Frontera

Regresaron los “lomotaxis” al paso binacional

5 de noviembre de 2021

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Jonathan Maldonado

Otros vendedores informales se han ido asomando tímidamente a las cercanías del puente internacional Simón Bolívar, lado colombiano

EL DATO

En La Parada, los “lomotaxis” tienen sus jefes y están organizados por grupos que exigen un ticket de salida cuando consiguen un cliente

A 12 días de la reapertura peatonal por el puente internacional Simón Bolívar, tramo formal que une al municipio Bolívar con Villa del Rosario, son varios los oficios informales que han regresado al puente y sus cercanías, siendo los “lomotaxis” uno de los más reconocidos y empleados por la mayoría.

Los “lomotaxis”, grupo de personas que presta el servicio de transportar costales y demás bultos sobre sus hombros, recibieron ese calificativo durante la ebullición que se dio en la frontera con la migración pendular: venezolanos, de todas las regiones del país, arribaban a la jurisdicción fronteriza de Bolívar, cruzaban a Cúcuta y retornaban con su mercancía, momento en el que hacían uso de este servicio.

Con la llegada de la pandemia, que conllevó el cierre de los pasos internacionales el 14 de marzo de 2020, los “lomotaxis” desaparecieron del puente, al igual que lo hizo el dinamismo aportado por los cientos de transeúntes que cruzaban a diario. Algunos se regresaron a sus tierras; otros, por el contrario, resistieron en otras actividades que se ajustaban a la cuarentena radical.

Ya con las flexibilizaciones, y la oficialización hecha por el mismo transeúnte de las trochas como los puentes no oficiales, el grupo dirigió su mirada hacia los caminos verdes y, durante casi dos años, se dedicó a transportar la mercancía, igual en hombros, pero por un terreno más sinuoso y largo.

Casi el 100 % del grupo de “lomotaxis” está conformado por venezolanos que en los últimos años migraron a la frontera para formar parte de la economía informal y obtener los anhelados pesos con el trabajo realizado. Un buen porcentaje vive en San Antonio del Táchira, Venezuela, y otro en La Parada, Colombia.

Aunque volvieron al tramo formal, no abandonan las trochas. Por esos puntos -La Platanera y La Pampa son las más usadas- siguen transitando ciudadanos, no en la misma cantidad, que requieren cruzar a Colombia o regresar a Venezuela, y por el puente se les hace imposible, ya sea por el “pico y cédula” puesto en marcha por la vecina nación, o porque al instante de querer prestar su último servicio, ya Venezuela ha cerrado.

“Maleteros” de antaño

Pese a que el término “lomotaxis” es relativamente nuevo, no lo es así el oficio. Durante décadas personas se han dedicado a pasar mercancía y a llevarla en sus hombros, como medio de sobrevivencia. Desde varios lustros atrás han recibido el nombre de “maleteros”, oficio el cual, durante la Venezuela productiva, era protagonizado por colombianos que veían en los bolívares la oportunidad para llevar el pan diario a sus hogares

Los famosos “maleteros” desfilaban, antes del 2015, por las trochas, nunca por los puentes, pues estos tramos eran para el paso vehicular y muy pocas personas usaban las aceras de estos tramos. El barrio fronterizo donde pululaban era Lagunitas. Por sus calles y carreras se veían pasar con mercancía, que comúnmente era venezolana y requerida en Colombia.

En ese entonces, el comercio y la industria, del lado venezolano, eran pujantes y había diversidad de productos que anhelaban los colombianos.  Hasta electrodomésticos cargaban en sus hombros estos “maleteros”. De ese grupo, algunos subsisten y, pese a los virajes, se califican igual, sin menospreciar a la nueva generación, la de los “lomotaxis”.

“Todo depende de la cantidad”

Un costal, repleto de chucherías, suele ser trasladado por un “lomotaxi” en 15 mil pesos por el puente binacional. “Si está muy pesado, le pido 20 mil pesos”, soltó Yeiker Ramírez, mientras se alistaba para prestar un servicio. “Este costal, por ejemplo, lo voy a llevar en 15 mil pesos. La señora va hasta la Redoma del Cementerio”, dijo.

Ramírez se acerca al primer lustro trabajando en frontera. “En diciembre, Dios mediante, cumplo los cinco años”, subrayó con la fe puesta en que el dinamismo sobre el puente irá en ascenso en los próximos días. “Aquí prestamos el servicio por puente o trocha; el cliente es el que decide”, enfatizó.

Cuando los “lomotaxis” se lanzan por los caminos verdes, aumentan el precio del servicio, pues el trayecto es más largo e irregular.  Allí el lodo, en días de lluvia, dificulta el transitar de quienes, pese a la destreza que poseen, se han visto caídos en el intento de equilibrar el bulto que llevan encima, por la inestabilidad del terreno que atraviesan.

“Hasta 30 mil pesos he pedido cuando nos vamos por trocha y llevo un costal en el hombro”, resaltó el caballero, de 37 años, oriundo del estado Carabobo, y a quien la pandemia lo obligó a dedicarse al reciclaje por varios meses. “Era la única forma de subsistir, mientras volvía la flexibilización”, acotó.

