Nicolasito, como lo bautizaron en su natal Cagua, estado Aragua, vino al mundo un 5 de diciembre de 1947, y desde muy niño se inclinó por el ciclismo.
—-Cada vez que llegaba diciembre, mi sueño no era otro que esperar la venida del Niño Jesús, le dejaba la cartica debajo de la cama de mi mamá-madre de crianza, hermana de su madre biológica-, un pedimento especial, la ansiada bicicleta, apunta Nicolás.
Nunca llegó la bici, el Niño Jesús de mi pueblo era pobre, esgrime el ya retirado atleta, que me obligó a salir en busca de trabajo, apenas tenía 13 años, además qué éramos muchos hermanos-primos, cerca de la decena.
“Me tocó compartir el estudio en la escuela y luego en el liceo con un empleo, repartidor de víveres en una bicicleta. Mi primer sueldo era de 40 bolívares, en la “Bomboneria Englan”, propiedad de un español de nombre Enzo, a quien le pedí prestado un dinero para comprar mi propia bicicleta”, recuerda.
Sin pensarlo dos veces, mi jefe fue conmigo a una venta de bicicletas, a una cuadra de mi casa, y me compró el soñado vehículo de dos ruedas, por un precio de 220 bolívares. Se la pagué por cuotas, me la descontaba de mi sueldo.
Tanto era el amor del jovencito Nicolás de entonces por la bicicleta, que antes de tener su propia bici, le pedía prestada la bicicleta a su hermano mayor los fines de semana; como pago al favor que me hacía, yo le lavaba y pulía su bici, pues con ello dejaba las puertas abiertas para que me la prestara para la siguiente semana, relata el exrutero.
—-Acondicioné mi bicicleta, le quité los guardabarros y me inscribí en una competencia entre Maracay-La Victoria-Maracay, para bicicletas de paseo y especial. Se le dañó su bicicleta, un amigo se bajó de su bici, me la entregó, superé el lote y crucé de primero la meta. De premio me dieron un lata de mangos, nos dimos un banquete con mis compañeros ciclistas, sentencia.
Seis meses después, participé en la primera carrera seria, mi debut con bicicleta especial, me la prestó un amigo, el Clásico Virgen del Carmen, en el Día de la Madre.
Entre risas y recuerdos inolvidables a través del teléfono móvil, el exrutero recuerda que ni siquiera sabía hacer los cambios de la bicicleta, que lo obligó a usar solo el piñón 14, único que manejaba.
Enrique Mendoza “Mediecito”, ya desaparecido, vecino en mi barrio en Cagua, quien iba dentro del grupo de corredores, al verme de último en el lote, se me acercó y me dijo que pasara al frente. Caía un aguacero, no se veía la carretera y con la osadía de muchacho, me escapé en solitario, pasé por mi pueblo y los vecinos me gritaban: “vamos nicolasito”. Ganó escapado, como premio le dieron un trofeo y una plancha.
Como anécdota, cuenta “El Morocho” Nicolás, como lo bautizó la radio colombiana por el color de su piel, se guardó la plancha dentro de su cuerpo para entregársela a su madre, quería darle una sorpresa.
Pero lejos de doña Nicolasa alegrarse por el regalo de su muchacho, ganado en buena lid, y el gesto que tuvo por el Día de la Madre, comenzó a perseguirlo por toda la casa para darle una tunda, cometido que alcanzó luego de sacarlo de debajo de la cama con un palo de escoba al aterrorizado muchacho que media una hora antes había ganado su primera carrera.
“No me escapé de la pela”, confesó al periodista, con un fuete me castigó y al grito de: “ladrón, vaya entregue la plancha”, tuve que escapar de la furia de mi mamá y recurrir a un vecino para que viniera a mi casa y le dijera a mi vieja que en verdad la plancha la había ganado en una prueba de ciclismo. Toda la rabia de la recia madre, tenía que ver porque el jovencito, para ese momento tenía 15 años, se había ido para la calle desde muy temprano sin haber perdido permiso.
