Frontera

EDICIÓN FRONTERA | Venezolanos acuden a granel a La Parada en busca de atención sanitaria

17 de septiembre de 2019

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Mujeres en estado de gravidez asisten al centro de salud para obtener los controles, recibir las medicinas y ser vacunadas

EL DATO

El puesto de salud del hospital Jorge Cristo Sahium, en alianza con la corporación Mujer, Denuncia y Muévete, que trabaja con la fundación Oriéntame Colombia, ofrece jornadas en lo referente a la prevención y cuidados en materia sexual y reproductiva

DE INTERÉS

El hospital Jorge Cristo Sahium, ubicado en Villa del Rosario, ofrece servicios de urgencias a venezolanos. Al mes han atendido a cerca de 500 ciudadanos


Por Jonathan Maldonado

a escasos metros de la bulliciosa zona comercial de La Parada, en Colombia, se halla la fachada de un puesto de salud del hospital Jorge Cristo Sahium, del municipio Villa del Rosario.

Allí, a diario, convergen decenas de mujeres embarazadas y niños, en su mayoría venezolanos, provenientes de diversos estados del país, que buscan esa atención que en su tierra es precaria, debido a la escasez de medicamentos y el deterioro de las instalaciones y equipos de salud.

Venezolanos en espera de atención en La Parada (Foto/Jonathan Maldonado).

Desde tempranas horas de la mañana, la pequeña sede luce abarrotada de ciudadanos. Las historias que allí arriban se van mezclando con el dinamismo de la zona. Algunos, sentados en las sillas, dispuestas en la acera; otros, de pie, rezan para que la suerte los acompañe, pues, como en la mayoría de los centros de salud, hay cupos diarios que deben ser respetados.

Prioridad son los niños

A partir de las 7:00 a.m., hora colombiana, el sanatorio abre sus puertas. Los números son entregados por orden de llegada y, en el caso de los infantes, hay prioridad para quienes presentan fiebre o algún cuadro delicado. De resto, mientras más temprano se esté, más posibilidades existen de obtener la cita.

Nubia León, trabajadora social y coordinadora del convenio extramural que tiene el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef). (Foto/Jonatahn Maldonado)

En una jornada son atendidos al menos 16 gestantes y 15 niños, aseguró Nubia León, trabajadora social y coordinadora del convenio extramural que tiene el Fondo de las Naciones Unidas para la Infancia (Unicef) con el hospital Jorge Cristo Sahium. “Suelen quedarnos, a diario, cerca de 10 gestantes sin atención. Procuramos que al día siguiente sean recibidas”, precisó.

“En cuanto a control de crecimiento y desarrollo de infantes, se atiende un promedio de 25 a 33 pequeños y, de ser necesario, se remiten por nutrición y les gestionamos micronutrientes y fórmulas nutricionales”, recalcó, para luego resaltar que estas atenciones para venezolanos arrancaron en noviembre de 2018.

La demanda, según León, ha aumentado en los últimos meses, sobre todo tras el cierre de los pasos binacionales el pasado 23 de febrero, cuando se intentó ingresar la ayuda humanitaria a Venezuela. Muchos se vieron obligados a cruzar por las trochas y, con los posteriores apagones, el número de pacientes sufrió otro incremento.

Aunque el puesto de salud está habilitado para recibir a venezolanos y colombianos retornados, la trabajadora social detalló que 95 % son personas del vecino país, que solo cuentan con cédula venezolana. “Somos 13 profesionales los que laboramos acá: dos médicos generales, dos jefes de enfermería, dos auxiliares de preconsulta, cinco vacunadores, una psicóloga, y yo, que soy trabajadora social”, enumeró.

Más de 700 venezolanos reciben atención gratuita al mes en La Parada, e incluye los medicamentos que suelen recetar los galenos. En los meses que lleva funcionando esta iniciativa, financiada por Unifef, ya se han registrado alrededor de 13.000 pacientes, mientras que más de 2.600 personas, entre niños y adultos, han sido vacunadas.

“Aquí estamos de lunes a viernes, desde las 7:00 a.m. hasta las 2:00 p.m. Los sábados laboramos también, pero hasta las 12:00 m.”, aseveró León desde su oficina, plagada de archivos.


Más de 200 vacunas a la semana

Gina Karina Salazar, auxiliar de enfermería y vacunadora, aseguró que cerca de 45 personas, entre niños y adultos, son vacunadas a diario en el centro, lo que representa un promedio de 200 vacunas a la semana. “Colocamos vacunas para niños de dos meses, cuatro meses, seis meses, siete meses, un año, 18 meses y cinco años”, describió. En los primeros meses (2-4), dijo, se aplican la polio intramuscular, pentavalente, neumococo y rotavirus.

