Jonathan Maldonado
El DATO
María, Érika, Marinelly y Guzmán B. residen en el municipio Bolívar. Cada uno le da rostro a su barrio para narrar las peripecias que viven frente a las constantes fallas en los servicios de agua potable y electricidad.
Los cuatro no se conocen, pero quizás se han tropezado en alguna calle o avenida de la jurisdicción, y los une el mismo drama: las suspensiones constantes de los servicios.
María pertenece al barrio Pinto Salinas, y Érika al 5 de Julio, mientras que Marinelly es habitante del barrio Simón Bolívar y Guzmán del Miranda. A los cuatro, al momento de ser consultados por el equipo reporteril de La Nación, no les salía agua por sus grifos. Estaban secos, y a punto de cumplir un mes sin el vital líquido.
La escasez ronda por sus veredas y calles. En las casas habitan las mismas preocupaciones y dramas. No importa el tamaño o el modelo de la vivienda, ya que para ninguna hay excepciones en torno a las suspensiones de los servicios. Probablemente, si de agua se trata, la diferencia radica en el tamaño del tanque, pues de allí se mide la cantidad de almacenamiento.
Al momento de un apagón o corte eléctrico —casi a diario en los cuatro barrios referidos—, muchos paralizan sus actividades. La persona que tiene encendida su cocina eléctrica detiene la cocción de sus alimentos y se sumerge en la espera; otros, por el contrario, buscan la leña guardada y comienzan a encender su fogón improvisado.
Los pipotes y demás vasijas de almacenamiento de agua son utilizados por muchas familias para acumular el agua de lluvia, la cual ha estado latente en los últimos días y es de gran utilidad al momento de la limpieza o para ser empleada en los baños. Entretanto, la opción de los servicios que ofrecen los camiones cisternas no es la más indicada para los bolsillos de la mayoría.
Entre 30 mil y 40 mil pesos debe tener un núcleo familiar para poder adquirir el servicio de un camión cisterna. A veces se unen entre las casas vecinas y pagan el traslado del agua, lo que se traduce en la mitad para el tanque de una casa y el resto para la otra.
María no ha vuelto a comprar agua, pero sí ha percibido cómo sus vecinos han solicitado el servicio.
Érika, Marinelly y Guzmán también han palpado de cerca el mismo escenario. Hay días en los que sí han logrado comprar el agua, mientras en otras ocasiones no cuentan con el dinero suficiente. El costo es en pesos colombianos, una divisa que ha arropado al Táchira y en especial a las jurisdicciones fronterizas.
Los bajones de electricidad es otro de los factores que no dan tregua en las comunidades. Son realidades que llevan a que muchos hayan perdido algún electrodoméstico y, hasta la
fecha, no han conseguido recuperarlo. Guzmán no ha logrado reparar la nevera, que hace aproximadamente un año se dañó por las fluctuaciones.
«Regresaron los cortes”
El retorno de los cortes eléctricos, sin programación ni duración, representan un dolor de cabeza para María Pérez, de 60 años. Tanto para ella como, para los demás núcleos familiares del barrio Pinto Salinas, las suspensiones siguen alterando el desenvolvimiento de sus actividades cotidianas.
“Durante el día la suelen quitar hasta dos veces”, resaltó la sexagenaria. Cuando se unen las dos suspensiones, aproximadamente, son seis horas que pasa la zona, y otras más de la localidad fronteriza, sin el servicio.
“Así vamos. No queda otra, y sin nos quejamos suele ser peor”, dijo.
María se encontraba lavando al momento de la entrevista. Su lavadora, situada en un pequeño patio de la vivienda, estaba rematando las últimas prendas con un agua que ha conseguido racionar de la manera más óptima. Ya contabiliza 20 días sin que el líquido viaje por sus tuberías.
El agua potable, la dama la usa exclusivamente para cocinar a diario, mientras que para limpiar la casa y los baños emplea la que ha recogido como consecuencia de los más recientes aguaceros. «Cuando llueve mucho, nos preocupa por los estragos que pueda ocasionar….pero es necesaria”, puntualizó.
