Cultura

El arte es muy amigo de Gerardo Pinto

13 de agosto de 2021

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Gerardo Pinto, con sus manos, dio vida a la arcilla que tomaba de la quebrada de Peribeca y luego de Táriba, cerca de Tucapé, para modelar variedad de piezas de personajes del Táchira y de la cotidianidad de sus habitantes.

“Yo trabajaba en la elaboración de figuras  de personajes típicos de la región. María Bonita, Pedro Chamuza y Muela e´ Gallo, se destacaron. Una historia de mis últimos 25 años de vida”, recuerda.

Artista de museos y de galerías. Sus obras se lucieron en espacios de  San Cristóbal, Margarita, Maracaibo, Francia, Curacao. “Los Diablos de Yare, niños comiendo mangos, gente tejiendo, elaborando cestas, haciendo raspados, trabajos de mucha creatividad, forma y color, labor que emprendía junto a un grupo de trabajadores”, en su casa de Las Vegas de Táriba, expresa.

El paro petrolero contra Hugo Chávez causó daños a su proyecto. Un envío de piezas artesanales a Margarita y Curacao desapareció. Luego de los reclamos a la empresa responsable, recuperó parte de la mercancía, pero nada servía.

El arte de restaurar

Por amistad comenzó a restaurar piezas de personas que lo buscaron para rescatar una imagen religiosa, de valor familiar.

Investigó todo lo relacionado con la restauración de imágenes. “Vi que en la mayoría de los casos se puede restaurar, se puede salvar la imagen, la figura… recuerdo que he atendido a personas que llegan llorando por el daño que sufrió la pieza y luego, al buscarla, se observa la satisfacción por el trabajo”

San Agustín en la iglesia San José; la Virgen del Carmen en la capilla de Las Vegas de Táriba, trabajos a las religiosas Redentoristas, decenas de imágenes pequeñas que han cobrado vida al pasar por sus manos y retornar a sus espacios en templos de oración y en los hogares.

“Me ayuda mucho el trabajo de crear. El restaurar requiere cuidado en el uso de los materiales, como masas a base de goma, para poder tallar; yeso, masa flexible, goma especial y a veces la misma arcilla con arena, cemento. Son trabajos manuales y que no ameritan ir a un horno”, explica.

Pinto explica que este arte es un oficio de mucha paciencia, de mucho detalle, de entender y sentir la pieza que se trabaja. Es autodidacta. Aprende por ensayo y error. Lee mucho antes de iniciar un trabajo. Ya en su taller, planifica las etapas a cumplir.

— ¿Qué tipo de imágenes prefiere restaurar?

— La pieza religiosa llena. No es que uno les habla a las figuras, uno establece un contacto para entender las facciones de la cara, los detalles de los dedos de las manos, los detalles de los trajes, los tonos de los acabados.

“Hace poco un muchacho vino a la casa y me dijo que su  mamá soñó con el doctor José Gregorio Hernández. Lo vio vestido con la bata de médico abierta y llevaba el estetoscopio. Él trajo la pieza, yo la tomé y la transformé como él lo planteó. Recuerdo su rostro cuando le mostré el trabajo final: mucha alegría”, dice.

— ¿Recuerda un trabajo de restauración más complicado?

— No es que el trabajo sea más complicado, es más exigente, de hacerlo por etapas, sin afanes. Por ejemplo, la imagen de San Agustín, de la iglesia San José. Es una  pieza española, en  formato de dos metros de alto, que llegó con sus  manos partidas, daños en la cabeza y otros detalles. Se invierte más tiempo, porque así lo exige esa pieza.

¿Cómo es este oficio?

—Este mundo de restaurar es exigente y, a la vez, enriquecedor. Tú descubres, te nutres, es maravilloso lo que podemos hacer con nuestras manos y la delicadeza.

— Lamentablemente, hay malas restauraciones.

— Sí, así es. Creo que se debe a la falta de conocimiento, de averiguar los detalles de esa obra, de la pieza a intervenir. También influye la parte económica, al no tener el dinero para pagar por un buen trabajo, y eso influye en los acabados de los trabajos. Todo se puede restaurar.  A las personas les recomiendo que revisen el valor de la pieza, traten de lograr su restauración, por el valor familiar y patrimonial, como una imagen de un pesebre que haya pasado de generación en generación.

Los tres hijos de Pinto y su esposa, Miriam, saben este arte.

José Luis Guerrero

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