Daniel Rodríguez, migrante interno de 23 años, está negado a devolverse a su ciudad de origen, Maracay, en el estado Aragua. “Allá no hay nada que hacer”, precisa el joven desde la avenida Venezuela, en San Antonio del Táchira.
Rodríguez arribó hace cuatro años a la frontera en busca de mejores oportunidades. “Me vine con mi esposa e hijos”, indica quien, junto a su familia, ha experimentado fuertes episodios por el panorama ocasionado por la COVID-19.
“Desde que llegué me he dedicado a cargar costales de las personas que venían a hacer sus compras en Colombia”, detalló el progenitor en torno a su cargo de “lomotaxi”, un oficio que cobró vida ante el gran flujo de venezolanos que cruzaban el tramo binacional Simón Bolívar.
“Con el cierre de los puentes, todo se vino abajo”, lamentó mientras enfatizaba en que ha sobrevivido gracias a la solidaridad de muchos vecinos y a lo poco que logra captar cuando sale.
“Le buscamos el mototaxista”
Hay personas, según Rodríguez, que llegan a la avenida en busca de una persona que los suba a San Cristóbal. “Yo les busco el mototaxista y gano algo por el enlace”, puntualizó, para luego especificar que suele ganar 5.000 pesos por “la vuelta que hago”.
“Prefiero esto a estar en mi estado, donde las cosas están más paralizadas”, reiteró al tiempo que aseguraba mantenerse optimista en lo que está por venir. “Sé que esto (la pandemia) va a pasar pronto”, dijo a modo de colofón.
Jonathan Maldonado