Frontera

San Antonio: un estacionamiento a cielo abierto que no descansa

20 de enero de 2020

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Más de 3.000 vehículos particulares suelen arribar a diario a la ciudad. La mayoría intenta ubicarse en los puntos más cercanos al puente.

EL DATO
Las zonas alejadas de la avenida Venezuela suelen verse mucho más despejadas, sin tanto ajetreo.

DE INTERÉS
Ya entrada la noche, empieza una caravana de carros que van dejando la frontera cargados de costales con comida y demás productos


Jonathan Maldonado

El drástico deterioro del comercio formal en San Antonio del Táchira y la poca rentabilidad que da un trabajo con sueldo en bolívares, han llevado a propios y a extraños a reinventarse en una frontera donde la informalidad gana terreno. Uno de los trabajos que más fuerzas han cobrado es el de vigilantes de carros. En este oficio, profesionales, comerciantes y personas de otras regiones del país han hallado su “rebusque”.

La evidencia se palpa en las calles y carreras cercanas a la avenida Venezuela, vía que conecta con el puente internacional Simón Bolívar. Se trata de una zona convertida en un gran estacionamiento a cielo abierto, en donde, por cuadra, suelen trabajar grupos de dos o tres ciudadanos, que se dividen los espacios y ofrecen el servicio de vigilancia en pesos.
Desde tempranas horas de la mañana, en cualquier día de la semana, los vehículos particulares empiezan a arribar. Algunos prefieren buscar un estacionamiento; otros optan por la calle para ubicar su carro. Los avisos, “se cuidan carros” y “se cuidan motos”, abundan en cada cuadra.

Los cauchos en desuso son los elementos empleados por la mayoría de los vigilantes para marcar la zona donde solo se pueden estacionar los clientes. En muchas ocasiones, los habitantes de las diversas comunidades que conforman el municipio se ven impedidos de ubicar sus vehículos en estas cuadras, provocando malestar y descontento.

Según la alcaldía del municipio Bolívar, cerca de 3.000 carros particulares llegan a diario a la ciudad de San Antonio del Táchira. La cifra, cuando son días pico, puede situarse entre 5.000 a 6.000 vehículos, escenario que atiza el congestionamiento en una ciudad donde la mayoría de los comercios han cerrado sus puertas, mientras otros, en menor proporción, fueron adecuados como posadas, estacionamientos para motos y ventas de verduras.

Peatón por la calle, informales en aceras

Hay aceras, sobre todo las más cercanas a la avenida Venezuela, que son usadas para otros fines, menos para la circulación de los peatones. En algunos puntos se establecieron puestos de ventas de golosinas y comida, que impiden, en su totalidad, el tránsito de las personas, provocando cierta anarquía y desorden.

Este panorama obliga a los transeúntes a bajarse al asfalto para avanzar por una ruta que, para casi el 100 %, termina siendo la misma: el tramo binacional, considerado el más concurrido en una frontera a la que a diario llegan miles de venezolanos de diferentes estados, todos empujados por la crisis del país.

Por otro lado, están los taxis y vehículos particulares que prestan servicio de transporte para los terminales de San Antonio y San Cristóbal. Mientras los conductores cargan, sus carros ocupan parte de los puestos e incluso aceras, que ya tienen asignados, ensanchando un estacionamiento a cielo abierto que, con el tiempo, parece expandirse sin tregua alguna.

“Me ha tocado flexibilizar”

El alcalde del municipio Bolívar, Willian Gómez, es consciente de que la proliferación de vigilantes de carros no ayuda en la movilidad. “He tenido que flexibilizar debido a la situación del país. La gente ha encontrado una manera de obtener ingresos, y no es solo el sanantoniense, sino también quienes han llegado de otras regiones”, apuntó.

Al principio, indicó Gómez, se intentó ejercer algunas acciones, pero “nos conseguimos con muchas personas que han optado, como forma de obtener una ganancia adicional, por alquilar sus frentes a personas foráneas o a manejarlos de forma directa”.

En este sentido, dijo que una de las medidas que se han tomado es que la gente ayude al aseo de cada cuadra, y “estén atentos ante cualquier movimiento extraño, para que informen a las autoridades”.

El burgomaestre puntualizó que los estacionamientos no alcanzan a cubrir la demanda de carros que entran diariamente al municipio. Incluso, “hay locales que han sido habilitados para guardar motos”, indicó al tiempo que instó a los organismos de seguridad a sumarse a estos puntos tan álgidos.

“Lo ideal sería que la GNB, PNB de Tránsito y los otros entes ayudaran, pero la respuesta es baja o nula. Con los 16 integrantes de Vialidad tratamos de hacer lo que esté a nuestro alcance”, enfatizó.

“Muchos dicen que nos adueñamos de las calles”

Jesús Ayala, habitante del barrio Lagunitas, tuvo que bajar las santamarías de sus tres negocios de sonido para dedicarse, como muchos, a la vigilancia de carros. Al principio, confesó, sintió cierta incomodidad ante un oficio que no estaba acostumbrado a hacer y al que fue empujado por la situación del país.

“La mayoría somos propietarios de viviendas”, indicó Ayala, cuyos frentes de negocios se hallan cerca de la avenida Venezuela, punto clave para el rebusque.“Nos organizamos y cada quien cuida y limpia su frente. Obviamente, estamos vigilando carros, pues para nadie es un secreto que la economía del país está mal”, acotó.

Se trata, dijo, de una verdad que no se puede ocultar. “Cuidar carros es mientras dure esto””, soltó al tiempo que lamentó que algunas personas crean que “nos hemos adueñado de las calles. No es así, nosotros solo estamos aprovechando el momento”, apuntó.