“Hay muchas fugas de agua”
Érika Arboleda, por su parte, es una lideresa del barrio 5 de Julio. A ella, a diario, le llegan numerosas quejas por parte de los vecinos, que la ven como el canal para que eleve las inconformidades. La mayoría de críticas están centradas en la poca agua que arriba a los hogares y los frecuentes cortes de electricidad.
“El problema de la electricidad se ha venido acentuando, con cortes de tres a cuatro horas al día, que se unen a las subidas y bajadas que afectan los artefactos eléctricos de la comunidad”, destacó la también docente, quien al momento de la conversación se encontraba en su residencia.
Al barrio 5 de Julio, como a la mayoría, le llega el agua del Acueducto Regional del Táchira. Como en todos los sectores, el servicio no es constante. “Las fugas de agua en las tuberías son el pan nuestro de cada día y limitan aún más el envío a los diferentes sectores y barrios”, especificó.
“En este momento no tenemos agua; estamos cocinando con la que tememos en reserva. Si no llega del acueducto, nos toca acudir a las cisternas, y no todos tienen cómo pagarlas”, prosiguió, para luego hacer un llamado a las autoridades competentes para que hagan lo humanamente posible por solventar los problemas expuestos.
Esta comunidad también es un espejo de lo que se vive en el corazón de la frontera ante el declive de los servicios básicos. Mientras más alto esté situado el barrio, menos opciones hay de que llegue el agua.
«Si no tengo luz, no produzco dinero”
Marinelly Gómez de Sánchez, de 40 años, es residente del barrio Simón Bolívar. Al lado de su casa tiene una oficina que usa como agencia de lotería. Cuando se va la electricidad, se paraliza por completo su trabajo y, por consiguiente, la alternativa de obtener algunas entradas económicas para su familia.
En el hogar de Gómez viven tres adultos y dos niños, sus hijos. “Cuando no tengo luz, no produzco dinero, pues dependo de una computadora para vender la lotería”, soltó con un dejo de preocupación, ya que en los últimos días se han intensificado los cortes en los mismos sectores.
Como un caos definió la ciudadana la situación que se vive con el agua potable y la electricidad. “Ante lo que estamos viviendo con la pandemia, desde hace ya casi dos años, el agua es fundamental para que se cumpla con las normas de bioseguridad. En la actualidad nadie le está parando a eso”, aseveró.
Son 25 los días que tienen sin que salga una gota de agua por las llaves de su casa, ubicada en la carrera 3. La cifra, de alguna forma, permite medir la angustia que palpita en cada casa que se visita con el objeto consultar las principales fallas, que continúan registrándose en las comunidades.
“La alternativa es comprar el agua, pero no todos contamos con dinero. Hay que moverse y buscar buenos precios. Tengo un hogar y necesito el vital líquido para atenderlo bajo los parámetros que se deben tener frente a la pandemia”, argumentó a modo de colofón.
“Salgo con mi carretilla a buscar agua”
Guzmán Barrientos Carrillo, de 66 años, habitante del barrio Miranda, suele agarrar su carretilla para buscar agua en las instalaciones de Hidrosuroeste, ubicadas en el barrio Curazao. Aunque no quedan tan lejos de su vivienda, el número de cuadras se le hace eterno, por la fuerza que debe hacer.
En el barrio de Barrientos Carrillo, el agua llega cada 25 o 30 días. A veces se extiende por más del mes y esto agudiza el desespero de las familias. “En estos momentos no tengo agua potable”, subrayó el caballero, mientras descansaba su humanidad sobre una silla de mimbre ubicada frente a la fachada de su hogar.
“El sábado pasado sufrimos más de 6 cortes, y nadie nos dio una explicación sobre los motivos”, lamentó, al tiempo que dirigía la mirada hacia la fila de postes de su cuadra. «Ninguno tiene sus luminarias en funcionamiento, y esto parece una boca de lobo”, acotó.
Hace aproximadamente un año, rememoró, una de las neveras de su casa se dañó a causa de los constantes bajones que se registran en el municipio Bolívar. “Deberían, si van a seguir con el relajo, poner un cronograma de racionamiento y que realmente se cumpla”, expresó el sexagenario.