De Interés
-
La mayoría de migrantes internos se despiden de la frontera con la convicción de que regresarán una vez pase la pandemia
El Dato
-
La parroquia El Palotal, en el municipio Bolívar, cuenta con dos PASI para el aislamiento preventivo de 15 días
-
Muchos sumaban ya años en la frontera, otros solo meses. Todos, sin excepción, arribaron a los municipios Bolívar y Pedro María Ureña en busca de oportunidades laborales, que se centraban en la reinante economía informal. El término que les han acuñado es “migrantes internos” y en la actualidad, ante el escenario provocado por la covid-19, se ven forzados a retornar a sus estados de origen.
La avenida Venezuela, en San Antonio del Táchira, y La Parada, en Colombia, zona neogranadina con la que se tropiezan los ciudadanos una vez cruzan el puente internacional Simón Bolívar, eran las plazas más concurridas por ellos. Ahí ofrecían sus productos frente a un río de gente que ya era común ver.
Agua, refrescos -propicios para el abrasador sol de la frontera-, café, cigarrillos, minutos para llamadas, chucherías, compra de cabello y de celulares, eran los tarantines que abundaban en la zona. También estaban quienes se dedicaban a cargar mercancía en sus hombros, bautizados como “lomotaxis”, y los que, en menor cantidad, hacían lo mismo pero a través de las famosas carruchas.
En los últimos meses, antes de la llegada de la pandemia, la frontera se estaba quedando pequeña ante el número de ciudadanos venezolanos que arribaban desde otros estados del país, engordando las cifras de vendedores informales. La competencia ya estaba generando cierta preocupación en muchos.
Sin embargo, con la llegada de la covid-19 todo cambió drásticamente para los migrantes internos. La economía informal se paralizó al ritmo de un virus escurridizo que no ha dado tregua desde hace más de tres meses. Las alternativas se desvanecieron para el grupo. Algunos, sin pensarlo, regresaron antes de que se establecieran los protocolos de aislamiento preventivo.
Otros, con la esperanza puesta en la pronta activación de la economía informal, fueron gastando sus ahorros, hasta quedar sin nada. Frente a este panorama, la opción que les queda es retornar a sus ciudades de origen. Previo a ello, deben cumplir con los protocolos de bioseguridad y aislamiento preventivo.
La escuela Manuelita Sáenz, ubicada en la parroquia El Palotal, fue la institución habilitada para los migrantes internos, según información aportada por el alcalde del municipio Bolívar, William Gómez.
“Gasté todos mis ahorros”
Cuando Albert Ereú, de 29 años, abandonó Barquisimeto, en el estado Lara, estaba claro hacia donde se dirigía con su esposa e hija, en ese entonces de días de nacida. Su objetivo era llegar a la frontera y radicarse allí. Así lo hizo y, tras un año viviendo en el municipio Pedro María Ureña, decide regresar a su región por la pandemia.
En Ureña vivía alquilado en una casa pequeña, y por la que pagaba mensualmente 100 mil pesos. “En los últimos días me desalojaron debido a la situación que pasa a nivel mundial. No hay trabajo y la gente no tiene con qué responder”, argumentó el joven.
Aunque vivía del lado venezolano, todos los días cruzaba el puente Francisco de Paula Santander para ir a trabajar a un local nocturno en Cúcuta, donde formaba parte del equipo de seguridad. “La llegada del virus hizo que perdiera mi trabajo”, lamentó mientras detallaba que el local aún se encuentra cerrado.
“Durante estos tres meses, sin trabajo, lo que hice fue gastar los ahorros que había logrado”, remarcó el progenitor al tiempo que rememoraba las dificultades de su oficio: “era de lunes a lunes, no había descanso, pero uno le ponía todo el empeño para responder lo mejor posible”.
“Me vine motivado a superarme y para darle una mejoría a mi familia”, resaltó mientras traía a colación la economía de su estado: “Lara era un caos, lo que ganaba no me alcanzaba para nada. Antes de venirme, me desempeñaba de gerente en una empresa que me pagaba en bolívares y no me alcanzaba para cubrir los gastos de mi familia”.
Aunque no teme a lo que se va a topar en Lara, sí lo embarga cierta preocupación ante el escenario laboral. “Hay muchos establecimientos cerrados, pocas horas laborales. Allá está mi casa, y estaría con mis padres. Tengo un año sin verlos y ahorita, que estoy regresando, la expectativa es que lleguemos sanos”, enfatizó.