“Yo soy administrador de empresas. Aquí hay muchos que son profesionales y están en lo mismo. Yo comienzo a las 6:00 a.m. y culmino a las 9:00 p.m.”, remarcó Ayala, para agregar que en su cuadra solo están él y una señora, dueña también de un local.

“Aquí trabajamos organizados. En otras calles se les ha permitido a otras personas que hagan lo mismo, con el fin de que mantengan limpia la cuadra”, indicó mientras reiteraba que las quejas de algunos ciudadanos, por no poder estacionarse, demuestran que “no conocen la realidad, pues uno no se adueña de nada, la calle es pública, solo ayudamos a mantenerla limpia con nuestro trabajo”.

Recordó que al dañarse los bombillos de los postes, son ellos, los vigilantes de carros, quienes “nos metemos las manos en los bolsillos para comprarlos. Nadie más lo hace, solo nosotros”. En cuanto al servicio del aseo, indicó que pasa regularmente, pues los recolectores son incentivados con propinas.

“Se cobra en pesos. A veces cobramos por horas o el día completo, que está en 5.000”, subrayó quien agradece al menos ganar para la comida y otros gastos de sus hijos y esposa. “Las fachadas de las casas también se deterioran y hay que pagar servicios”, sentenció.

De comerciante a cuidadora de carros

De los 74 años que tiene la señora Carmen de Chacón, 48 los ha invertido en el comercio. En la actualidad, la puerta de su local se encuentra cerrada como consecuencia de la debacle económica que también ha golpeado a la frontera. Ahora se le ve afuera, sentada y con la mirada fija en los carros que cuida.

“Vi que los demás estaban cuidando carros, ganaban dinero, y dije voy a hacer lo mismo”, precisó la septuagenaria, quien, al principio, abría dos puertas del negocio y vigilaba los vehículos. Con el tiempo fue víctima de un hurto, la despojaron de un celular y un radio, suceso que la motivó a cerrar por completo.

“Hay personas que se van sin pagar”, suelta con la confianza que le confieren los años. “Y como yo no puedo caminar rápido, entonces a veces se aprovechan”, acotó para luego dejar por sentado el tipo de artículos que solía vender: “mi negocio es de ventas de electrodomésticos”.

A Carmen de Chacón, hay días en los que le provoca abrir y recordar “viejos tiempos”, pues aún le quedan algunos productos en existencia. “El cambio no me pegó, me he adaptado a las circunstancias”, resaltó con el deseo de que regrese el movimiento de antaño, donde el comercio formal era uno de los protagonistas.

En la cuadra de la dama hay otro señor que hace lo mismo. “Cada persona labora a su estilo, cada quien tiene su forma de trabajo”, aclaró quien ve con un poco de recelo que otros ciudadanos, que no son de la comunidad, también “pretendan tomar espacios. Sé que tienen derecho, pero no cuidan ni limpian”.

A las 6:30 de la mañana, la señora Carmen ya se encuentra en la puerta de su local, no para abrir, sino para comenzar su faena con la vigilancia de carros, la cual le deja alguna ganancia en pesos, que le permite adquirir ciertos productos. “Mi hija me ayuda. Yo suelo irme más temprano y ella se queda hasta las 8:00 o 9:00 p.m.”, dijo.

“Esto no alcanza para mucho. Es beneficioso porque se recoge efectivo y en pesos. Y es que para uno comprarse cualquier cosa aquí se requieren pesos, si no los tiene, se fregó. Es una realidad. La gente suele recibir hasta dólares”, apuntó a modo de colofón.

Más de 12 horas bajo el sol abrasador de la frontera

El próximo 14 de febrero, Javier Alexánder Pérez cumple un año cuidando carros en el barrio Lagunitas, junto a su primo. Ataviado con ropa que le cubre hasta los brazos, para evitar que el abrasador sol de la zona haga de las suyas, el joven labora durante más de 12 horas.

“Antes de esto, trabajaba en seguridad privada, vigilancia, pero no alcanzaba para nada. Decidí independizarme y cuidar carritos con el primo”, explicó Pérez desde su nicho de rebusque. “Acá, en esta cuadra, trabajamos cuatro. Cada quien tiene su espacio para tres vehículos”, recalcó.

Como grupo de trabajo, tienen sus reglas: se respetan los clientes, los espacios y, a diario, se debe recoger la basura arrastrada por los vientos o la que el transeúnte suele lanzar, irresponsablemente, en las calles. “Estos primeros días del 2020 han estado un poco flojos; igual, algún carrito nos llega”, enfatizó.

En torno a los precios, Pérez especificó que suelen variar. “Si es un ratico, paga 3.000 pesos. Si va a dejar el carro todo el día, debe pagar 5.000 o 4.000 pesos, como mínimo”, precisó. “Lo que uno hace alcanza para comprar el desayuno, el almuerzo, la cena y algunos artículos de aseo personal. Cuando sobra alguito, se reúne”, indicó.

“Por los momentos, tengo pensado seguir aquí, pues la situación país no nos da de otra. ¿Qué vamos a hacer?, ¿Trabajar por un mínimo?, uno no aguanta”, aseveró mientras se acomodaba uno de los guantes que usa para protegerse del implacable sol de la tarde.
Es consciente de que este escenario, en algún momento, pueda transformarse y volver a la normalidad, que es “lo que todos deseamos. Nosotros esperamos que haya un cambio para bien”, puntualizó quien a las 6:00 a.m. ya está en la calle, recibiendo a sus primeros clientes.

Javier Pérez aseguró que sus clientes han estado satisfechos con el trabajo que lleva a cabo. “No ha habido reclamos, todo ha estado bajo control. Ellos siguen dejando sus carros acá porque nosotros los cuidamos bien, nos tienen confianza”, remató.

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