Frontera

EDICION FRONTERA Crónica de Venezuela a Colombia | Cruzar fronteras para cobrar una remesa

6 de agosto de 2019

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Ofertas de todo tipo de productos y servicios se escuchan en medio del transitado sector fronterizo: “lleve su agua bien fría a 500 pesos; sí hay pasteles y empanadas, a mil pesos; compramos y vendemos teléfonos; compramos cabello”…

“¡San Antonio, San Antonio!” Se escucha de manera repetida al llegar al terminal de San Cristóbal, donde vehículos particulares ofrecen el traslado al municipio fronterizo a un costo que va de 7 mil a 10 mil pesos. Mientras tanto, de la parada situada para el transporte hacia la frontera, entran y salen buses con una diferencia mínima de tiempo de turno, pareciendo entonces que la crisis de repuestos y precio del pasaje no afectan a esta ruta, que cada día suma más líneas afiliadas.

“Por favor, el pasaje”, indica el colector, quien se dispone a cobrar “9 mil bolívares o 4 mil pesos; no se aceptan billetes de 50 Bs para abajo”, anticipa.

Para muchos, las colas para cobrar remesas se inician en el terminal de San Cristóbal. (Foto: Tulia Buriticà).

Cobrado ya el pasaje y la lista con los datos de los pasajeros completa, se dispone a salir el bus, vía a San Antonio; la alegría por salir “full” y obtener algunos pesos, la hace notar el chofer al colocar a alto volumen un vallenato.

En simultáneo, algunas señoras conversan entre ellas: “yo voy al Western del Ventura”, se le escucha a una, haciendo referencia a la oficina donde se traslada a cobrar su remesa.

El trayecto hacia la frontera le permite al venezolano pensar y planificar a qué oficina puede ir a cobrar su remesa; el tiempo de atención, la afluencia de personas, la cantidad de taquillas, son algunos aspectos que se toman en cuenta.

“Aquí nos quedamos”, comenta uno de los pasajeros al llegar a San Antonio, metros antes del cementerio, donde solían hacer la parada anteriormente los transportistas. “Le llevamos la maleta por poquitos pesos”, es la frase más frecuente lanzada hacia quienes se bajan de los autobuses. La trayectoria se debe emprender desde ese punto, caminando, para llegar a territorio colombiano.

Sin casas de cambio locales

Desde el año 2003, en Venezuela no hay casas de cambio, el Estado ejecutó una política de control cambiario mediante la cual solo algunas entidades fueron autorizadas para realizar dichas operaciones.

Hay varias oficinas que prestan este servicio, pero Efecty –para giros nacionales en Colombia- y Western  Unión –giros internacionales- son las dos agencias, cuyos requisitos no incluyen  el pasaporte sellado para las transacciones; con la cédula venezolana es suficiente.

Western cuenta con siete oficinas en todo el Departamento del Norte de Santander, por lo cual quienes cruzan la frontera por Boca de Grita para el Puerto o por Ureña, deben trasladarse hasta Cúcuta o Villa del Rosario para retirar sus remesas, que en su mayoría son giros internacionales.

Luego de caminar 1,5 kilómetros, desde la redoma Virgen de la Luz, por la avenida Venezuela –principal desembarque de quienes se trasladan-, y de haber pasado los respectivos controles migratorios, se consigue la primera oficina de Western, inaugurada haces pocos meses en el sector de La Parada, en Villa del Rosario. “Hay demasiada cola para esperar con ese sol”, expresa una joven que se asoma a pocos metros, a modo de medición.

Ofertas de todo tipo de productos y servicios se escuchan en medio del transitado sector fronterizo: “lleve su agua bien fría a 500 pesos”; “sí hay pasteles y empanadas, a mil pesos”; “compramos y vendemos teléfonos”; “compramos cabello”, se escucha a menudo. Un peculiar precio se repite entre el municipio Bolívar, de Venezuela, y el Norte de Santander: mil pesos, que es el monto más popular en el eje fronterizo, aunque cada vez se extiende hacia otros municipios venezolanos, incluida la capital del estado Táchira, San Cristóbal.

“Ventura directo, centro, terminal”, se escucha por parte de los colectores en medio del particular mercado improvisado a orillas de las calles, que es la ruta para trasladarse hacia Cúcuta y aprovechar de sortear otra oficina de giros internacionales, menos congestionada que la de La Parada.

