Frontera

EDICIÓN FRONTERA | Niños venezolanos saturan colegios de Villa del Rosario

25 de septiembre de 2019

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Los institutos La Frontera y María Inmaculada, ubicados en el municipio Villa del Rosario, han acogido a un gran número de estudiantes venezolanos

El DATO

En los colegios privados de la frontera, lado venezolano, los representantes optaron por pagar parte de la mensualidad en pesos, para evitar la deserción de maestros

DE INTERÉS

Desde abril de 2018, el Gobierno de Colombia emitió una circular en la que se especifica todo lo referente al ingreso de niños venezolanos en las instituciones educativas


Por Jonathan Maldonado

el inicio del año escolar 2019-2020 en Venezuela está signado por la creciente deserción de estudiantes y profesores. Los pulverizados sueldos de los maestros y la falta de seguridad alimentaria y de salud, han empujado a muchos profesionales de la educación a buscar alternativas foráneas. Cientos de infantes, por su parte, han migrado con sus representantes; otros, simplemente, no cuentan con los recursos ni las fuerzas para asistir a las aulas.

Bajo este escenario, el pasado 16 de septiembre, las escuelas abrieron sus puertas. En Caracas y en varias regiones del país, los docentes optaron por tomar las calles para exigir sueldos dignos. Las agresiones hacia ellos, por parte de colectivos armados, dieron la vuelta al mundo, gracias a la inmediatez de las redes sociales.

La frontera colombo-venezolana no escapa al drama que enfrentan las escuelas en los municipios Bolívar y Pedro María Ureña. Decenas de niños, algunos con doble nacionalidad y otros con su mera cédula venezolana, abandonaron las instituciones educativas en la nación del oro negro, persiguiendo una calidad que en su país no palpaban.

En horas de la mañana y mediodía, cerca de 2.000 niños suelen cruzar el puente internacional Simón Bolívar para acudir a las aulas en Colombia. Del lado neogranadino, el servicio de transporte escolar gratuito los espera y traslada hasta las diversas instituciones, la mayoría ubicadas en el municipio Villa del Rosario.


Más de la mitad vive en Venezuela

El Megacolegio Institución Educativa La Frontera, con más de 50 años de historia en La Parada, primera zona comercial con la que se topan los venezolanos tras pasar el tramo binacional, alberga alrededor de 1.600 estudiantes, de los cuales 700 son naturalizados y 200 nacidos en Colombia. El resto, casi 700, se divide entre venezolanos y retornados.

El rector de la institución, Germán Berbesí, indicó que el año pasado se registraron 13.000 solicitudes de representantes, la mayoría venezolanos, que deseaban un cupo para sus vástagos. De esa gran demanda, se otorgaron 800 puestos. En la actualidad, las instalaciones están copadas, solo habría posibilidad de generar nuevas vacantes, si se llegaran a retirar algunos niños y adolescentes.

La institución que más venezolanos alberga.

Berbesí agregó que de los 1.600 estudiantes que hacen vida en la institución, cuya nueva sede comenzó a operar en 2017, 1.000 viven en San Antonio del Táchira y en sus zonas aledañas, como la parroquia El Palotal y la aldea Llano de Jorge. “En esa cifra entran tantos naturalizados, es decir, aquellos que poseen cédula de identidad colombiana porque uno de sus padres nació aquí, como quienes solo tienen cédula venezolana”, explicó.

La estructura posee 18 aulas básicas, cuatro salones para preescolar, baterías sanitarias, ludoteca, cancha multifuncional, área administrativa, salón de profesores, dos aulas múltiples, dos laboratorios de Física y dos laboratorios de Química.

Las estimaciones del rector Berbesí, siendo lo más optimista posible, apuntan a que no más de 190 cupos se puedan habilitar para el próximo período escolar de la institución, el cual arrancaría en enero de 2020 y culminaría, como es costumbre en el vecino país, en el mes de noviembre.

El niño venezolano, detalló la máxima autoridad del Megacolegio, recibe los mismos derechos de educación y salud que los colombianos. En lo que respecta a la alimentación, se escoge entre todos los integrantes del plantel a los más vulnerables, aquellos que por sus condiciones socioeconómicas ameritan mayor atención.

Germán Berbesí dejó claro que la única tranca que puede presenciar un niño venezolano es cuando llega a su último grado de bachillerato, el once. “En ese instante, si el joven no tiene sus papeles en regla, es decir, su visa y demás documentos exigidos, no podrá avanzar”, subrayó. Al mismo tiempo, trajo a colación algunas falencias que presentan los pequeños: “en Venezuela no ven inglés desde primaria, aquí sí. Tampoco la materia de Ética y otras más”, resaltó.