Pese a su juventud, Albert Ereú no quiso irse más lejos, ni abandonar Venezuela. “Estando en mi país, tenía más probabilidades de ir a Lara, si se presentaba alguna emergencia, pues los costos de los pasajes son menores”, arguyó quien no dudará en retornar a la frontera, junto a los suyos, una vez concluya la pandemia.
“Siento la misma
nostalgia de cuando dejé Monagas”
Francimar Ribas, de 33 años, ya llevaba cuatro años en la frontera, específicamente en San Antonio del Táchira. Laboraba en la famosa “calle del hambre”, que conecta con la avenida Venezuela, y que se había convertido en una ruta obligada para cientos de venezolanos que la surcaban a diario.
“Vendía almuerzos y me iba bien”, dijo quien al abandonar Monagas lo hizo con su esposo y tres niños. “Se hacía, aunque sea para mantener a la familia, pero en vista de que cayó esta cuarentena, y esta pandemia, me ha tocado regresar a mi pueblo”, aseveró desde el PASI Escuela Manuelita Sáenz.
Días antes de que cerraran los puentes por la pandemia, los suegros de Ribas habían viajado a la frontera y se llevaron a sus dos hijos mayores. “Ellos me esperan, uno tiene 9 y el otro 11, y tengo a la niña conmigo, la menor”, puntualizó.
“Ya gastamos todos los ahorros. Gracias a Dios, las autoridades nos ayudaron y ya estamos aquí, en un PASI. Para nadie es fácil retornar así. Tenía mi vida aquí, pagaba un arriendo. Pero en medio de esto, ya no tenía cómo pagar; los dueños se molestaron y nos sacaron. Incluso, acá se quedaron mi mamá y mis hermanos”, explicó.
Los primeros días en la frontera, Ribas los califica de rudos. “Al principio, dormimos en la calle, luego, con el pasar de los días, conseguimos trabajo y buscamos donde pagar arriendo”, cuenta quien no ha asimilado del todo su retorno. “Siento la misma nostalgia de cuando dejé Monagas”, soltó.
“Acá llegué sin nada y poco a poco fui trabajando y conseguí algo, cuyas cosas tuve que vender para poder comprar el pan de mi hija en estos días que duré en la calle. Me tocó prácticamente regalarlas, porque no me dieron lo que pedía. Había comprado cocina, muebles y cama. Me tocó vender todo”, aseveró la dama.
De la frontera, se lleva buenas experiencias: desde las amistades que cosechó y los clientes que se transformaron en fieles catadores de sus almuerzos en la “calle del hambre”, vía que en la actualidad luce desolada debido a la covid-19.
“Regreso a Monagas y pongo a mi Dios por delante, que sea Él quien me dé el sustento y nos lleve a todos con bien a nuestras casas. Yo un día le dije a mi mamá: mami, yo me voy a jugar una lotería, porque en realidad no sé con lo que me vaya a conseguir; quizá una escena peor o mejor, no sé. Uno espera y confía en mi Dios, en que todo va a salir bien”, expresó con la fe tallada en su rostro.
“Regreso por mis hijas”
Aunque Jennifer Buendía, de 28 años, nació en la frontera, vivió nueve años en Acarigua, estado Portuguesa. Allí se casó y tuvo a sus dos hijas, una niña de 9 y otra de 2. En vista de la situación económica, hace un año decidió volver al municipio Bolívar, para buscar un empleo que le permitiera ganar en pesos.
“Mi familia me ayudó, me recibió aquí en El Palotal”, resaltó Buendía mientras daba detalles del trabajo que, por seis meses, consiguió en Cúcuta. “Trabajaba como asistente de un abogado. Fue una experiencia muy buena, donde aprendí mucho. Mi jefe era buena gente”, remarcó.
A diario, la dama cruzaba el puente internacional Simón Bolívar para cumplir con su jornada laboral. “A veces era agotador, pero al final uno se acostumbra y va agarrando el ritmo de todo”, enfatizó quien perdió su trabajo en el momento en el que los pasos binacionales fueron cerrados por la pandemia.
“Estoy a punto de regresar a Acarigua. Una vez cumpla los días de aislamiento, me trasladan hasta allá. Mi retorno es por mis hijas”, aclaró para luego hacer referencia sobre el tiempo que estará en Portuguesa: “todo depende de lo que consiga allá”.
Tanto para Buendía, como para la mayoría de migrantes internos, retornar a la frontera es una opción que ven viable, una vez pase la crisis ocasionada por la pandemia. “En mi caso, que nací en esta zona, sí me gustaría volver. Ojalá la normalidad llegue pronto”, detalló.
Jonathan Maldonado
Texto y fotos