Gina Karina Salazar, auxiliar de enfermería (Foto/Jonathan Maldonado).

Ya para los seis meses, repite la pentavalente, polio y se suministra la primera dosis contra el sarampión y rubéola. “A los siete meses, sería un refuerzo contra la influenza. Aunque estamos esperando que nos lleguen las vacunas para el próximo mes, pues la demanda es muy elevada en estos momentos”, enfatizó.

Cuando el bebé cumple el año, “aquí contamos con la triple viral, que previene el sarampión, paperas y rubéola; neumococo, que sería el refuerzo, y también estamos colocando hepatitis A y varicela”, subrayó.
“A los 18 meses estamos colocando polio, DPT y fiebre amarilla. A los cinco años, estamos aplicando refuerzos, que ya serían polio intramuscular u oral, según el esquema, y DPT y triple viral”, aclaró.

Salazar recordó que las niñas, con edades comprendidas entre los 9 a los 18 años, pueden acercarse al puesto de salud para vacunarse contra el VPH. “Luego de la primera dosis, vendría la segunda dentro de seis meses”, explicó. “A los niños, a partir de los 10 años, los estamos vacunando contra tétanos. Una vez se aplique la primera, debe venir un mes después por la segunda dosis”.

La mayor demanda es de vacunas (Foto/Jonatahn Maldonado).

La vacunadora envió un mensaje a todos los venezolanos que asisten al centro: “Cuiden su carnet como si se tratara de su cédula de identidad. A veces llegan y dicen que se les ha perdido o lo presentan muy deteriorado”. Además, recordó que la institución no puede repetir las vacunas que ya se han suministrado. “Por eso la importancia del control que se lleva en el cartón”, reiteró.

 


Casos que sensibilizan

Los casos abundan en el centro de salud colombiano, y casi todos tienen el sello venezolano, ese que ha cruzado fronteras con la mirada puesta en un mejor porvenir. “Ver tanta gente buscando atención me afana y me ha sensibilizado muchísimo; sobre todo cuando no nos alcanzan los números en el día para atender a tantos pacientes. Se trata de hacer lo posible para que vuelvan al otro día y así puedan ser atendidos”, contó Sandra Pinzón Arévalo, auxiliar de enfermería.

Cada paciente tiene su historia de salud que contar (Foto/Jonathan Maldonado).

Sentada frente a su escritorio, Pinzón Arévalo recibe los números de cada paciente y los va haciendo pasar al consultorio que le corresponde. Entre sus tareas, está la de anotar los datos de cada persona. En esa hoja quedan plasmadas las millas que ha recorrido, pues al decir su lugar de origen, deja en evidencia la necesidad que los hace apurar su marcha, cruzar el puente y asistir al primer centro de salud con el que se topen. Este, enhorabuena, atiende prácticamente a puros venezolanos.

Rememoró el momento en que un anciano murió en pleno consultorio. Su salud ya venía muy deteriorada y, para rematar, se había visto en la obligación de cruzar la trocha. El personal médico empleó las técnicas de reanimación, pero fue muy tarde, ya el hombre había partido de un plano cuyos últimos instantes no fueron agradables. “Yo le calculo que tenía 90 años”, soltó, con la voz entrecortada.

“Esto ha sido lo mejor que se pudo haber hecho”, indicó, por su parte, Gina Karina Salazar, quien hizo énfasis en el gran número de pacientes que se atiende a diario. “Así como este, hay otros puntos de salud que brindan la misma atención”, pues hay muchos niños que llegan con esquemas de vacunación irregulares.

Para Nubia León, su equipo de trabajo, sin excepción alguna, tiene un gran compromiso y vocación de servicio. “No somos nadie para criticar gobiernos, pero desde el lado personal uno está en la obligación de manifestar que ningún Estado puede dejar de velar por el derecho a la salud de todos sus ciudadanos, y en especial de los niños”, subrayó.

“Da cierta alegría que, a pesar de lo que sucede, podamos aportar bienestar a los niños y a la población más vulnerable, como las gestantes. El personal está muy capacitado para trabajar en estos ámbitos humanitarios. Brindamos una ayuda digna, respetuosa y de calidad”, sentenció.


“En Barinas cobran $120 por vacuna”

Damelis Mendoza, de 22 años, viajó desde Barinas hasta La Parada en busca de una vacuna para su hija de nueve meses. “Me atendieron, pero me dijeron que en estos momentos no la hay. Debo pasar en 15 días”, narró la joven, dominada por la preocupación y los anhelos de conseguir rápido su objetivo. “Voy a visitar otros centros de salud”, precisó.

