Infogeneral

Monseñor Mario Moronta, como todos los años, pronunció e interpretó las 7 palabras

1 de abril de 2018

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(Prensa DiócesisSC).-“En la experiencia de la cruz nos encontramos con un hecho que nos habla de cómo Dios no abandona a nadie y menos a quienes sufren, aún en la peor de las circunstancias”, manifestó el Obispo de San Cristóbal –monseñor Mario Moronta- en la meditación que realizó este viernes santo en la iglesia Catedral sobre las siete palabras de Cristo en la cruz.

En la reflexión el Obispo recordó que hoy en Venezuela se sigue escuchando la palabra de Jesús en la Cruz: “lo escuchamos cuando vemos la cantidad inmensa de personas que están pasando hambre; los que hacen largas filas para ver si pueden conseguir algo de comida a precios que son inalcanzables; quienes hurgan en los basureros o en los desperdicios de las casas y restaurantes a ver si consiguen un poco de quién sabe qué comida para saciar el hambre de varios días; los que no consiguen medicamentos o a quienes se les hace imposibles tratamientos como la diálisis o la quimioterapia u otro tipo de acciones médicas necesarias; los que con mirada triste van saliendo por nuestras fronteras hacia otros países a ver si logran tener un mejor tenor de vida; quienes se quedan solos o no logran vivir con lo que reciben de sueldo… Todos ellos y muchos más hoy exclaman TENGO SED”.

También monseñor Mario Moronta indicó que sólo Jesucristo “es capaz de transformar su sed en un manantial de agua para tantos que la necesitan; el agua de la salvación. Por eso mismo podemos entender cómo le tiende la mano al buen ladrón para asegurarle que ese mismo día estaría con Él en el paraíso. De igual manera, con esa entrega podemos entender el don de la Madre, María, para todos en la humanidad y de la Madre, Iglesia, para continuar en la historia su obra de salvación. Asimismo, podemos entender cómo pide el perdón para sus torturadores y para quienes lo entregaron al suplicio”, dijo.

El Prelado exhortó a los fieles a “hacer sentir la fuerza del amor”, en medio de la crisis que vive Venezuela: “no olvidemos que Cristo es nuestra Paz. Por tanto, edificarla es llenar de Cristo, de su Palabra y de su salvación a nuestra sociedad. No hay tiempo que perder. Es la tarea que el mismo Jesús nos ha entregado”.

A continuación el texto completo de la Meditación de la 7 Palabras de Cristo en la Cruz, escrito por Mons Mario Moronta:

1. Aunque fueron pocas horas, diera la impresión de que el suplicio de la Cruz hubiera durado una eternidad. En el fondo tiene dimensión de eternidad, pues la acción allí realizada abría las puertas de la vida eterna para la humanidad. Así lo refleja la última palabra de Cristo en la Cruz. TODO ESTA CUMPLIDO. No es el último suspiro de un moribundo que entrega su alma. Esta palabra de Jesús encierra toda su existencia terrena y toda su eterna comunión con Dios Padre. En primer lugar, es la reafirmación de haber cumplido con la voluntad del Padre de salvar a todos los hombres de la historia. Horas antes, Jesús le pide al Padre librarlo de las angustias que le producía humanamente la cercanía de la pasión. Sin embargo, se impuso la obediencia del Hijo: “Pero no se haga mi voluntad sino la tuya”.

En esta palabra, por otro lado, se expresa el cumplimiento de una promesa hecha a los primeros padres y que fue alentada por el mensaje de los profetas. Dios había prometido un salvador, con cuya luz iluminaría al pueblo que caminaba en oscuridad. Hubo signos de cómo se haría realidad dicha promesa. El mayor de ellos fue la pascua liberadora de Egipto y la alianza en el Sinaí. El Mesías anunciado realizaría una nueva alianza y haría posible una nueva pascua. TODO ESTA CUMPLIDO viene a ser el cumplimiento de esa promesa: se sellaba con la sangre de Jesús una nueva alianza y se comenzaba a experimentar la pascua, cuyo culmen sería la resurrección de quien estaba en la Cruz ya sin vida.

TODO ESTA CUMPLIDO. Desde la encarnación, Jesús vino a cumplir con la voluntad del Padre. Toda su vida, con su Palabra reveladora y con sus gestos, signos de la salvación y de la presencia del reino, Jesús, el Dios humanado no sólo iba anunciando la redención de la humanidad, sino la presencia viva de Dios en medio de la historia humana. El, siempre en comunión con el Padre, iba demostrando ya desde su encarnación que todo estaba por cumplirse. Ya la hora no sólo había llegado, sino que se estaba cumpliendo con su TODO ESTA CUMPLIDO. Es la palabra que pone el acento final a las esperanzas de la humanidad.

