Cultura
Su papá le escondía los libros cuando aún no existía el celular
3 de julio de 2021
La vida del profesor Tirso Sánchez Noguera (93), recientemente fallecido, estuvo cimentada por los libros que alimentaron su pensamiento; la fe, nutriente del espíritu y el amor familiar, para colmar el afecto. Tres elementos que forjaron a un tachirense íntegro.
Ángel Ramón Oliveros Sánchez
Pocas veces se da el caso en que un padre de familia se ve en la necesidad de esconder los libros y cuadernos a su hijo. Resulta más extraño aún, si esta acción forma parte de un castigo o reprimenda. Afecto y disciplina, señales de una época.
En más de una ocasión, Máximo Sánchez, casado, de ocupación albañil, carácter firme y honestidad a toda prueba, se vio forzado a privar de sus libros y cuadernos al mayor de los varones. Hoy sería como esconder la tablet o el móvil a cualquier adolescente. Llegado el caso, la reacción sería en extremo irreverente.
Desde joven, José Tirso Sánchez Noguera (septiembre 1927-junio 2021) mantuvo una pasión casi obsesiva por las lecturas, en especial, historia y literatura. Cómplice en aquel hábito indomable por aprender debió ser la tía paterna, Ana Julia, cuya trágica muerte prematura le privó de su más preciada mentora de historia patria.
De niño, sentado en su regazo, le escuchaba recitar de memoria poemas de don Andrés Bello, que alternaba con lecturas de la gesta emancipadora; una imagen familiar que él guardaría con afecto.
Algunos años después, solía hacer de lector del Diario Católico para monseñor Ignacio Briceño Picón, un cura merideño, párroco de Nuestra Señora de La Consolación por más de 50 años, a quien se atribuye la construcción del templo. El uso de lectores particulares era una práctica común en muchos personajes importantes.
Casi adolescente, fue el primer pregonero del diario en su Táriba natal. El vínculo con el rotativo diocesano se mantuvo. Más tarde se hizo columnista en este y otros impresos.
La afición por aprender y esa cercanía a la Iglesia le encaminaron al Seminario, primero en Calabozo (Guárico) y luego en Caracas. Aprendió a leer a los filósofos clásicos en latín, asistir a clases de francés y escuchar uno que otro formador europeo, lejos de la convulsionada vida política y social en su lar. Para aquel entonces el Táchira, tierra aguerrida, ejercía hegemonía en varios frentes: el militar, el religioso, el político…
A finales de los 50, el cronista taribense ya destacaba entre los círculos históricos y culturales. Su esposa le ayudaba a aliviar el cansancio leyendo para él los apuntes de Filosofía y Letras en la extensión Táchira de la vieja UCAB. En ocasiones, le acompañaba a las convenciones de cronistas y otros eventos. Fue “la ayuda idónea” en la que Dios había pensado cuando formó de la costilla de Adán a la mujer: “No es bueno que el hombre esté solo.” (Génesis 2,18).
La partida de su cónyuge, 3 años y ocho meses atrás, causó una herida que asimiló serenamente. Otras ausencias repentinas apenas cicatrizaron: Muy joven, la partida de su madre, Enriqueta Noguera, en un aciago diciembre. Murió de parto mientras él se encontraba lejos de su tierra. Ya en el ocaso de su vida, la partida sorpresiva de su hija Iraida Valentina, a quien la pandemia del covid-19 sorprendió en Buenos Aires. Dos marchas silentes, dolorosas, sin despedidas, sin un ritual de duelo.
Una vida, mil vivencias
Apenas se diferencia el lector voraz del buen contador de historias. En sus más de nueve décadas bien vividas, José Tirso atesoró y dejó fluir historias. Cerebro y corazón acompasaron rítmicamente tecleando discursos, panegíricos, opúsculos, bandos, himnos, sonetos en su vieja máquina manual.
En particular, el arte de la crónica, que hoy revive en nuevos formatos digitales apenas explorados por nuestro cronista. Como Sócrates -quien no llegó a escribir sus obras-, otros recopilarán la crónica propia del cronista taribense.
Son cuantiosos sus aportes al gentilicio tachirense y andino. También enriquecedoras (aunque poco conocidas) resultaron las tertulias, programas, foros y otros encuentros con amigos, investigadores, estudiosos… También con cronistas de Venezuela y Colombia.