210 venezolanos en el María Inmaculada

 Desde el 2015, tras darse el cierre de los puentes, el Instituto Técnico María Inmaculada, en el municipio Villa del Rosario, ha recibido tanto a niños venezolanos como a retornados, informó su rectora, Nohora Leal, quien detalló que a partir de este año la demanda se intensificó, al punto de recibir a 520 estudiantes.

De esta última cifra, 210 son niños solo con cédula venezolana, 15 retornados y el resto, 295, poseen ambas nacionalidades. “Lo que hemos hecho es brindarles la oportunidad de ingresar al sistema educativo, que puedan acceder a los beneficios del transporte -los traen y llevan del puente-, y algunos hacen parte del programa de alimentación escolar”, enfatizó.

Nohora Leal (Foto/Jonathan Maldonado)

“La mayoría de niños ha presentado excelente comportamiento. Los padres han asistido cuando se les llama. A veces presentan inconvenientes para entregar sus tareas a tiempo, pues en muchas ocasiones no hay luz, no tienen Internet en sus casas, y hay niños que viven mucho más allá de San Antonio, ya en la vía a San Cristóbal”, explicó.

Leal puso el ejemplo de un alumno, a quien calificó de excelente por su alto rendimiento. El adolescente, dijo, llegó a hacer octavo grado, pero gracias a sus capacidades, buena preparación y destrezas, los profesores lo promovieron para el siguiente grado. “Ahora está en décimo y es uno de los mejores”, apuntó.

La rectora hizo hincapié en que, para el próximo año, no habrá posibilidades de abrir cupos. “El colegio, más bien, tiene un sobrecupo de 75 estudiantes. Solo tendríamos oportunidad de darles acceso a quienes ingresen a preescolar”, recalcó.


Persiguen calidad para sus hijos

Paola Riveros, de 34 años, habitante del barrio Lagunitas en San Antonio del Táchira, decidió inscribir a sus dos hijos en la escuela Pedro Fortoul, sede de la General Santander, en Villa del Rosario. “Me motivó la calidad del estudio, la cual mis hijos no estaban percibiendo en Venezuela. Al mayor lo inscribí desde hace dos años, y al menor este año”, especificó.

Paola Rivero (Foto/Jonathan Maldonado).

Para Riveros, pasar el puente internacional Simón Bolívar, a diario, se ha convertido en un trauma, que “genera estrés por el exceso de gente y el tiempo que se debe invertir. Por ejemplo, ellos estudian en la tarde y al mediodía se complica porque hay que hacerles el almuerzo, ellos van acabados de comer y deben pasar el tramo binacional bajo ese sol inclemente. La gente tampoco colabora, pues quienes pasan mercancía obstaculizan el trayecto”, dijo.

El trauma es aún mayor cuando han llegado a cerrar los puentes. Evocó el pasado 23 de febrero, día en el que se intentó ingresar la ayuda humanitaria y que desencadenó en el bloqueo de los pasos fronterizos por parte del gobierno de Nicolás Maduro. Duró 15 días sin llevar a sus hijos a clase, no quiso someterlos a los peligros de las trochas.

“Yo no iba a poner en riesgo sus vidas y tampoco me parece que eran episodios que ellos debían ver, ya que había personas armadas en las trochas.  Mucha gente sí lo hizo”, aseveró la progenitora. El sacrificio que hace Paola Riveros es una realidad que envuelve a cientos de madres y padres en San Antonio y Ureña.

La dama tiene pensado trasladar a sus pequeños nuevamente a planteles venezolanos. “He visto que hay mucha delincuencia y no estoy acostumbrada a estos episodios. Se están formando grupos de niños vendiendo droga y pandillas. Mantenerlos acá es hacerlos pasar por un riesgo”, argumentó.

El tiempo que perdían en las aulas, porque muchas veces su profesor no llegaba a la hora prevista, desmejorando así su aprendizaje, hizo que Patricia Silva, de 30 años, cambiara a sus hijos a un colegio colombiano. “Mi hija llegó a un extremo de escribir hombre sin h y ciego con s; y todo estaba bien, no estaba pasando nada”, rememoró en un tono que revela su angustia por la situación que atraviesa Venezuela.

