Un grupo reducido sigue prestando el servicio con sus carretillas, carruchas y sillas de ruedas
Jonathan Maldonado
Casi el 90 % de los informales que emergió como consecuencia de siete años de cierre de frontera, han tomado otros rumbos a raíz de la reactivación del paso de vehículos por los tramos binacionales, lo que mermó sus opciones de clientes.
No obstante, un 10 % persiste en la zona, sobre todo en el corregimiento colombiano de La Parada y en San Antonio del Táchira. Algunos usan sus carretillas, otros sus sillas de ruedas y también están los que emplean las carruchas.
Estos vehículos, en los que trasladaban la mercancía, alimentos, maletas o personas –en el caso de las sillas de ruedas–, ya no pululan en el puente internacional Simón Bolívar. Son contados los que se mantienen activos, pues era un hecho que su trabajo disminuyera raudamente con la puesta en marcha de carros y motos.
«Yo sigo acá. Mientras no esté activo el transporte público (binacional) hay chance de conseguir algunos clientes. Claro, ya no es como antes, pero uno trata de no irse limpio en el día. Aunque sea se gana 20 mil pesitos», señaló Sergio, de 38 años.
Con los cambios que se han dado en frontera, en casi ocho meses de reapertura gradual, intentó adentrarse en Colombia, ir a otros departamentos a probar suerte, pero se le ha hecho cuesta arriba, ya que reunir para los pasajes de sus hijos y esposa, no ha sido fácil.
«La situación es difícil, hermano. No se lo voy a negar. Lo más importante es hacer lo de la comida; que el almuerzo, aunque sea, no falte para los de uno. Por los momentos se ha logrado», prosiguió, aferrado en la carretilla que le permite ganarse algunos pesos en el día.
La mayoría de los compañeros de Sergio tomaron otras rutas: «Muchos se regresaron a sus ciudades natales, otros se fueron a otras zonas de Colombia, pero no ha sido sencillo. Un amigo lo intentó en Medellín y se regresó, ya que para conseguir trabajo fue muy complicado».
Otro punto es la nula posibilidad que hay en frontera para dedicarse a otros oficios, más aún en lo concerniente a lo formal, nicho que sigue igual de estancado y no ha logrado despegar en los municipios fronterizos de Bolívar y Pedro María Ureña.
«La cosa se puso peor. No hay oportunidades en lo informal y mucho menos en lo formal. Esto se puso fue duro, pero para dónde arranca uno si en otras partes está más feo», recalcó el ciudadano.
Sergio lleva seis años en frontera. Es migrante interno. Dejó la ciudad de Maracay, en el estado Aragua, para echar raíces en una frontera que ya siente suya, con la que se identifica y en la que espera continuar pese a las vicisitudes.