Ángel Ramón Oliveros Sánchez*
“Se compran amigos y abrazos (…)”. La convocatoria a un grupo de personas (San Diego, EE.UU.) para sostener contacto físico sin intenciones sexuales deja colar un aire helado, apenas superado por la fría descripción del fenómeno que envuelve: “Epidemia de soledad” (elpaís.com).
La información alude a experiencias como “The People Walker”, una aplicación digital que mueve y conecta a extraños con “paseantes” dispuestos a caminar y charlar, a cambio de unos pocos dólares. ¡Curiosa versión del mercadeo del afecto!
Para poder asistir, cada asistente pagó hasta US$20 para permitir tocarse, sentir el contacto. «Quizás saberse humanos aún», pensaría yo, espectador indiferente. La narración remueve en la memoria historias tristes, menos afortunadas. Ocurren en hogares, escuelas, hospitales del mundo… las escenas cuentan excesos por todo el Continente; sin olvidar las cárceles y calles de Venezuela y sus vecinos.
Cualquiera de los excesos ocurridos en nuestro contexto, tomados al azar, revela la falta de proximidad. Semejante carencia explica el empeño del papa Francisco por “ser cercanos”, por alentar al “Encuentro”, tan esquivo en medio de un mundo híper comunicado y deshumanizado.
Desde una perspectiva de fe –se esté de acuerdo o no con el líder católico-, llama la atención que Dios se haya valido de un argentino para combinar en una sola persona la calidez y espontaneidad del latinoamericano, con la rígida disciplina europea. (Se ve que el buen Dios lidia antaño con la urgencia por generar “encuentros”).
El Santo Padre parece proponer un entorno donde se ame, pero se corrija; se exija y se sea condescendiente a la vez; se sueñe, pero se trabaje duro. Lo define con una palabra: “Ternura”. ¿Acaso no es parte de su tarea?
No muchos, ante el temor de mostrarse débiles, se atreverían a mirar en la dirección del “encuentro” y la “cercanía”; de la ternura aludida. El desafío es “superar el anonimato de la gran ciudad”, según lo describe en otro momento de su pontificado.
No es la primera vez que Jorge Mario Bergoglio aboga por más amor y menos rigor. En un mundo entrampado en dualidades, la ternura se largó de casa: Vértigo y apremio; producción e individualismo; tecnología y competitividad; poder y dominio…Ante esta realidad social, Francisco –así, sin más títulos- propone un modelo a reproducir: “la cercanía de Jesús con los frágiles”; la “cercanía de Dios Padre” con sus hijos. Y así, se empeña en promover conexiones.
Pero esta cercanía es gratuita. La visión de Francisco contrasta con otra proximidad interesada, que ya no sería cercanía, sino dominio y tiranía, algo que a muchos les resulta familiar. Parodiando a la filósofa española Adela Cortina -somos la sociedad de lo contractual: “te doy, pero me das algo a cambio”. “No hay puntada sin dedal”, reza el dicho popular.
Asumo que el Papa no pretende ser único referente de proximidad en un mundo marcado por el rechazo y la exclusión, pero es quien con más insistencia remueve la llaga deshumanizante. Lo testimonia en cada encuentro con los excluidos; abriendo las puertas de la Iglesia y de los católicos a otras culturas; desarmando adversarios con gestos de humildad.
“Francisco es el Papa del tú a tú, trabaja moviendo lazos”, recordaba recientemente la corresponsal en el Vaticano de la cadena española Cope, Eva Fernández. Lazos que van de un extremo al otro. El llamado del Papa debe mover la fibra más rígida: “Con pequeños gestos, acciones sencillas, con pequeñas chispas de belleza y caridad podemos curar, «remendar» el tejido humano”, ha dicho.
Aturdidos entre la esperanza y el desaliento, muchos se ocupan en tareas antes impensadas: Por estos lares, muchos hacemos esfuerzos por “esconder la pobreza” que nos persigue y se adosa a nuestras vidas; un alerta que ha dejado ver Mario del Valle Moronta, obispo de San Cristóbal. Otros procuran sobrevivir entre el desconcierto colectivo.
¿Ternura? ¿Qué teología es esa? ¿En qué línea argumental se inscribe?
Somos privilegiados, cierto. Asistimos a la Sociedad del Conocimiento, pero no todos resultan tan afortunados. Algunos, aferrados a su soledad, deambulan en la ciudad de la indiferencia; sus rostros están heridos, sus pies vagan sin rumbo cierto. Periodista*@oliverosar. San Cristóbal. Octubre 2019.