juntos y por algo habían dejado en los sancristobalenses la huella de una familia que supo ser ejemplo de unidad y afecto.
Él, mi estimado Ramsés, sabe que yo soy periodista gracias a él y a mi testarudo afán de liberar mi alma a través de la palabra. Cuando llegué a trabajar en los talleres de fotomecánica de Diario La Nación, lo primero que hizo la Providencia fue ponerme a Ramsés Díaz de frente.
—Yo quiero ser periodista, le dije, conociéndolo. Yo creo que él tuvo toda la libertad de pensar que le faltaba al respeto, porque a nadie se le lanza un dardo tan pesado, apenas presentándoselo. Luego, después de algunos años, en su casa, me dijo: “Se le veía en el rostro, Misael, que quería ser periodista”.
—Empiece por escribirme una columna semanal sobre deporte, me dijo. Y vamos viendo.
Me fui a mi queridísima Universidad de los Andes (ULA), gracias también al profesor Ramón González Escorihuela, y regresé como pasante con una camada de colegas que fuimos los alumnos, los confidentes y los acólitos de Ramsés: Nelson Duque, Omaira Labrador, Norma Pérez, Libia Zambrano, entre muchos otros, y los que después fueron llegando. Fue la primera gran avanzada de la ULA sobre Diario La Nación y de aquí en adelante prefiero que hablen quienes fueron sus discípulos y sienten el mismo agradecimiento y la misma pena que yo, pero eso sí, complacidísimos con la vida por habernos regalado tan especialísima compañía.
Ramsés tenía la virtud de aparecérsele a quien lo necesitaba. Así sucedió conel periodista Nelson Duque. “Él fue mi puerta de entrada a La Nación”, dice. “Siempre creyó en mí y yo creí en él. Fue una excelente persona, pero más aún, un amante de su familia. A quienes disfrutamos de la amistad y la enseñanza de Ramsés Díaz León, nos queda un hermoso recuerdo, como jefe y como amigo”.
“Lo bueno, si es breve, es dos veces bueno”
Amante de la buena y clara redacción, Ramsés Díaz era un maestro de la escritura corta. Había trabajado para las agencias de noticias internacionales y de allí aprendió el ejercicio de escribir cortico. Por eso el periodista Rafael Rincón recuerda siempre su legado: “Lo bueno, si es breve, es dos veces bueno”. Rafael, que como él mismo dice, no era más que un imberbe de 17 años que aspiraba al oficio de soñador y escribidor, sostiene “…que del viejo Ramsés solo se podía aprender”. “Qué honor haber tenido en el inicio de esta noble profesión, a un hombre de tan alta talla moral, profesional y espiritual”.
“Periodista hasta el tuétano”
Homero Duarte Corona trabajó con Ramsés Díaz, no solo como reportero gráfico, sino como redactor deportivo. Con el maestro y amigo compartió muchos años de trabajo. De todo este tiempo aprendió que “…era un periodista hasta los tuétanos”. Recuerda que vino a San Cristóbal desde su amada Colombia, ayudó a fundar Diario La Nación y fue su jefe de Deportes y luego uno de sus flamantes directores. “Fui uno de sus alumnos”, dice orgulloso Homero Duarte. “Sus consejos y enseñanzas siempre estarán presentes en mi cuerpo y alma”.
“Caballero galopante de la decencia”
Esta hermosísima descripción se la acabo de escuchar a un reportero gráfico y periodista de Floridablanca, una población relativamente cercana a Cimacota, donde nació Ramsés Díaz León.
Santandereano como Ramsés, Gerardo Castro terminó en San Cristóbal y terminó en La Nación junto al maestro, a quien define como “un practicante del sagrado significado de la familia”. “Ya me imagino a Ramsés -dice Gerardo-, allá en el infinito, integrado a la plantilla comunicacional de lujo junto al “El Gocho” Guerrero Pulido”, Luis Antonio Cáceres, Hercilia Contreras, Antonio Ruiz Sánchez, Édgar Suárez Fontiveros, Nelson Augusto Buitrago, Enis de Garmendia, Boaneg Pernía y Cirilo Depablos, entre otros. Y junto a ellos, el equipo de reporteros gráficos conformado por Antonio Trevisi, Manolo Chacón, Carlos Cáceres, Lorenzo García y Hugo Torres, todos haciendo noticias divinas bajo el sagrado liderazgo de don José Rafael Cortés Arvelo”.