“Tengo a mi niña y a mi niño acá. Vamos a cumplir apenas un año. Traté de aguantar lo más que pude. Mi hija había comenzado a cursar tercer grado en Venezuela. Me la traje para Colombia y yo misma le pedí a la institución que la bajara un grado, pues la edad la ayudaba para que me la colocaran al día con todas las nivelaciones, con todo el sistema educativo, que es diferente”, arguyó.

Patricia Silva (Foto/Jonathan Maldonado).

Patricia y sus hijos viajan todos los días desde El Palotal, parroquia foránea del municipio Bolívar, hasta la ciudad de San Antonio. Usan una moto como método de transporte, la cual dejan en un estacionamiento. De allí, emprenden caminata hacia el puente. “El esfuerzo lo hago por las ganas de ver a mis hijos superarse, de que sean alguien y tengan una buena enseñanza. De lo contrario, créame que ya hace mucho hubiera tirado la toalla; no solo por mí, sino también por ellos, ya que el tiempo que nos queda es muy poco”, agregó.

Las tareas de sus hijos, el trayecto que deben recorrer a diario y el trabajo absorbente de su esposo, han mermado su vida social y familiar; “porque todo el tiempo el papá está por un lado, yo por otro, y cuando estamos en la casa, estamos metidos con los cuadernos 100 %”, aseguró.

Además, se suma el cansancio físico y emocional. “En estos días la niña me estuvo presentando síntomas de dolor en una de sus piernas, pero al parecer es una displasia por la caminata. Siempre es fuerte y cuando pasamos el puente, a mediodía, el sol está insoportable. Igual, yo le digo a mi hija que se dé cuenta del esfuerzo que estamos haciendo. Es un sacrificio, lo único que yo les pido es que no desistan, que aguantemos. Los dos están en la tarde: el niño en transición, es decir preescolar, y la niña está en segundo, con ocho años cumplidos”.


Trochas, enfrentamientos y más riesgos

Las anécdotas de padres venezolanos que pasan a diario con sus hijos por el tramo binacional, y cuyos matices se escapan de un simple vistazo, pululan en la frontera. Mayra Castro, de 32 años, vivió momentos álgidos -que no desea para nadie-, cuando fueron cerrados los puentes y se negaban a abrir el canal humanitario.

Los niños también asumen riesgos (Jonathan Maldonado).

Asumiendo los riesgos y consecuencias, emprendió junto a sus hijos la marcha por las trochas. Allí vio, por primera vez, a hombres armados. Algunos le decían que eran colectivos; otros, que eran guerrilleros; lo cierto es que para ella eran personas con las que no quería volver a tropezarse. La travesía la hizo en varias oportunidades, hasta que las autoridades venezolanas se dignaron a permitir el paso preferencial por el puente.

En días lluviosos, con el río a punto de llegarle por la cintura, Castro tuvo que acudir a la ayuda de los `trocheros`, para que cargaran a sus pequeños en el hombro mientras atravesaban el afluente. “Todo lo hacíamos para que no perdieran clases, pues un día perdido aquí es bastante fuerte, ya que se  atrasan mucho”, señaló.

Mayra Castro (Foto/Jonathan Maldonado).

“El paso por el puente es bastante tedioso. Además del implacable sol, muchas veces he tenido que correr con mis hijos porque se registran tiroteos entre los colectivos y paramilitares. Hay momentos en los que el ambiente se pone tenso”, narró con los nervios visibles en una mirada que no está dispuesta a claudicar, pese a las adversidades.

Carmen Zulay Sanguino, de 54 años, ha experimentado con su nieto instantes similares a los de Mayra Castro. A la pregunta de los peligros que ha vivido, rememoró aquel episodio en el que se vio en la necedad de lanzarse al suelo, junto al infante, debido a un tiroteo que se registraba en la zona entre grupos irregulares.

“Cruzar la trocha es terrible, uno tiene que esperar de todo. Es algo que no se lo deseo a nadie. Es lamentable que cierren un país por decisiones  de personas que no son inteligentes”, relató la abuela. Aclaró que todo lo hace por su hija, quien trabaja en Colombia con el propósito de ganar en otra moneda.

“Por mi edad, ya no me dan trabajo en ningún lado, sería caerme a mentiras; y si lo consigo, sería de limpieza, que no es deshonra, pero ya por mis años, no estoy para esos trotes”, dijo. “Me quedo aquí hasta que salga, pues si me regreso a San Antonio, implica más gastos de pasajes. Hay que ahorrar y aprovechar las rutas que tenemos hasta el puente”,  agradeció.

 

 

 

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