Sin embargo, no deja de ser contradictorio lo que ha pasado en El Calvario. Jesús está solo, abandonado de los suyos. Sólo le acompañan su madre, algunas mujeres y Juan, el discípulo amado. Los demás se han escondido por miedo, por sentirse fracasados y desesperanzados. Su Maestro ha sido golpeado hasta la muerte. Los demás que están presentes no son los que le aclamaron el domingo de ramos… son los soldados, acostumbrados a las crueldades de los suplicios y los dirigentes del pueblo que querían asegurarse que quedaría bien muerto.

Lo peor de todo es que también pareciera que su Dios, el que lo había enviado a salvar a la humanidad lo había dejado solo. Por eso, exclama DIOS MIO, DIOS MIO, ¿Por qué ME HAS ABANDONADO? Pareciera contradictorio. Desde los inicios de su vida terrena, Jesús siempre manifestó su comunión con el Padre Dios: a José y María, les dice que tenía que preocuparse de las cosas de su Padre; a lo largo de su ministerio mostraba su comunión con el Padre, en cuyo nombre actuaba y con quien dialogaba en largas horas de oración. En la Cena pascual previa a su Pasión, reafirma que Él y el Padre son una misma cosa. En Getsemaní, incluso ora al Padre… Horas más tardes siente la soledad y exclama. DIOS MÍO, DIOS MÍO ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO?

Jesús experimenta la mayor consecuencia de su encarnación. Pablo la describe en su carta a los Filipenses: por amor a la humanidad y en estrecha comunión con el Padre, se despojó de su condición divina y se hizo el más pequeño y el más pobre para enriquecer a la humanidad con su entrega. Es lo que quiere decirnos esta palabra. DIOS MÍO, DIOS MÍO ¿POR QUÉ ME HAS ABANDONADO? Sin embargo, no estaba ni solo ni abandonado. Es el momento de la entrega definitiva cuando el Padre abrirá sus manos para recibir su espíritu y así obtener la ofrenda de la víctima por excelencia. Se rebajó tanto que experimentó una soledad radical…humanamente hablando, aunque tenía la certeza de que allí estaba el Padre Dios.

Hoy en el mundo y en Venezuela muchos experimentan el abandono de Dios: hasta lo reclaman. Algunos lo reclaman con soberbia como pensando que Dios ha prescindido de ellos; o porque quieren pedirle a Dios lo que Él no nos va a dar… Pero los auténticamente pobres, aún en medio de su dolor y del hambre que sufren, pueden llegar a pensar que Dios los ha abandonado. Pero hay algo muy interesante: ellos no han abandonado a Dios y siguen teniendo su confianza puesta en Él. Entonces, pueden ir descubriendo que Dios mismo se ha bajado a ellos, se ha desprendido de todo para acompañarlos y darles lo que requieren. Quizás no lo experimentan de una vez, pero van sintiendo que Dios está allí. La gente de verdadera fe sabe que Dios no la ha abandonado. Dios se va dando a conocer y se va acercando a través del testimonio de caridad y misericordia de tantos hermanos que comparten con quienes sufren. Lo bonito es que actúan en el nombre de Dios… por eso, no se sienten abandonados ni olvidados.

En la experiencia de la cruz nos encontramos con un hecho que nos habla de cómo Dios no abandona a nadie y menos a quienes sufren, aún en la peor de las circunstancias. Uno de los que está junto a Él, también crucificado lo reta; le pide que se manifieste con su poder si es rey. Pero el otro, le recrimina esta osadía y más bien se dirige humildemente al Señor: “ACUERDATE DE MI CUANDO ESTES EN TU REINO”. Sabe que no hay escapatoria y se arriesga a unirse a quien ha manifestado seguridad de salvador.

La respuesta no se hace esperar. Jesús muestra que aún cuando el pueda sentir soledad y abandono personalmente, está allí para acompañar a quien lo necesita. El otro crucificado que acude a Él, sabe que ya no hay vuelta atrás; aún así sabe que puede encontrar la pequeña y gran compañía del Señor. HOY ESTARÁS CONMIGO EN EL PARAÍSO. Esta palabra demuestra que ni Jesús ni su compañero de suplicio están solos o abandonados. Dios Padre está sosteniendo al Hijo y, como lo veremos un poco más tarde, está poniendo sus manos para recibir la ofrenda de su Hijo. Asimismo sucede con el compañero de Jesús. Este le está tendiendo su mano para asegurarle que “hoy”, en el momento del suplicio y de la muerte estará en el paraíso.

