Frontera

Edición Frontrera| San Antonio del Táchira: entre la ilegalidad y el tránsito masivo

8 de octubre de 2019

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Entre los anhelos de la ciudadanía destaca la reactivación del comercio, así como la puesta en marcha de un plan de limpieza. Lamentan que la frontera
presente en la actualidad un rostro totalmente desfigurado

EL DATO:
Por las trochas, uno de los productos que más pasan desde Venezuela a
Colombia, además de la gasolina, es la carne

DE INTERÉS:
Tras los recientes enfrentamientos entre la Policía de Colombia y los llamados
“trocheros”, se incrementó el número de funcionarios que custodian La Parada
y otras adyacencias al puente


Por Jonathan Maldonado

Por San Antonio del Táchira pasó Simón Bolívar en 13 oportunidades. En esta Villa Heroica, que acaba de arribar a sus 295 años, la historia se ha empecinado en dejar nudos que alteran constantemente su imagen: de ser la frontera más viva de Latinoamérica, gracias al pujante comercio binacional que existía, pasó a ser una localidad clave para los migrantes y para quienes solo desean cruzar a Colombia para abastecerse de comida o medicinas.

Atrás quedó aquel rostro, a veces opaco y en otras ocasiones brillante, del intercambio entre los hermanos países. La metamorfosis ha sido drástica, así como los factores que la han acelerado. La migración marca la pauta: muchos pasan el puente para no regresar, y otros, en gran número también, lo hacen por tiempo corto, para cubrir sus necesidades.

De ahí, se han erigido otras vertientes que tornan la dinámica actual bastante compleja. La avenida Venezuela, vía de San Antonio por donde desfilan miles de venezolanos a diario para llegar al puente, encierra todo un submundo. Allí, a vox populi, convergen lo legal e ilegal. Están quienes ofrecen, a escasos metros de la GNB, el uso de las trochas para los que no tienen en regla sus papeles. “Servicio de trocha. Lo pasamos sin papeles, por el río”, gritan a todo pulmón.

El precio para esta travesía depende del equipaje que lleve la gente y de cómo se esté desenvolviendo el día. El ciudadano puede desembolsar desde 40.000 hasta 100.000 pesos. ¿Quiénes se benefician de este trabajo?, al parecer muchos, pues para operar, tanto en la avenida como en las trochas, deben pagar lo que llaman “el peaje” o “cuota”.

En ese mismo trayecto están quienes ofrecen carreras para los puertos terrestres de San Antonio, San Cristóbal y Rubio. Incluso hay quienes tienen sitios estratégicos, como las cercanías a los controles migratorios, que reciben a los ciudadanos que retornan de Colombia. En esos tramos, los pasos acelerados de los transeúntes se ven disminuidos frente al llamado de un funcionario para revisar la mercancía.

Sol, temor y riesgos

Nunca la zona fronteriza había tenido tantos contrastes y matices. Quienes visiten por primera vez la ciudad, pueden confundirse rápidamente. Las diversas ofertas que hay, desde que se pisa el terminal de San Antonio, hasta que se entra al puente, pueden generar angustia, temor e incertidumbre en ese novato.

Si la persona no está clara en que para pasar a Cúcuta solo necesita el carnet fronterizo y la cédula, corre el riesgo de terminar en una trocha. A la hora de sellar el pasaporte, en el lado venezolano, los interesados van aguardando su turno en la plaza Los Próceres, muy cerca del puente y a la vista de los miembros de la Fuerza Armada Nacional (FAN). En ese tiempo, los abordan civiles, cuyos acentos develan que son del centro del país, ofreciendo un paso preferencial: “pasen sin hacer cola”, le sueltan como forma de enganche. Luego
viene el precio: oscila entre los 30.000 a 50.000 pesos.

Todo esto ocurre en los oídos de los funcionarios y bajo el sol abrasador de la frontera, un elemento que puede ser agobiante para aquellos acostumbrados a climas templados o frescos. Los 295 años del pueblo van así, entre imágenes que se mezclan y se confunden, entre un flujo que parece no tener parangón…Ya hacia el centro de la ciudad, impera la soledad, los negocios cerrados, cuya cifra se ubica en un 97 %, según la Cámara de Comercio de San Antonio.

Omar Villamizar, cronista de San Antonio

Entre añoranzas y deseos

Para quienes toda su vida ha transcurrido en la frontera, es cuesta arriba acostumbrarse al rostro desfigurado de su ciudad. Entre los regalos que Antonia de Silva, de 72 años, le daría a San Antonio, resalta la reactivación del comercio. “Este pueblo, durante el día, es una desolación que da mucha tristeza. Nosotros éramos una localidad pujante”, enfatizó, con su mirada fija en el ayer.

“Extraño muchas cosas, una de ellas es volver a comprar todo en mi país, pues en estos momentos hay que salir hacia Colombia para hacer mercado y me gustaría volver a los supermercados de acá, donde con colas o sin colas, se compraba de todo.  Lamentablemente, nos vemos obligados a hacerlo en nuestro hermano país”, señaló.

Zoraida Chaparro, habitante, indicó que si dependiera solo de ella, le daría una limpieza en general al municipio. “Y mucha seguridad también”, soltó para luego agregar: “a veces se ve gente rara en las calles. Pero lo más urgente es la limpieza, ya que la jurisdicción se ve muy sucia. De lo antaño, extraño la cordialidad de la gente, ahora todo es a gritos, se ha perdido mucho el respeto”.

“Sin duda, lo más difícil que vivimos es la lucha para conseguir las cosas, uno sale y no se consiguen, y lo que hay es muy caro. También estamos escasos de transporte y se va mucho la luz. Donde vivo llega el agua, pero hay otros barrios donde pasan más de un mes sin el servicio”, detalló.

Entretanto, Cruz Rojas, de 74 años, trajo a colación “la vida tan bonita que teníamos en San Antonio. Había un comercio grande y no nos hacía falta nada. El regalo que le daría a mi querida ciudad, es que vuelva a ser la de antes, donde además de la buena economía, retorne la paz con Colombia”.

“Ahorita es un pueblo fantasma, ya uno no puede ni salir a la calle por la soledad que reina, da miedo con los hampones. La juventud tampoco puede salir, distraerse. Da temor a que los roben o les hagan algo. Esto no permite vivir.

El bolívar no sirve para nada, quedó por el suelo, arrastrándose. Uno hasta con un bolívar compraba de todo. Vivíamos como un rico”, remató. Marcelo Acuña, de 80 años, exige más orden para San Antonio. Anhela ver los semáforos funcionando, que todos respetan las reglas de tránsito. “Los motorizados hasta por las aceras quieren andar y a alta velocidad,
obligándonos a caminar por la calle”, destacó.

“Comparado con otras regiones de Venezuela, aquí se vive un poco mejor. Lo que debería cumplir el Gobierno es la promesa de restablecer los vuelos en el aeropuerto Juan Vicente Gómez”, añadió al tiempo que evocó los carnavales, fiestas que ganaron gran fama y aceptación durante varios lustros, y que se han visto severamente golpeadas por la crisis.

San Antonio: 47.000 nuevos residentes

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