Los más allegados echarán de menos sus historias compartidas en encuentros fortuitos. Fueron momentos especiales en los que don Tirso “contaba la vida” mientras descubría nuevas vivencias: algún personaje típico ocurrente, anécdotas locales, datos históricos, comentarios sobre santos o artistas, incluso personajes del momento.
Primero la familia
Por sobre ese bien ganado áureo como estudioso y amante de la cultura venezolana y tachirense en particular, dialogaba con sencillez, arquetipo del hombre andino, amante de su tierra. En ella, la hoguera doméstica fue siempre una prioridad.
Nada le resultaba ajeno. Con la misma naturalidad con la que elevó cometas con sus hijos adolescentes o ensayó una curva intentando en vano emular al mejor pitcher de su tiempo, elevaba su espíritu ante la perfección poética del soneto, creación literaria de origen italiano donde versos endecasílabos riman entre cuartetos y tercetos.
Disfrutaba valses, bambucos, y otros géneros propios. Pero es casi seguro que no conoció el gusto por las rimas del reguetón, el rap y otros ritmos urbanos -también son formas de poesía-. Uno que otro defensor de estos ritmos pegajosos podría preguntarse cómo a alguien se le ocurre escribir sonetos en pleno tercer milenio.
Ya habrá quien le recuerde que la música representa el “sonido agradable al oído”. Algunas estridencias recientes seguramente no llegarían a convencerle, en especial, las que se exhiben a altos decibeles. Personas como él, prefieren salvaguardarse en paz, por dentro y por fuera.
A sus casi 94, su mente se mantuvo lúcida. Hasta el último día, hasta la última hora, casi hasta el último minuto. Su voz se fue alejando, como si se adentrara por mundos desconocidos para seguir contando historias, “que el ojo humano no ha visto, ningún oído escuchado, ninguna mente pudo imaginar”, como dirá san Pablo a los Corintios (1 Cor 2,9). ¿Acaso no fue fiel católico y firme creyente del Evangelio?
Senectud en pandemia
Como todos, durante meses vivió el aislamiento social. En su caso, creo que no le vino mejor pontífice que Francisco. El pontífice argentino invita a “rememorar lo que somos a los ojos de Dios, dar testimonio de lo que el Espíritu escribe en los corazones, revelar a cada uno que su historia contiene obras maravillosas”. (“La vida se hace historia”. 24 de enero 2020)
Antes que el papa Francisco hiciera del gesto de “Contar la Vida” una alternativa ante tanta esclavitud tecnológica -más recientemente, al aislamiento pandémico- Don Tirso había transitado estas lides narrativas por décadas.
Vivió y dio vida a incontables historias y vivencias. Debió intuir aquello de que “al narrar, damos sentido a cuanto nos ocurre”, según reza el autor de “Somos lo que nos contamos”, (Vilarroya Oscar, 2019). Esa sola pasión le valió para ser miembro de la Academia de Historia del Táchira, como lo fue de la Sociedad Bolivariana, de la Asociación de Cronistas de Venezuela…también participó e impulsó distintas experiencias ciudadanas.
Días antes de su partida, recordaba que fue otro grande ya ido, Xuan Tomás García Tamayo, (1918-1996) quien le anunció en su casa de Táriba su incorporación a la Academia de Historia del Táchira.
La honrosa elección no le restó méritos al educador y directivo docente, como cuando se metió entre ceja y ceja consolidar la educación media en Lobatera. ¡Cuántos años como director del Liceo Francisco Javier García de Hevia! Entonces Lobatera tenía el defecto de no crecer; por casi dos décadas mantuvo su misma población. Hizo lo propio para que Táriba tuviera biblioteca cuando nadie “googleaba” (sic) sus tareas.
Como buen cronista, rescató y contó historias reales. Estudió a Bolívar con admiración, -casi pasión- amó la historia. Terminó llevando a su hogar la vieja ventaja saliente de la casa en la que se presume descansó el Libertador a su paso por “la Perla del Torbes” (1810). Cierto o no, alguien alguna vez puso en duda el dato como “histórico”.
Cuando don Tirso escuchó, replicó displicente: -No me importa- y añadió: -“Si no estuvo Bolívar, estoy seguro que Valentina sí estuvo allí”.
Se refería a su amada esposa y compañera, con quien engendró nueve hijos y un ma r de sueños para su Táriba querida, un lugar con memoria bien esculpida.
Tallar en palabras imborrables las vivencias de todo un pueblo. ¿Acaso no es la tarea de quienes se dedican a estos menesteres? @oliverosar
(Táriba, junio 2021).