Cuando uno contempla esta acción del Señor en el mismo momento de su muerte entiende cómo el amor de Dios no está lejos de nadie. Quizás otro le hubiera dicho al que le pedía acordarse de Él, que esperara; que sufriera igual; que no era hora de estar buscando nada… y sin embargo, la palabra de Jesús encierra una gran muestra de amor: HOY ESTARAS CONMIGO EN EL PARAISO. No es el paraíso al estilo humano, sino el de la eternidad del encuentro con Dios. Lo mejor es que ya lo comienza a vivir y disfrutar aún en medio del dolor… La palabra del cumplimiento adquiere un sentido con esta acción también liberadora de Jesús.

A quienes hemos recibido la gracia de ser discípulos de Jesús nos corresponde también estar al lado de quienes sufren: y hay demasiados a nuestro alrededor. Nos toca ofrecerles la mano, como lo hizo Jesús con el buen ladrón. El paraíso que le vamos a ofrecer no es de orden material: es el de la caridad operante para sostenerlos, para animarlos, para darles algo de lo que tenemos y para hacerles sentir la libertad de los hijos de Dios. Todo esto lo hemos de hacer en el nombre del Señor como consecuencia de aquella palabra sencilla, profunda y hermosa. TODO ESTA CUMPLIDO.

2. Cualquier tipo de suplicio, sobre todo si se está en la etapa final del condenado a muerte, genera miles de reacciones: desde el miedo hasta la desesperación, desde el hambre hasta la repulsión de todo tipo de alimento, desde la angustia hasta el grito de auxilio, desde la desilusión hasta el odio… y una de las cosas más terribles que le sucede a un condenado a muerte es la sed. El agua no le alcanza para saciarla, el agua apenas le sirve para aliviarse. La sed sintetiza todos los sentimientos físicos y espirituales que va acumulando y que se acrecienta a medida que se acerca la hora definitiva. Fue lo que le sucedió a Jesús cuando exclama TENGO SED. El crucificado se encuentra extenuado. Desde la cena pascual, prácticamente no ha recibido ni un pedacito de pan y prácticamente no ha recibido ni una copa de agua. Ha sido torturado, ha perdido sangre, ha experimentado la angustia, ha llevado la cruz por el camino del Calvario, ha sudado y sangrado. De allí su grito. TENGO SED.

En cierto sentido es lógico que lo haga. Al menos con un sorbo de agua fresca puede soportar algo el dolor del suplicio y hasta sentir que se puede vivir un poco más. Lo lógico sería que alguien le hubiera dado un poco de agua. Sin embargo, uno de los soldados le acerca una esponja a sus labios llena con una pócima amarga. Con ella, le termina de secar la garganta: así no pedirá más agua y dejará hasta de gritar cualquier cosa. Total, ya el final está cerca y mejor es no sentirse molestado por quien está ya en condición de moribundo. Eso no deja de quitarle al Crucificado el deseo de saciar su sed. No podrá gritar, no querrá recibir otra pócima amarga, pero aún se siente el grito de TENGO SED.

A lo largo de la historia posterior, mucha gente se ha identificado con esta palabra de Cristo en la Cruz y ha recibido una respuesta parecida a la que le dio el soldado romano al Señor. Pensemos en los mártires de los primeros siglos y de todos los tiempos: su sed fue saciada con más dolor y con más suplicios; la triste experiencia de los campos de exterminio nazi, las guerras de todo tipo en la historia de la humanidad durante las cuales quienes pagan las consecuencias son los más pobres…. A esto se unen las desastrosas experiencias de opresión, con tiranías insensibles, con las consecuencias de migraciones forzosas, con el desprecio de la dignidad humana, con el comercio de muerte manifestado de diversas maneras… Toda la gente que sufre estas opresiones y situaciones antihumanas clama como Jesús TENGO SED. Y la respuesta no es la de un auxilio, sino la de las componendas de los poderosos para que no sean castigados y en el caso de serlo, la condena no sea tan dura porque tienen “derechos humanos”.

