Un accidente en la vía de Apartaderos, en el municipio Bolívar, le produjo daños irreversibles a su humanidad. La muerte de Camperos dará oportunidad a que otros seres humanos tengan el derecho a la salud
Jonathan Maldonado
En reuniones con familiares y amigos, Carlos Camperos, de 61 años, solía manifestar su convicción de querer donar sus órganos en el momento en el que Dios se lo permitiera, una decisión que sus allegados hicieron cumplir cuando le diagnosticaron muerte cerebral.
Camperos sufrió un accidente cuando transitaba en su moto por la vía de Apartaderos, rumbo a la ciudad de San Antonio. El hecho acaeció durante la tarde del pasado domingo, 3 de abril, cuando ciudadanos alertaron al Cuerpo de Bomberos de San Antonio del Táchira que una persona se hallaba tendida sobre el asfalto.
«Mi hermano decía que sus órganos podían ser estudiados y ser donados. Él usaba la popular frase de que a su cuerpo no le entraba ni coquito», relató su hermano Juan Camperos, comerciante y político de gran trayectoria en el municipio Bolívar.
A Carlos, el día del accidente, lo llevaron, en primera instancia, al hospital Samuel Darío Maldonado, donde le diagnosticaron traumatismo craneoencefálico severo. No pasó ni una hora cuando su familia, por recomendación del personal del hospital, decide trasladarlo a Cúcuta, específicamente al hospital Erasmo Meoz.
«Fueron momentos muy difíciles, duros, pero a la vez fue una obra de misericordia de mi hermano», prosiguió el pariente, quien accedió a contar la historia al equipo reporteril de Diario La Nación.
En un café de la frontera, el menor de seis hermanos fue hilando los últimos días de vida de Camperos, el penúltimo de ellos. «En vida decía que hasta la piel y sus huesos quería donar», subrayó con la voz aún quebrantada por la inesperada partida del sexagenario.
En el hospital Erasmo Meoz se le hicieron todos los exámenes de rigor, con los especialistas requeridos y, al cuarto día, se les informó que el ciudadano, quien también contaba con nacionalidad colombiana, tenía muerte cerebral.
Con ese diagnóstico, el especialista en órganos tocó el tema de la donación, con la sorpresa de que iba a recibir un sí de inmediato, pues era el gran anhelo del señor Camperos, quien en vida lo conversaba constantemente, en medio de tertulias amenas, y con algo de controversia en el instante de mostrarse tan convencido de donar sus órganos.
Tomada la decisión, se esperó un día más y fue llevado a quirófano, donde se le hizo la operación, como a cualquier paciente, para extraer sus órganos. «Sé que donó sus ojos y riñones, aunque los médicos nos dijeron que tenía otros órganos muy sanos», aseveró.
«A Dios gracias, se dio como él lo pensó. Dios le dio la oportunidad de que sucediera así», argumentó el hermano, al tiempo que recordó que su pariente era padre de dos mujeres y un caballero.
Carlos, según sus allegados, comía alimentos altos en sal, mucho picante y le gustaba tomar licor; aun así, sus órganos estaban totalmente sanos.
La donación de órganos tiene sus reglas. Aunque Juan Camperos requiere trasplante de córnea, no puede usar la de su hermano, pues en cada banco de órganos hay una lista extensa de personas y hay que respetar el orden.
«Los médicos nos decían que es muy bajo el porcentaje de donantes (3 %). Por eso, se mostraron sorprendidos con nuestras respuestas, pero la verdad es que estábamos respetando y haciendo valer la convicción y decisión de nuestro hermano», dijo.
Si el paciente se hubiera quedado en el hospital Samuel Darío Maldonado, municipio Bolívar, no se hubiera podido llevar a cabo el procedimiento, pues este centro de salud nunca ha tenido un banco de órganos.
«En mayo, el hospital de San Antonio cumple 42 años y nunca se ha hecho ningún procedimiento concerniente a donación de órganos», resaltó un galeno consultado dentro de las instalaciones.
Carlos Camperos, en vida, se mostró siempre muy positivo y arropado por la buena salud. «Amaba a los animales, a las plantas y al campo», recalcó su hermano, mientras agregaba que también fue comerciante.
La autorización la firmaron su esposa y una de las hijas. En la actualidad, el cuerpo de Camperos descansa en el cementerio de la ciudad de San Antonio, con la certeza de que dio vida después de la muerte, tal y como lo deseaba y llegó a manifestar, en reiteradas ocasiones, ante sus familiares y amigos.
La muerte de Camperos dará oportunidad a que otros seres humanos tengan el derecho a la salud y a la vida que se consagra en la Carta de Derechos de la ONU.