Esos meses, cuenta, se le hicieron eternos, pues hubo momentos donde no se reciclaba nada y su estómago rugía del hambre, que no podía calmar por la carencia de pesos en sus bolsillos. “Fue muy rudo, mi amigo; una cosa es decirlo y otra es vivirlo, pero acá seguimos, guapeando”, enfatizó.

Con la paulatina apertura de las trochas, pudo regresar a su trabajo de “lomotaxi”, un término que no solo se ajusta al de “maletero”, sino también al de “trochero”. “A mí me dicen “lomotaxi” o “trochero”, y me da igual. Lo importante es que haya clientes para seguir trabajando sin problemas”, insistió.

“En mi vida nunca me imaginé en esto”

Al momento de la entrevista, Carlos, de 32 años, solo quiso dar su nombre. El apellido lo obvió, acompañado de una risa nerviosa.  Para el caballero, la frontera se ha convertido en su nuevo hogar y en un espacio en donde ya ha echado raíces. “Aquí conocí a mi actual pareja y nació mi primera hija”, señaló.

Aunque sus clientes suele obtenerlos en La Parada, vive en San Antonio. “Allá es un poco más económico el cuarto. No es una gran cosa, pero hay dónde meter la cabeza en las noches y dormir sin contratiempos”, manifestó mientras descansaba su humanidad sobre una acera cercana al puente.

La mayoría de “lomotaxis” usan short y franela. Carlos, quien también suele salir ataviado en prendas como las descritas, portaba ese día un jean negro y una franela, también oscura. “A las 7:00 a.m. ya estoy en el puente, buscando los primeros clientes.  Hay veces que uno tarda en conseguirlos, pero en otras es fácil”, añadió.

A las 7:00 p.m., el ciudadano de la economía informal se alista para regresar a la habitación que tiene alquilada en la comuna La Guadalupe, cerca de la urbanización Libertadores de América. “Uno llega es a preparar la cena; si hay agua, me echo un baño, y caigo rendido hasta el otro día”, puntualizó.

Con dos viajes que haga al día, ya sea por el puente o por la trocha, se siente satisfecho. Pero, “esos dos viajes cuestan tiempo, paciencia y dedicación”, prosiguió Carlos, al tiempo que recordó las peripecias que ha vivido durante los primeros meses de pandemia, los cuales tachó de complejos.

“Al estar todo solo por la pandemia, me dediqué a vender aguacates que traíamos de Venezuela y vendíamos acá, en La Parada o Villa del Rosario. “Uno hace de todo, pero el gran problema es que los pesos no están rindiendo como antes, y se dificulta el envío de dinero a los familiares”, dijo.

Carlos se encuentra contento por regresar al puente internacional. Está consciente que su servicio es por lo formal e informal. “Uno se acostumbra a lo que salga, y por la ruta que salga, por trocha o por puente, lo importante es que se mantenga el trabajo, que no nos falte”, explicó.

“Sigo con mi venta de helados»

Néstor Jaimes, de 58 años, lleva cinco años en la frontera. Oriundo de la ciudad de Valencia, de donde salió en busca de un mejor porvenir, tanto para él como para su pareja, se ha dedicado a la venta de helados, con gran variedad de sabores y a un precio bastante asequible para los transeúntes: 500 pesos.

Esa venta la paralizó una vez llegó la pandemia y la retomó a medida que la situación iba mejorando para los habitantes de Ureña y San Antonio. “Durante esos meses me dediqué al reciclaje de plástico y vidrio, el cual era vendido en las diversas empresas recicladoras que funcionan en Colombia”, indicó.

Jaimes, antes de la llegada del covid-19, solía vender 300 helados en el tramo. En la actualidad, con el regreso del dinamismo al puente, está aprovechando para ofrecer los deliciosos helados. “Hay de mora, tamarindo, galletas Oreo, coco y demás”, garantizó el quincuagenario desde el puente Simón Bolívar.

“En estos momentos solo estoy vendiendo entre 100 a 150 helados diarios”, recalcó. En el momento de la entrevista, varios transeúntes preguntaron sobre el producto e iban comprando, de acuerdo a sus gustos. “Dame uno de coco”, manifestó un ciudadano de la tercera edad.

“En muletas, pero con ganas de seguir”

Noris Pérez, de 64 años, suma cuatro años viviendo en La Parada, Colombia.  Como muchos, dejó su región para aventurarse en un escenario que le ha abierto las puertas, pese a que “sigo desplazándome con el apoyo de mis muletas”, añadió.

Pérez ha hecho de todo, pero ha perdurado más con su puesto de venta de chucherías y café. “Estoy esperando un dinero para renovar los termos, adquirir la mercancía con la que se va a surtir el negocio y `surfear` las normas de tránsito por el puente, que son vigiladas por la policía neogranadina», apuntó.

“Ahorita, como no tengo mercancía para vender, una amiga usa mi silla de ruedas para ofrecer el servicio de ‘silletero’”, explicó la sexagenaria, quien aspira a viajar a su estado en los próximos días. “Los últimos días del año deseo pasarlos con mi familia, ya que son ellos mis motores para continuar”, sentenció.

Noris Pérez está segura de que la frontera regresará al ritmo de antes; inclusive “podría ser mucho mejor y con todas las condiciones frente a la covid-19”, detalló la dama tras haber experimentado los escenarios más complejos en pandemia.

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