En estos tiempos recientes, en Venezuela nos seguimos encontrando con gente que grita TENGO SED. Lástima que los oídos sordos de muchos no permiten ni saber que sufren la urgencia de una mínima atención, como tampoco posibilitan soluciones que al menos sacien el dolor y el sufrimiento de ellos. TENGO SED sigue clamando Cristo Crucificado hoy: lo escuchamos cuando vemos la cantidad inmensa de personas que están pasando hambre; los que hacen largas filas para ver si pueden conseguir algo de comida a precios que son inalcanzables; quienes hurgan en los basureros o en los desperdicios de las casas y restaurantes a ver si consiguen un poco de quién sabe qué comida para saciar el hambre de varios días; los que no consiguen medicamentos o a quienes se les hace imposibles tratamientos como la diálisis o la quimioterapia u otro tipo de acciones médicas necesarias; los que con mirada triste van saliendo por nuestras fronteras hacia otros países a ver si logran tener un mejor tenor de vida; quienes se quedan solos o no logran vivir con lo que reciben de sueldo… Todos ellos y muchos más hoy exclaman TENGO SED.

Y sí hay quien les de algo para intentar no calmar sino ahogar ese grito: las dádivas que el Gobierno intenta dar con condiciones y de vez en cuando; las falsas promesas de mejores condiciones de vida ofrecidas por dirigentes políticos que buscan garantizarse sus propios intereses; las ofertas de trabajos amorales, como el contrabando, el “bachaqueo”, la especulación y otros; el conformismo y la falta de solidaridad de quienes algo tienen pero que no lo comparten con nadie… Estas son pócimas amargas que se van dando para que no se escuche el clamor de nuestra gente, TENGO SED.

Hoy no nos encontramos al soldado romano, pero sí quienes hacen sus veces: los que pretenden imponer un régimen deshumanizante que hunde en el empobrecimiento a todos y, a la vez, elimina toda iniciativa de producción y de superación; las mafias que se dedican al tráfico de personas, llevando a muchos jóvenes y adolescentes a la prostitución; esas mafias transitan por las carreteras y pasan por las alcabalas con su lamentable carga de personas menospreciadas y con las que se negocia; curiosamente a ellos ni se les matraquea ni se les revisa; los grupos irregulares que siembran zozobra en muchos de nuestros poblados, así como los que se dedican al narcotráfico, con su secuela de muerte. Junto a estos nos encontramos a tantos indiferentes que dudan acerca de la existencia de estas dificultades o situaciones; o los que, por tener recursos, no son capaces de compartir con los demás con sentido de caridad y solidaridad… Ellos le dan al pueblo una pócima amarga, la de la indiferencia y prepotencia de sus actitudes….pero aún así se sigue escuchando el grito desgarrador TENGO SED.

Es verdad que al poco tiempo de su grito, Jesús entregará su espíritu en manos del Padre y, entonces, brotará el agua que da frescura permanente, el agua del amor redentor y de la vida eterna. Por eso, quienes somos discípulos de Jesús tenemos la posibilidad, recibida de su gracia, y la obligación, nacida de nuestra vocación o llamada de parte de Dios de ofrecer el verdadero frescor del agua que brotó del costado del crucificado luego de recibir el lanzazo del soldado romano. Es el agua de la solidaridad y del amor, el agua de la alegría de sentirnos pueblo para compartir las esperanzas y angustias de los hermanos. Muchas de esas angustias y manifestaciones de sed las sentimos nosotros mismos. También nosotros debemos hacernos eco del clamor de Cristo hoy en la cruz de tantos hermanos: TENGO SED.

Pero nosotros no somos ni debemos ser como aquel soldado romano. Ofrecemos el agua de la libertad a través de nuestras obras de misericordia. Hemos de seguir haciéndolo aún desde la poquedad de nuestros recursos; pero sobre todo desde la riqueza de la fuerza del Espíritu que nos da el agua que sacia la desesperanza de quienes se sienten solos y abandonados. Si lo hacemos, estaremos dando una respuesta clara; como lo decía el recordado Abbé Pierre, fundador de los TRAPEROS DE EMAUS en la década de los cuarenta del siglo XX, estaremos realizando la “insurrección de la bondad y del amor”.

No es una insurrección armada ni violenta, sino la actitud de repulsa de lo que menosprecia y rebaja la dignidad de los seres humanos. Será consecuencia del cambio necesario que brota de la Cruz, la nueva creación, que cambia la mentalidad de los seres humanos para hacerlos protagonistas del amor y de esa bondad que, en el fondo, es el rasgo hermoso de la santidad de Dios, a la que estamos llamados a asumir. Sólo así podremos responder al clamor de la gente y de Cristo, TENGO SED.

