Los vestidos estaban guardados. Algunos eran suyos, otros de sus hermanas. El tiempo les había cambiado los pliegues, tal vez el color, pero no la memoria que en ellos se guardaba. Eran testigos silenciosos de una infancia donde se fue formando la mirada que hoy habita la obra de Ave, nombre artístico de Annie Vásquez, creadora de “Ave y la Dulce Levedad”, una muestra que reencuentra a la artista con trabajos realizados hace más de 25 años, ahora exhibidos en la Galería Bordes, sede de la Fundación Cultural Bordes, en Barrio Obrero.
La artista visual, escritora, investigadora y figura clave del arte conceptual tachirense desde los años 90, reconstruye aquí el gesto íntimo de mirar hacia atrás. Pero lo hace desde la forma, el color, el cuerpo. Los elementos centrales son los vestidos, propios y de sus hermanas, que Ave fusiona con materiales tan disímiles como chupetines, juguetes, ganchos, clavos, agujas y candados.

No hay complacencia en estas piezas. Tampoco dramatismo. Lo que hay es un sutil equilibrio entre ternura y crudeza. Una voz que habla desde lo propio, pero que convoca a muchas otras: la niña que fue, las mujeres que la rodearon, los ritos que marcan la vida y el cuerpo, incluso aquellos que nadie eligió vivir.
“Cada espectador tiene que hacer sus lecturas, pero podríamos pensar en torno a los peligros de la infancia, los peligros del exceso de inocencia o cómo necesitamos desarrollar malicia, encontrarnos al lobo feroz y salir de allí. (…) Esta es una obra, para mí hermosa, hermosa en cuanto a la ejecución, en cuanto a la experimentación estética, el uso del color, pero también hermosa en cuanto a la delicadeza, la sutileza y la complejidad con la que ella presenta algo tan rico en significado”, comentó Fania Castillo, directora de la Fundación Cultural Bordes.
La obra de Ave evoca esos lazos invisibles que nos marcan desde la infancia. Cada pieza invita a detenerse, a mirar de cerca, a dejar que los recuerdos y asociaciones emerjan. No busca dar respuestas, sino abrir un espacio para que cada quien encuentre nuevos sentidos en esas imágenes y objetos del pasado.
Durante dos décadas, esas piezas permanecieron guardadas. Algunas se mostraron en exposiciones colectivas, pero nunca reunidas bajo un mismo hilo temático. Ahora, bajo la curaduría de Osvaldo Barreto, este conjunto cobra nueva vida. Cada obra dialoga con las otras sin perder su individualidad, y juntas componen una narrativa visual que interpela al espectador desde lo íntimo y lo cotidiano.
“Es este un arte contemporáneo que hace un recorrido desde lo íntimo-personal hasta el mundo primordial de la infancia-universal. Estamos ante evocaciones poéticas, sublimes y contestatarias de ese infante que en muchos sigue latiendo y en otros solo parece nostalgia”, escribió Barreto sobre la muestra.

El próximo viernes 4 de julio, a las 6:30 p.m., se abrirá un espacio para ese diálogo necesario. Un conversatorio que no busca explicar la obra, sino ampliarla, acompañarla, dejar que siga diciendo. Participarán la curadora María Luz Cárdenas, en conexión desde Caracas; las artistas locales Elsa Sanguino y Carmen Ludena; y Fania Castillo, quien moderará la conversación.
José Capacho