Victor Chirinos, su descubridor
Ya con 16 años de edad y con unas ganas intensas de empezar a descollar en el ciclismo de ruta, Nicolás Reidtler, estaba con su bicicleta frente a su casa cuando vio pasar a un grupo de ciclistas en plan de entrenamiento, todos con experiencia en carreras de primer nivel, entre ellos los hermanos Victor y Arsenio Chirinos y Simón Armando Rodriguez.
En alpargatas y ropa de diario, el bisoño corredor se montó en su bicicleta y se unió al grupo de corredores. Cuando comenzaron a darse palo o leña, términos que se utilizan en una competencia en el terreno se montaña, cuando se va en busca de un premio de tercera, segunda, tercera y primera categoría. Nunca se quedó rezagado del gran grupo de experimentados ciclistas, llegó junto a ellos hasta el sitio donde iban.
Causó buena impresión el jovencito de Cagua, al extremo que Victor Chirinos se le acercó y le preguntó que si le gustaba el ciclismo; de inmediato respondió que sí, lo cual llevó a que “Nicolasito” fuera inscrito en el club Taller Vemezuela, cuyo propietario era un señor venido de Portugal hacia varios años.
—-El portugués, Enzo el español donde trabajé por primera vez y unos italianos aficionados al ciclismo me patrocinaron, yo era su ídolo. Aparte de ello le daban verduras y pescado a mi madre para ayudar al sustento de la numerosa familia que éramos, recordó con un dejo de nostalgia pero también de orgullo, pues nunca se ha avergonzado de su crianza.
Ya con cierta experiencia y respaldado por su juventud, capacidad y ganas de ser alguien dentro del ciclismo, su gran pasión, el moreno corredor se alistó para debutar en la Vuelta Ciclista a Venezuela, año 1968. No tuvo un mal comienzo, finalizó de octavo, Armando Blanco se coronó campeón.
Dos años después,vistiendo la camiseta del equipo Vino Castengaldolfo, edición de 1967 del Giro Nacional, el nombre de Nicolás Reidtler pasa a engrosar el mosaico de campeones.
La sinceridad brota por los poros del otrora gran ex rutero nacional, llama las cosas por su nombre y goza de un memoria prodigiosa, por ello como si se tratara del disco duro de una computadora, cuenta, pasó su vida, desde niño hasta la actualidad, sin perder el hilo de lo que ha sido su trayectoria .
Victor Chirinos, su descubridor
Ya con 16 años de edad y con unas ganas intensas de empezar a descollar en el ciclismo de ruta, Nicolás Reidtler, estaba con su bicicleta frente a su casa cuando vio pasar a un grupo de ciclistas en plan de entrenamiento, todos con experiencia en carreras de primer nivel, entre ellos los hermanos Victor y Arsenio Chirinos y Simón Armando Rodriguez.
En alpargatas y ropa de diario, el bisoño corredor se montó en su bicicleta y se unió al grupo de corredores. Cuando comenzaron a darse palo o leña, términos que se utilizan en una competencia en el terreno se montaña, cuando se va en busca de un premio de tercera, segunda, tercera y primera categoría. Nunca se quedó rezagado del gran grupo de experimentados ciclistas, llegó junto a ellos hasta el sitio donde iban.
Causó buena impresión el jovencito de Cagua, al extremo que Victor Chirinos se le acercó y le preguntó que si le gustaba el ciclismo; de inmediato respondió que sí, lo cual llevó a que “Nicolasito” fuera inscrito en el club Taller Vemezuela, cuyo propietario era un señor venido de Portugal hacia varios años.
—-El portugués, Enzo el español donde trabajé por primera vez y unos italianos aficionados al ciclismo me patrocinaron, yo era su ídolo. Aparte de ello le daban verduras y pescado a mi madre para ayudar al sustento de la numerosa familia que éramos, recordó con un dejo de nostalgia pero también de orgullo, pues nunca se ha avergonzado de su crianza.