3. Aunque diera la impresión de haber sido abandonado y de quedarse hasta sin agua, las palabras de Cristo en la Cruz sintetizan la voluntad salvífica de Dios Padre que la cumple el Hijo entregado como víctima en la Cruz. Todo se cumple. Si bien pareciera ser una historia de abandono y de soledad, Él rompe esa impresión con un don especial que le concede a los discípulos y a la humanidad: HIJO, HE AHÍ A TU MADRE. En el momento solemne de su muerte, vuelve a repetir lo que siempre hizo en su ministerio: dar. Y dar con generosidad. De allí, que le entregue a la humanidad la maternidad de su Madre, para que sea ella fiel compañera, maestra y ejemplo de lo que hay que hacer. No es un mero don hacia los discípulos y la humanidad. Jesús, le entrega al cuidado del discípulo y a la misma humanidad la soledad de María: MUJER, HE AHÍ A TU HIJO.

Con esta palabra, Jesús demuestra lo que es el evento de la Cruz: donación en el amor. Por amor, María se convierte en la Madre de Dios; y, desde el amor de su Hijo, se convierte también en Madre de la humanidad. La soledad de la humanidad, golpeada por el pecado y la oscuridad de la muerte, llega a transformarse en comunión y acompañamiento. Comunión de la Madre para los nuevos hijos; y viceversa; acompañamiento mutuo hasta el encuentro definitivo al final de los tiempos. Desde ese momento, la Madre fue recibida por los discípulos y la humanidad. Así se convirtió en la más poderosa intercesora ante el Hijo por los nuevos hijos.

Esta palabra, a la vez, habla de la Iglesia. María es modelo de lo que tiene que ser la Iglesia: Madre. En María, descubrimos cómo la Iglesia es recibida por la humanidad, a la par que la humanidad es recibida por la nueva Madre, la Iglesia. Con ello, se hace extensible en la historia posterior la fuerza redentora de Jesús. La Iglesia no sólo anuncia el evangelio de la salvación, sino que acompaña a todos los seres humanos, en sus alegrías y penas, en sus gozos y esperanzas, en sus problemas, dolores y angustias. Como parte de su vocación y siguiendo el ejemplo de María, la Iglesia está llamada a estar cerca de los seres humanos, creyentes y no creyentes: es voz de los que no la tienen, es capaz de dar agua a los sedientos, de extender su mano solidaria para quienes sufren.

Quien había predicado el perdón, quien había enseñado en el padre nuestro que había que perdonar si se quería recibir el perdón de Dios, quien lo hizo realidad durante vida pública, ahora no podía ir en contra de su propia palabra. PADRE, PERDONALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN. Otro don que brota desde el amor crucificado. Incluso hasta con una especie de justificación: PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN. Jesús va a entregar su espíritu en las manos del Padre para conseguir el perdón de los pecados de toda la humanidad. En su primera palabra desde la cruz ya da una lección clara y precisa: PADRE, PERDONALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN.

El perdón y la reconciliación formaron parte de la predicación de Jesús. Hubo muchos que así lo experimentaron; otros lo llamaron blasfemo por eso y hubo indiferentes que no hicieron caso. El perdón no significaba en ningún momento impunidad. Implicaba la conversión que el mismo Jesús predicó desde el inicio de su ministerio público. La conversión no era sólo arrepentirse de los pecados y sentirse libres del mismo, sino también conllevaba un cambio de vida. Así lo enseñó Jesús. Un ejemplo de ello lo vemos en el episodio de la mujer adúltera. En el diálogo con Nicodemo, Jesús garantiza que su entrega era para salvar y no para condenar. Ahora en la cruz, lo vuelve a enseñar desde su propia experiencia existencial. ´PADRE, PERDONALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN.

La Iglesia ha recibido este ministerio. Nos lo enseña Pablo y los Padres de la Iglesia. No se trata de un acto puntual sino de una enseñanza, una catequesis que permita a quien está en el pecado y su oscuridad optar por Cristo y por una vida nueva, ya recibida en el bautismo. Hoy, en Venezuela, así como tenemos que ponernos al lado de los sufrientes, tenemos la obligación de decirles a quienes oprimen de diversas maneras como hemos visto que deben convertirse. Hay que dar signos para ello: desde dejar la maldad y asumir sus propias responsabilidades hasta demostrar que es la luz de la verdad la que definitivamente va a orientar la vida.

