Internacional

Agotados y con camas al límite, médicos argentinos se preparan para segunda ola de covid

14 de abril de 2021

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Mejor preparados sí, pero con falta de camas y agotados: así esperan los médicos una explosión de casos de covid-19 en la terapia intensiva de un hospital en la provincia de Buenos Aires.

El ritmo frenético en este sector dedicado a pacientes críticos de covid-19 no ha cambiado más de un año después de que la enfermedad llegara a Argentina.

“El paciente hizo un infarto”, explica un enfermero al médico que comienza su guardia, bajo el pitido incesante de los monitores y el silbido de los respiradores artificiales.

“Esto es muy duro”, coinciden médicos y enfermeros que trabajan a pulmón para salvar vidas en esta Unidad de Terapia Intensiva (UTI) del hospital público El Cruce Dr. Néstor Carlos Kirchner, una de las zonas más pobres en el sur de Buenos Aires.

“No hemos parado desde marzo, en este momento estamos viendo un rebrote de la curva y una necesidad cada vez mayor de camas sobre todo para gente joven y en situación muy grave”, explica a la AFP, Nestor Pistillo, jefe de terapia intensiva.

Este hospital de alta complejidad dispone de 44 camas para los pacientes en estado crítico. Están “100% ocupadas”, 24 de ellas con pacientes con coronavirus. Al igual que el año pasado, prevé abrir centros de salud “modulares” para atender un desborde de casos.

“Si esto sigue aumentando, habrá que tomar otras medidas, apoyados por un comité de crisis”, explica Ariel Sáez de Guinoa, director del hospital.

UTI colapsadas

“El problema principal que tienen los pacientes graves por covid es el tiempo prolongado de estadía, hemos tenido pacientes que estuvieron más de 70 días internados”, comenta Pistillo.

“Las camas son finitas, en el momento en que colapse la terapia intensiva va a haber un problema serio porque habrá gente, cada vez más joven, que corra riesgo de vida”, advierte.

Con una curva de contagios disparada, las unidades de terapia intensiva prevén lo peor. El martes se alcanzó un nuevo récord de 27.001 casos diarios, para un total de 2.579.000 infecciones y 58.174 muertes.

Actualmente hay un 71% de camas ocupadas en el AMBA (Área Metropolitana de Buenos Aires), y un 62% en Argentina, según datos oficiales.

Pero el crecimiento es desenfrenado. Tan solo en la ciudad de Buenos Aires, los pacientes con coronavirus internados en el sistema público aumentaron un 27% entre el 5 y 11 de abril.

“Hemos suspendido parte de las cirugías, pero eso tiene un problema: estamos dejando de operar tumores cerebrales, cirugías cardíacas, trasplante de órganos, eso significa que si una persona no muere por covid, muere por otra enfermedad”, asegura Pistillo.

A este médico también le preocupa la falta de personal. “Los terapistas no pueden ser remplazados. Uno puede tener un respirador pero es como tener un auto de Fórmula Uno, se necesita un piloto para manejarlo (…) estos pacientes van a estar mucho tiempo internados. La calidad de atención es la que define la diferencia entre la vida y la muerte”, destaca.

“Quiero llevarme a mi hija a casa”

“Ayúdeme doctor, quiero llevarme a mi hija a casa”, ruega una mujer durante su visita a la terapia intensiva. A través de un cristal, la mujer mira a su hija de 43 años, sostiene la mano alzada y no deja de secarse los ojos.

La hija está en coma inducido. “Está muy grave”, comenta Pistillo.

A su lado, un grupo de personas reza frente a sus familiares intubados con respiradores artificiales.

Solo un hombre sale aliviado de la sala. Su madre pasará a cuidados intermedios.

“Sentíamos que no teníamos ninguna chance, pero ahora después de siete días está mejorando”, se felicita Rafael Porcel.

Muchos de los pacientes en esta fase avanzada mueren. De los que se recuperan, muchos quedan con secuelas graves, como daños cerebrales, problemas respiratorios o insuficiencia renales.

El hospital desarrolló un programa “cuidados humanizados” en el que incluyen a la familia en el tratamiento del paciente.

“La terapia intensiva es un lugar que no tiene luz, que no tiene noción del tiempo (…) se trata de no perder de vista que no solo se atiende al paciente sino también a la familia”, cuenta Yazmín Saad.

La voz de esta kinesióloga de 33 años se quiebra.

“Cuando llego a casa, cierro los ojos y me quedan grabados esos momentos de intimidad en los que le decís a un paciente que lo vas a conectar a un ventilador mecánico (…) eso quiere decir que quizá sea yo la última persona que ellos vean”, cuenta.

“No me voy a olvidar nunca de las cosas que me dicen esos pacientes en ese momento (…) estas personas son mucho más que un paciente que necesita una asistencia respiratoria: a veces son un padre, una madre, el amor de la vida de alguien”.

AFP

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