Ya con cierta experiencia y respaldado por su juventud, capacidad y ganas de ser alguien dentro del ciclismo, su gran pasión, el moreno corredor se alistó para debutar en la Vuelta Ciclista a Venezuela, año 1968. No tuvo un mal comienzo, finalizó de octavo, Armando Blanco se coronó campeón.
Dos años después,vistiendo la camiseta del equipo Vino Castengaldolfo, edición de 1967 del Giro Nacional, el nombre de Nicolás Reidtler pasa a engrosar el mosaico de campeones.
La sinceridad brota por los poros del otrora gran ex rutero nacional, llama las cosas por su nombre y goza de un memoria prodigiosa, por ello como si se tratara del disco duro de una computadora, cuenta, pasó su vida, desde niño hasta la actualidad, sin perder el hilo de lo que ha sido su trayectoria .
Hugo Domingo Molina lo trajo al Táchira
No quería venir a los andes, no esta interesado, apunta Nicolasito, apelativo como lo conoce su gente de Cagua. Sin embargo, viajó con su equipo Vino Castellgandolfo al Clásico la Consolación de Táriba, venía de ser subcampeón de la Vuelta a Venezuela, escolta del campeón Fernando Fontes.
Ramón Molina, hermano de Hugo Domingo Molina, presidente de la Lotería del Táchira, se me acercó para decirme que si quería correr con el escuadrón lotero.
Rectifica para señalar que antes de venir al Clásico la Consolación, corrió la Vuelta al Táchira de 1968, terminó la carrera pero no se metió entre los diez primeros.
“Me reuní con el licenciado Hugo Domingo Molina, firmé con el equipo Lotería del Táchira y desde entonces que quedé por siempre en San Cristóbal; me casé, con primera esposa, Coromoto, procreamos 5 hijos, cuatro hembras y un varón, quien ya falleció”.
Una larga historia deportiva después de engrosar filas con el club lotero; tercero en la Vuelta al Táchira de 1969 y cinco subtítulos en las otras nueve ediciones que participó, una especie de embrujo que no lo dejó ser campeón: escoltó a Martín Emilio Cochise Rodríguez campeón en 1971; a Santos Rafael Bermudez en 1973; en 1975 y 1976 a Fernando Fontes y en 19778 el colombiano José Patrocinio Jimenez.
Producto de su buena actuación en el Picolo Giro, la carrera más importante después del Giro, en 1976, ganó la séptima etapa y fue campeón de la montaña. Se quedó en el “Viejo Continente” de junio a octubre, corriendo varias pruebas en Italia. Dejó buena impresión en suelo “azzurri”, trayendo consigo que dejara firmado un pre acuerdo para irse a correr en 1978 a Italia. Un año antes formó parte del equipo de ruta de Venezuela en el Mundial de Ciclismo en San Cristóbal.
No pudo hacer realidad el sueño de correr por lo menos un par de años en Europa, un absurdo accidente de tránsito, el 25 de mayo de 1978, cuando regresaba de la Vuelta a Barinas en su moto, lo retiró por siempre de la competición. Un joven colombiano masajista apodado el “pollo” lo acompañaba en la moto, quien logró salir mejor librado que el.
Más de seis operaciones por fractura de cadera y una de sus piernas, no han sido suficientes para que esta gloria del ciclismo venezolano vuelva a ser el hombre normal, que no hace mella en este exciclista, pues se siente una persona realizada: dos matrimonios, 7 hijos, 5 en el primero y dos en el segundo, ambos varones.
Vive en el sector la Villa Olímpica, en una casa que le donó William Mendez, cuando fue alcalde de San Cristóbal.
Se siente querido por sus amigos y por todos quienes igual que el disfrutaron de sus triunfos y sufrieron con sus derrotas.
Homero Duarte Corona