Por ello, invitamos a quienes están en el camino de la maldad, los corruptos, los que forman parte de las mafias del narcotráfico, del tráfico y trata de personas, del contrabando y del menosprecio de la dignidad humana, de quienes quieren destruir la familia e introducir antivalores que rebajan a la persona humana, de quienes prefieren delinquir, robar y asesinar, de quienes propician el negocio de la pornografía, de quienes abren caminos a la mediocridad y a la maldad, que se conviertan Que se unan a quienes de verdad queremos seguir en el camino abierto por Jesús hacia una plenitud de vida. A ellos les invitamos a sentir la fuerza de la palabra de Cristo en la cruz cuando dice: PADRE, PERDONALOS PORQUE NO SABEN LO QUE HACEN.

En el fondo, todo se sintetiza en seguir a Jesús. Él ha indicado qué significa: tomar la propia cruz, es cierto, pero con la decisión de ver y experimentar en ella el amor que todo lo puede. Ese amor en Cristo se expresa por ser el sacerdote que entrega la víctima propiciatoria y reconciliadora al Padre. Resulta que esa víctima es el mismo Señor Jesús EN TUS MANOS, PADRE, ENTREGO MI ESPIRITU. En esta palabra se manifiesta que TODO ESTA CUMPLIDO. Es decir, que se ha hecho realidad la voluntad del Padre que quiere que todos los seres humanos se salven. Esta palabra demuestra que Jesús no estaba solo, sino que se había despojado de toda prerrogativa para poder entregarse totalmente como ofrenda de amor.

Porque EN TUS MANOS PADRE ENCOMIENDO MI ESPIRITU, Jesús es capaz de transformar su sed en un manantial de agua para tantos que la necesitan; el agua de la salvación. Por eso mismo podemos entender cómo le tiende la mano al buen ladrón para asegurarle que ese mismo día estaría con Él en el paraíso. De igual manera, con esa entrega podemos entender el don de la Madre, María, para todos en la humanidad y de la Madre, Iglesia, para continuar en la historia su obra de salvación. Asimismo, podemos entender cómo pide el perdón para sus torturadores y para quienes lo entregaron al suplicio.

Por el bautismo, también nosotros hemos sido capacitados para imitar a Cristo, ya que hemos sido convertidos en “ofrendas vivas” (Rom 12,1-2). Lo podemos y debemos hacer en nuestra vida familiar y comunitaria, con lo que somos y tenemos. Es una ofrenda, al estilo de Cristo, llena de amor con la fuerza y gracia del Espíritu Santo. Porque lo somos, entonces también debe ser una expresión de nuestra opción por los pobres y excluidos; como también de ir, sin miedo a las periferias existenciales, en particular donde impera el pecado, la maldad y la oscuridad, parta que sientan quienes están allí, que Dios les ama y pueden transformar su vida. También nos la jugamos por la salvación de los demás, al estar identificados con Cristo, quien fue capaz de ser causa de salvación. Por ello dijo EN TUS MANOS PADRE, ENCOMIENDO MI ESPIRITU.

4. Culminamos la meditación de las siete palabras de Cristo en la Cruz. Ojalá no sea un simple ejercicio de piedad o una meditación sin referencia a la vida concreta. Hoy, como nos han enseñado las Papas, la gente cree más a los testigos que a los maestros. Esto nos lleva a tener en consideración que debemos dar testimonio con nuestras propias vidas. Las palabras de Jesús, las hemos de asumir para que puedan surtir el efecto que el mismo Dios quiere.

En medio de la crisis que sufrimos, la acción decidida de los cristianos tiene que ser un oasis en el desierto por el cual transitan tantos hermanos. No hacerlo es volvernos en arenas de ese desierto. Hacerlo es ser capaces de dar el agua que se necesita ante tanta sed que se experimenta hoy en día. Nos toca hacer sentir la fuerza del amor, la “insurrección de la bondad y de la misericordia”, con el estilo de Jesús que nos invita, si queremos ser felices, a ser constructores de la paz. No olvidemos que Cristo es nuestra Paz. Por tanto, edificarla es llenar de Cristo, de su Palabra y de su salvación a nuestra sociedad. No hay tiempo que perder. Es la tarea que el mismo Jesús nos ha entregado.

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