Ciudadanos abordan estos buses, copando de manera rápida la capacidad de cada uno de ellos. “1.600 pesos”, le notifica el colector a cada pasajero, mientras cobra por cada uno de los asientos, y por el pasillo, “aquí el pasaje no sube”, comenta un señor de manera jocosa a otro, mientras cuenta las monedas para pagar, “tengo más de un año viniendo y el precio sigue igual”, insiste.

En Venezuela, la crisis económica, la carencia de repuestos y la acelerada hiperinflación llevan a que los transportistas aumenten el precio del pasaje de manera mensual, en la mayoría de casos al margen de lo establecido en gaceta. Para el mes de mayo de este año, la inflación venezolana se registró en 31,3 %, según la Asamblea Nacional, mientras que en Colombia, para el mismo mes fue de 3,32 %.

Llegar, emoción, temor

“Los que se quedan en el Ventura Plaza”, grita el colector para anunciar la parada de quienes se quedan en el centro comercial, el cual es muy frecuentado por venezolanos para retirar sus remesas; ahí hay una oficina de la agencia de giros internacionales, supermercado con buenos precios en algunos productos y otros locales que, por la cantidad de usuarios, denotan una abundancia económica.

A pocos metros del centro comercial se puede encontrar otra oficina, en el Boulevard por la Avenida 0, con menos afluencia de usuarios y con 5 taquillas para atención al público, incluida la de personas preferenciales (mujeres embarazadas, adultos mayores y personas con discapacidad). “Buenos días vecino, por favor, su cédula y el código”, indica una de las trabajadoras frente a la sala de espera. Al presentar lo solicitado, quien va a retirar la remesa debe completar algunos requisitos en una planilla pequeña, a modo de talonario.

“Dios mío, ¡qué calor hace aquí!”, expresa una joven en medio de la espera para pasar hacia la otra zona, donde se encuentran las taquillas y funciona el aire acondicionado, “aquí no es como allá”, le responde quien está a su lado, “allá sí se puede derrochar luz porque no se paga nada, pero aquí sí”, termina de contestarle.

La agencia se divide en 2 locales, la sala de espera, que la componen alrededor de 35 asientos, un aire acondicionado que no enciende, un ventilador y un espacio de pasillo para ocuparlo con usuarios que no alcancen a sentarse. En el otro local se encuentran las taquillas y un espacio con cinta de seguridad para mantener la cola de los que vienen de la sala de espera.

“Esto es un abuso”, exclama una señora, “no es justo que con el dinero que se ganan de nosotros, los venezolanos, no tengan aire acondicionado y nos pongan a sudar como animales”, se queja.

En otro lado de la sala de espera se pueda escuchar a una señora, de unos 50 años, conversar con un joven de unos 25: “vaya al Justo y Bueno mijo, o al D1, allá puede conseguir buenos precios, como arroz, azúcar, y una mortadela de mil pesos, que sale buena”, le comenta. Varias conversaciones en ese aspecto comparativo de precios se dan a la espera de pasar a la tan anhelada taquilla.

“Pasen 10 más”, indica una trabajadora de la agencia al transcurrir 30 minutos. “Mantengan el orden, en esta área no se puede utilizar el teléfono, por favor, colaboren”, anuncia de manera educada el trabajador de seguridad. “Siguiente”, se escucha en una de las taquillas; por fin, la espera se acabó. “Quién le envía, desde dónde, cuántos pesos”, son algunas de las preguntas que por lo general hacen; sin embargo, a otros usuarios, en otras taquillas, les han preguntado “cuánto capital poseen, cuántas propiedades tiene a su nombre”, y afirman que son políticas de seguridad de la agencia.

Las remesas enviadas a estas oficinas en el Norte del Santander son pagadas en la moneda local -pesos colombianos-. “Firme aquí y coloque su huella, por favor”, de esta manera y colocando un sello a modo de cierre, se termina la transacción del giro.

“Señora, qué va a hacer, se va a ir o va a comprar”, le pregunta el joven a quien le habían sugerido los supermercados de buenos precios: “yo voy a comprar y luego sí me voy”, contestó.

—¿Vale la pena hacer compras en pesos, señora?, preguntó el joven.

—Mijo, siempre será mejor comprar comida aquí, sin importar el cambio; yo no entiendo mucho de eso, pero los bolívares en Venezuela no alcanzan para nada y los productos son de mala calidad o revendidos. Es mejor ir por lo seguro; buenos precios, la calidad, y rinde la plática.

(Keyler J. Guillén/ Estudiante de 4to año de Comunicación Social/ ULA-Táchira)

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