Un nuevo libro publica todos los bulos que se han vertido a lo largo de la historia con fines políticos y propagandísticos
Últimamente los medios de comunicación y los parlamentos no hablan de otra cosa: las fake news o los bulos están a la orden del día. La tecnología ha contribuido enormemente a la difusión de estas falsas noticias. Sin embargo, las fake news no son nada nuevo.
A lo largo de la historia, se han creado numerosas historias irreales con el fin de desprestigiar a un adversario político o con el propósito de desencadenar un conflicto. Desde la Antigüedad hasta la Guerra de Irak en el siglo XXI, el escritor J.M. Bielsa-Gibaja publica Y si la Historia nos miente: Grandes mentiras y falsedades de la Historia (Almuzara), donde recorre los grandes bulos que nos han acompañado siempre.
El libro parte de un axioma sencillo pero contundente: «Jamás conoció el hombre un régimen de ‘verdad’ objetiva». Así, la obra narra las grandes mentiras que ha conocido nuestro mundo.
Gran victoria egipcia
Para conocer el primer bulo propagandístico del que se tiene conocimiento uno se ha de remontar al verano de 1274 a.C. Por aquel entonces, Egipto se elevaba como una de las grandes civilizaciones y Ramsés II quería ser recordado por toda la eternidad.
Su estrategia fue todo un éxito, puesto que hoy en día se le conoce como uno de los grandes faraones de Egipto. Además, bajo su reinado siempre se ha destacado la campaña militar que llevó a cabo en contra de hititas, un pueblo proveniente del interior de Anatolia (Turquía) y cuyo poder era cada vez mayor.
Gracias a Ramsés, aquella campaña y, concretamente, la batalla de Kadesh, «nos ha dejado una más que extensa panoplia de inscripciones, bajorrelieves en monumentos, jeroglíficos e imágenes en un total de cinco templos repartidos por la geografía del país del Nilo».
No obstante, los historiadores han podido conocer el verdadero resultado de esta batalla, y no fue tan heroica como pareció. Ni siquiera fue una victoria de Ramsés. «Lo cierto es que Ramsés II cometió errores tácticos de bulto en el campo de batalla, fue engañado por los hititas, en cuya trampa cayó y quizá escapó a la muerte de puro milagro», explica Bielsa-Gibaja.
«Empeñado en el control del relato, quizá el primer manipulador informativo de la historia del que tenemos noticia, el faraón consiguió transformar la tregua a la que finalmente llegó con los hititas, una especie de pacto de no agresión, en un triunfo que serviría para reforzar, no solo su figura y su autoridad, sino también el andamiaje ideológico que mantuvo en pie al Egipto faraónico», añade el autor.
Cleopatra y Roma
La faraona pretendía recuperar la grandeza ptolemaica en Oriente, por lo que se inclinó por un gobierno conjunto romano-egipcio radicado en Alejandría. Así, sedujo a uno de los generales romanos más importantes, Marco Antonio.
Marco Antonio rivalizaba con Octavio Augusto, y entre ellos surgió una enemistad que solo podría arreglarse mediante las armas. En esta tensa atmósfera, Octavio decidió crear todo tipo de fake news para desprestigiar a su adversario. «Octavio retrató a Antonio como un mal soldado, bebedor y mujeriego, débil y lleno de vicios», comenta el autor.
En este sentido, Octavio quiso convencer al Senado de que Marco Antonio había enloquecido y para ello afirmó que había llegado a sus manos el testamento de su enemigo: «El texto de la supuesta voluntad postrera de Antonio decía que tras su muerte pondría los territorios orientales de la república en manos de Cleopatra«.
Naturalmente, tal y como relata el escritor, el supuesto testamento fue publicado en todos los territorios romanos y aquello supuso «el principio del fin del militar».
Incendio en el Prado
A finales del siglo XIX el Museo del Prado estaba en plena decadencia pese a su corta vida. Al gobierno le era indiferente que los trabajadores del museo vivieran dentro de las instalaciones. «Un brasero mal apagado, un fogón mal extinguido, un caldo que hubo que hacer a medianoche, una colilla indiscreta… y ¡adiós, Pasmo de Sicilia!, ¡adiós, cuadro de Las lanzas!», escribía De Cavia, consternado, como si de un Orson Welles prematuro se tratara.
Su intención, no obstante, no era lúdica, sino reivindicativa: quería colocar en el centro del debate social las malas condiciones de seguridad y prevención que entonces tenía El Prado. Y lo consiguió: todos respiraron aliviados cuando llegaron a las puertas de la pinacoteca y vieron que andaba, aún, impoluta, compacta, llena de valor, memoria y belleza. «Hemos inventado una catástrofe… para evitarla«, escribía al día siguiente De Cavia, desdiciéndose en la performance.
Muralla China
Algunas de estas falsas noticias se crearon sin una clara intención reivindicativa o propagandística. Había veces que los reporteros o transmisores de información simplemente se aburrían.
Fue el caso de junio de 1899, cuando cuatro periodistas decidieron, tras haber ingerido grandes cantidades de alcohol, publicar que el gobierno chino había acordado demoler la Gran Muralla China, trabajo para el que había contratado a un grupo de ingenieros norteamericanos.
Poco a poco, y sin contrastarlo, los demás medios estadounidenses se hicieron eco de aquella noticia, replicando lo que los inventores del bulo habían difundido. Así, la noticia salió hasta en el New York Times y llegó hasta Pekín: «El gobierno chino no tenía ni idea de lo que decía aquel rotativo extranjero. No habían decidido derribar la muralla, ni habían contratado a ningún ingeniero americano para que dirigiera los trabajos».
Finalmente, aquella noticia fue desmentida por las autoridades pekinesas y la anécdota no tuvo mayor repercusión.
I Guerra Mundial
En el siguiente bulo también se encuentra como protagonista el gigante asiático. En la Primera Guerra Mundial, cualquier aliado era más que bienvenido para combatir a los enemigos.
De esta manera, los británicos difundieron una serie de fake news desde el Ministerio de Información. Los ingleses sabían que para la cultura china no hay mayor infamia que la profanación de un cadáver. Para que el país declarara la guerra a Alemania, afirmaron que los alemanes empleaban los cuerpos de los fallecidos en combate para hacer jabón, glicerina, sopas de sobre y margarina en una fábrica de cadáveres.
Habían arrebatado dos fotografías a un prisionero alemán. En la primera aparecían soldados alemanes siendo transportados a su entierro, mientras que en el segundo aparecía un tren que cargaba caballos muertos que iban a ser aprovechados en las distintas fábricas del país. Lo único que hicieron fue cambiar los pies de foto y el resultado era una fotografía de hombres con el siguiente comentario: «Cadáveres alemanes camino de la fábrica de jabón» (cabe destacar que en alemán la palabra ‘cadáver’ se usa asiduamente tanto para humanos como para animales).
Este tipo de bulos funcionaron a lo largo de los cuatro años de guerra y los países abrieron un nuevo frente: el de las fake news. «Una de las primeras víctimas de la guerra es la verdad», considera J.M. Bielsa-Gibaja.
El escritor presenta estos y otros tantos ejemplos de falsas noticias que se publicaron en guerras posteriores y lanza varias reflexiones acerca de este fenómeno tan candente en este año 2020.
Cortesía de El Español