Liliam Caraballo
Después del marcaje todos entraron en estado de tensa calma, ansiando ver encendido el rojo rosario de las luces traseras de los vehículos, lo cual indicaría que la cola empezaba a desplazarse. Mas, cuando pasaron cuarenta minutos, la ansiedad retomó su lugar. Un grupo se dirigió a la E/S para saber qué estaba ocurriendo y al poco tiempo regresaron con los rostros congestionados por la indignación.
—Hablamos con el teniente y nos salió con el cuento de que la gandola que llegó estaba destinada para otra bomba y no le quedó más remedio que mandarla para allá; pero nosotros vimos que le estaban echando gasolina a varios carros que no estaban en la cola. Cuando reclamamos, nos salieron con un otro cuento peor—dijo una señora.
—Dijeron que ayer había quedado un poco de gasolina y estaban echándole a los carros que tenía seis días en la cola y se habían retirado después que les entregaron un ticket.
— ¿Qué carajo es esto…cuándo co… entregaron tickets? !Vamos a trancar la avenida…no nos dejemos joder de esta manera¡—gritó un señor con los ojos inyectados de rabia—.¡Quién sabe que negocio hicieron con la gandola!
— ¿Nos vamos a comer ese cuento? — gritaron casi al unísono algunos conductores.
Con la inmediatez que da la desesperanza, varios empezaron a amontonar bolsas de basura, palos, escombros y cualquier cosa que sirviera para el propósito. En unos pocos minutos, la intersección de la avenida España con la Carabobo quedó totalmente cerrada al tráfico vehicular. El sonido de las cornetas y la gritería de los conductores rápidamente conformaron un caos. Alguien encendió unas bolsas con basura y el humo pestilente agravó la situación. Mientras esto ocurría, varios conductores, toralmente amotinados, se dirigieron a la estación de servicio. Después de interminables minutos, regresaron más calmados y anunciaron las buenas nuevas
—El teniente nos dijo que Bernal acababa de ordenarle al chofer de la gandola que se regresara para El Castillo, porque nosotros teníamos derecho a esa gasolina. Van a empezar a marcar de nuevo. Un grupo se quedó en la bomba para que no nos vuelvan a tracalear. ¡Si en media hora no comienzan a echar gasolina…volvemos a trancar la avenida!
Ante esta perspectiva, los ánimos se calmaron, Fernando se acercó a Roxana con cara de preocupación.
— Yo no tengo ni fuerzas ni tiempo para seguir esperando. Ya me decidí a comprar gasolina—contestó a la pregunta del joven—. No me importa que me digas que, gracias a quienes compran gasolina, hay quienes la revenden. Yo tengo guardia esta noche y no hay suplente que pueda cubrirme. Prefiero gastar mi dinero, a dejar sin medico la Emergencia del hospital Central, que ya de por sí es un caos.
— ¿A quién le vas a comprar la gasolina? Tienes que estar segura de que no esté adulterada.
—No te preocupes. Apenas dije que iba a comprarla, empezaron a llegar, disimuladamente, varias personas a ofrecérmela. Al principio me pidieron sesenta mil pesos por veinte litros, pero a medida que llegaron más oferentes, logré bajar el precio. ¿Ves aquel señor de la Silverado negra?…bueno, él va a llevármela a mi casa por cincuenta mil.
—Definitivamente, esto se ha convertido en un negocio. Dicen que de cada diez carros que están en cola, siete son usados para la reventa de gasolina. Muchos por necesidad y otros para hacer negocio, aprovechando la necesidad ajena.
—Yo conozco a varias personas, muchas profesionales, que renunciaron a sus trabajos para dedicarse a revender gasolina, porque de otra manera no podían sobrevivir.
—Sí, es verdad, de todo hay en la viña del Señor. Hasta pronto, belleza, llámame cuando puedas.
—Pana, conocí en la cola de la gasolina a una mujer verdaderamente especial. Tú sabes que yo no suelo andar con enamoramientos locos, pero te juro que esta mujer me impactó.
Se lo confesó Fernando a su mejor amigo, esa misma noche. Unos días después, llamó a Roxana para decirle que su mamá estaba sintiendo unos mareos muy extraños y que se había caído al suelo. Le preguntó si podría ir a su casa a examinarla, porque la señora se negaba a ir con un medico. Ella aceptó. Cuando tocó el timbre de la hermosa casa solariega, en Barrio Obrero, él le abrió la puerta y le presentó a su hermana menor, una adolescente de largo, negro y liso cabello y tez muy blanca sonrosada. Cuando Emma, la hermana mayor, vio a las dos mujeres juntas, sintió que el piso se hundía bajo sus pies. Tuvo que recostarse en un mueble y respirar hondo para recuperarse.
Después del examen, Roxana fue invitada a compartir un café con galletas de mantequilla. Todos se sentaron en la sala, pero al menor descuido Emma le rogó a Fernando que la dejara sola con la joven.
— ¿Qué pasa, Emma, por qué quieres hablar con ella a solas?
—Después te lo digo. Por favor, hermano, hazme caso.
El joven aceptó a regañadientes y las dos mujeres se enfrascaban en una conversación con más de interrogatorio que otra cosa. Emma averiguó, con disimulo, la edad y el nombre del padre y la madre de Roxana; supo de su infancia y adolescencia y cuando creyó tener la información necesaria, se despidió de la chica. Antes de retirarse, le rogó a su hermano que no se marchara con la joven, quien ya se había levantado para despedirse. Fernando, muy intrigado, se despidió de Roxana. Cuando quiso rozar sus labios, la muchacha lo esquivó.
—Hasta luego, Fernando, me encantó conocer a tu familia. No te preocupes por los mareos de tu mamá, es un problema del oído medio que se llama laberintitis. Le recomendé algunos medicamentos. Chao, nos vemos, y recuerda que yo soy un poco a la antigüita.
—Fernando, esa muchacha es hermana de nosotros — le dijo Emma a bocajarro, apenas entró a la sala. (Liliam Caraballo)