“A veces con sarcasmo, a veces con jocosidad”
Otras dos alumnas suyas también recuerdan al maestro que este viernes 11 de octubre decidió marcharse en busca de otros mundos: Norma Pérez fue su alumna en Diario La Nación y luego en la Universidad Experimental del Táchira (UNET): “Para mí fue un ejemplo, por el amor que siempre le imprimió a su razón de ser, el periodismo. Ya está en el cielo con su querida Bety. Y aquí, en nuestros corazones”.
Mariela Salazar asistió a la sede del Colegio Nacional de Periodistas con motivo de un Día del Periodista, precisamente cuando Ramsés Diaz León era orador de orden. Estaba de cumpleaños Mariela y, escuchando al maestro hablar de otro día de celebración de nuestra profesión, entendió que se estaba volviendo vieja. “Algunas veces nos enseñaba con sarcasmo, otras veces con jocosidad, pero siempre con propiedad e integridad, no solo como profesional sino también como ser humano”, dice Mariela.
“Yo me quedo con la parte humana y familiar de Ramsés Díaz”
La hoy directora de Diario La Nación, Omaira Labrador, es una hechura de Ramsés Díaz León. Llegó como pasante con nosotros y de la mano de Ramsés se fue haciendo periodista. “Recuerdo que, como buen padre, nos llevaba al Desayunadero de Ramsés y compartía con nosotros sus enseñanzas, como compartía con sus hijos y con su gran Bety”, dice Omaira. “De él nos queda como recuerdo su altísima calidad humana. Aun después que se marchó de Diario La Nación, siguió siendo el director para mí y creo que para muchos de nosotros. Con eso dejo constancia de lo que significó él en mi vida profesional. Su vida periodística está en Diario La Nación, en Ecos del Torbes, en Diario La Opinión y en su querida UNET. A mí me interesa destacar su parte humana y familiar. Su familia estaba en el centro de su vida y todo el mundo recuerda a Ramsés como el padre y esposo ejemplar que siempre fue. Bety era su mano derecha y su mano izquierda. Ramsés era una parte esencial en la vida de Bety. Nunca me lo dijo, pero cuando Bety murió, Ramsés también empezó a irse. Hoy ya debe estar con ella”. “También recuerdo su apego a su tierra y la solidaridad, de la cual nosotros fuimos beneficiarios. Siempre destacaré esa gran faceta de su vida, de la cual sus hijos y Bety fueron testigos presenciales”.
Llegó el momento de despedirme
Ya he derramado varias lágrimas mi querido Ramsés.
Cada testimonio de mis colegas fue como un mazazo en el centro de las emociones más profundas, como un latigazo recordándome que le debo rendir culto a la amistad que le profesé siempre.
Cuando pase por Cimacota, le diré a los aires que la cubren, que me
fue muy placentero contar con un amigo de esta tierra, quien fue mi cómplice en el grandioso oficio de trabajar con la palabra.
Le diré, también, que siempre la llevabas en el alma, que con emoción escuchábamos rasgar el tiple y la guitarra de Garzón y Collazos o el piano exquisito del maestro Jaime Llano González y que en esas mezclas de literatura, música, aguardiente, café y vino, se nos fue apretando una especie de consagrada amistad.
Como este pretende ser un humilde homenaje a varias manos, le recuerdo, Ramsés, que nunca olvidaré las tertulias garciamarquianas en tu hogar que fue un ejemplo. Que la cómplice de Bety nos hacía café sabroso y que usted estaba presto al llamado de Antonio Ruiz Sánchez para que no faltara el aguardiente antioqueño, porque nos declarábamos en comunión con la bohemia.
Cuando pase por el Velódromo J. J. Mora, de San Cristóbal, recordaré que allí quedó tu huella. Y cuando hablemos de los Mundiales de ciclismo en San Cristóbal, sabremos decir que allí también está tu obra. Y en enero que viene, quiera Dios que podamos recordarte como el reportero que cubrió 17 Vueltas al Táchira en Bicicleta, el más grande evento deportivo de los tachirenses. Y te recordaremos en La Nación y en la Unet, y en la Casa del Periodista, y en el Club de Leones, y en las calles y vericuetos de San Cristóbal, la ciudad que hoy se nos va de las manos, producto de la crisis, donde también se hallan las huellas de tus ejemplares travesías.
Como ya tengo que irme, hago mías las palabras de Gerardo Castro, porque las palabras, una vez que se hacen públicas, o son de todos o no son de nadie, para despedirme, amigo, maestro y colega Ramsés Díaz León: Hasta luego, “Caballero galopante de la decencia”.