Damelis Mendoza.

“En Barinas, un amigo me dijo que estaban cobrando 120 dólares en las clínicas por cada vacuna. Con eso hago un gran mercado acá y me sobra”, dijo, sin perder su capacidad de asombro frente a lo que acontece en su nación. “Aquí uno la consigue gratis. Por eso hice el deber de comprar los pasajes y venirme”, narró quien cuenta con un familiar en San Antonio del Táchira, donde ha logrado pasar las noches con su pequeña.

“Pienso aprovechar mi viaje para llevarme pañales y algo de comida. Llegué hace tres días y me quedo en el hogar de una tía. Voy a seguir buscando más alternativas, hasta obtener la vacuna para mi niña”, insistió.

Alaine Carpavire, de 18 años, arribó al puesto de salud de La Parada con su niño de apenas 16 días. El infante presentaba una infección en unos de sus ojos y fue atendido cerca de las 7:30 a.m. “Me entregaron las gotas para atacar la infección y me dijeron que con eso bastaba”, señaló, aliviada, la joven progenitora.

Carpavire tiene ocho meses viviendo en La Parada con su mamá y hermanos. Es oriunda del estado Aragua y, cuando pisó por primera vez esta tierra, contaba con un mes de embarazo. “Ahorita no estoy trabajando, estoy dedicada al cuidado de mi bebé. El padre ha corrido con los gastos”, aseguró.

“A mi hijo lo tuve en el hospital de Cúcuta, el Erasmo Meoz. La atención fue muy buena”, destacó quien se niega a ir a Venezuela para chequearse en algún ambulatorio u hospital. “Me da miedo”, argumentó.

Entretanto, Keyli Figueroa, de 26 años, viajó desde la capital tachirense con la esperanza de que la atendieran en las carpas de salud, ubicadas al cruzar el puente. “Estaban cerradas”, detalló en un tono que revelaba cansancio y tristeza. “Me dijeron que viniera acá, a este centro. Ya me dieron el número para vacunarme”.

Keyli Figuero

La primera vez “conseguí la atención en las carpas. Me dieron el calcio, ácido fólico y el hierro. En cambio, en San Cristóbal, una sola caja cuesta más de 100.000 soberanos, pues el hospital no las tiene”, añadió, quien también ha sido atendida en el centro de salud público de su ciudad. “La atención del doctor es maravillosa. Lo único malo es que no tienen insumos”, lamentó.

Figueroa aspira a tener a su bebé en San Cristóbal. “En el nombre de Dios, todo saldrá bien”, sentenció, con la fe como escudo protector. “Trabajo en una fábrica de caramelos. Voy cuando me llaman, pues los insumos son pocos y la producción, como todo en el país, es esporádica”, contó a modo de colofón.

El caso de Andrea Valencia, de 19 años, tiene otros matices. Toda su vida ha transcurrido en la frontera, específicamente en El Palotal, parroquia foránea de San Antonio del Táchira. Además, por tener padres colombianos, posee su cédula de identidad neogranadina, lo que le da más cobertura en materia de salud.

“Vine a vacunar a mi sobrina. Ella tiene cinco años. Siempre la he vacunado, ya sea en San Antonio o en Villa del Rosario. Prefiero venir para acá porque en muchas ocasiones uno va al hospital Samuel Darío Maldonado y no las tienen”, puntualizó.

“Llevo ocho meses en La Parada y he trabajado como ´trochera´, junto a mi esposo”, dijo Aldimar Miquilena, de 20 años. Ahora, con 24 semanas de gestación, se vio en la necesidad de abandonar su trabajo, por el peligro que representa para el feto. “Estoy aquí para ponerme en control, ya que en Venezuela no hay seguridad de nada”.

“Pagamos 7.000 pesos por la habitación. Lo que hacemos, nos alcanza, gracias a Dios. Comemos por fuera, pues no nos da chance de cocinar. No pienso irme de aquí (…) hay de todo”, agregó.


“No hay atención”

(Foto/Jonathan Maldonado)

En mayúsculas y sobre una hoja blanca, quien se acerca a la zona de las carpas, en La Parada, puede leer el siguiente mensaje: “No hay atención hasta nuevo aviso”. El negro del marcador con que se escribió la frase, se traduce en un impacto negativo para aquellos que estaban acostumbrados a recibir ayuda en este punto.

La Policía de Colombia, que resguarda la zona, actúa también como informante de quienes se acercan y no notan el aviso. “Vayan a la sede que está cerca de los comedores”, se le escuchó decir a un funcionario que respondía a uno de los muchos venezolanos que arriban al lugar con alguna dolencia.

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