Internacional

Viernes Santo: la crucifixión

30 de marzo de 2018

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El Viernes Santo es una de las más representativas y profundas conmemoraciones del cristianismo. Es el quinto día de la Semana Santa. Este día se recuerda la muerte de Jesús de Nazaret.

En este día, la Iglesia Católica manda a sus fieles guardar ayuno y abstinencia de carne como penitencia.

San Juan, teólogo y cronista de la pasión nos lleva a contemplar el misterio de la cruz de Cristo como una solemne liturgia. Todo es digno, solemne, simbólico en su narración: cada palabra, cada gesto. La densidad de su Evangelio se hace ahora más elocuente.

Y los títulos de Jesús componen una hermosa Cristología. Jesús es Rey. Lo dice el título de la cruz, y el patíbulo es trono desde donde el reina. Es sacerdote y templo a la vez, con la túnica inconsútil que los soldados echan a suertes. Es el nuevo Adán junto a la Madre, nueva Eva, Hijo de María y Esposo de la Iglesia. Es el sediento de Dios, el ejecutor del testamento de la Escritura. El Dador del Espíritu. Es el Cordero inmaculado e inmolado al que no le rompen los huesos. Es el Exaltado en la cruz que todo lo atrae a sí, por amor, cuando los hombres vuelven hacia él la mirada.

La Madre estaba allí, junto a la Cruz. No llegó de repente al Gólgota, desde que el discípulo amado la recordó en Caná, sin haber seguido paso a paso, con su corazón de Madre el camino de Jesús. Y ahora está allí como madre y discípula que ha seguido en todo la suerte de su Hijo, signo de contradicción como El, totalmente de su parte. Pero solemne y majestuosa como una Madre, la madre de todos, la nueva Eva, la madre de los hijos dispersos que ella reúne junto a la cruz de su Hijo. Maternidad del corazón, que se ensancha con la espada de dolor que la fecunda.

La palabra de su Hijo que alarga su maternidad hasta los confines infinitos de todos los hombres. Madre de los discípulos, de los hermanos de su Hijo. La maternidad de María tiene el mismo alcance de la redención de Jesús. María contempla y vive el misterio con la majestad de una Esposa, aunque con el inmenso dolor de una Madre. Juan la glorifica con el recuerdo de esa maternidad. Ultimo testamento de Jesús. Ultima dádiva. Seguridad de una presencia materna en nuestra vida, en la de todos. Porque María es fiel a la palabra: He ahí a tu hijo.

El soldado que traspasó el costado de Cristo de la parte del corazón, no se dio cuenta que cumplía una profecía y realizaba un último, estupendo gesto litúrgico. Del corazón de Cristo brota sangre y agua. La sangre de la redención, el agua de la salvación. La sangre es signo de aquel amor más grande, la vida entregada por nosotros, el agua es signo del Espíritu, la vida misma de Jesús que ahora, como en una nueva creación derrama sobre nosotros.

La celebración

Hoy no se celebra la Eucaristía en todo el mundo. El altar luce sin mantel, sin cruz, sin velas ni adornos. Recordamos la muerte de Jesús. Los ministros se postran en el suelo ante el altar al comienzo de la ceremonia. Son la imagen de la humanidad hundida y oprimida, y al tiempo penitente que implora perdón por sus pecados.

Van vestidos de rojo, el color de los mártires: de Jesús, el primer testigo del amor del Padre y de todos aquellos que, como él, dieron y siguen dando su vida por proclamar la liberación que Dios nos ofrece.La crucifixión de Jesús centro del Viernes Santo. ¿Qué significación tiene para los cristianos?

La crucifixión por definición es el modo de ejecución que consiste en atar o clavar a la víctima en una cruz. Jesucristo muere crucificado, por lo que lo convirtió en el símbolo del cristianismo.

Pero podría usted sorprenderse si le digo que la cruz para los tiempos de Jesús, era sinónimo de maldición, de todo lo abominable. ¿Cómo es que algo tan repudiable entonces se transforma en instrumento de salvación?

Para comprenderlo, tendrían que verse juntos los dos eventos culminantes de vida de Jesús. Muerte y Resurrección.

Según la tradición, todo lo que se ataba a esa cruz se hacía maldito o abominable. Era considerado tan denigrante, que el mismo imperio romano no permitía la crucifixión de ciudadanos romanos, aun estando condenados a muerte.

Y aunque aparenta ser contradictorio, no lo es. Puede comprenderse solo mediante el amor taaaan grande de Dios, que en las mismas Escrituras-quizá sabiendo lo extraordinario que resulta a la razón del hombre-se señala a partir de una explicación: Porque de tal manera amó Dios al mundo, que dio a su Hijo unigénito, para que todo aquel que cree en El, no se pierda, mas tenga vida eterna. (Juan:3:16)

Pasión y Muerte de Jesús – En la Cruz

De eso justamente se trata y por ello genera tanta gratitud para los cristianos y compromete a vivir una vida signada por su amor, sin hacer acepción de personas.

Quizá mucho hemos escuchado en misa decir de Jesús: Él es el Cordero de Dios. Ciertamente, nació como cordero, en un establo, en el mismo lugar en donde nacían los corderos y murió como cordero, atado a un madero como solían atarse aquellos animalitos, puros, escogidos sin mancha, los cuales solían atarse a maderos antes de su sacrificio.

Al Jesús cargar con todos nuestros pecados, asumió en su persona el precio y costo de la cruz. Allí ató, la sentencia de cada pecador, al tomar su puesto o lugar, mediante su cuerpo clavado al madero en forma de cruz. Todo lo abominable, el pecado de la humanidad quedó clavado en la cruz. “Cristo nos redimió de la maldición de la ley, habiéndose hecho maldición por nosotros (porque escrito está: maldito todo el que cuelga de un madero), a fin de que en Cristo Jesús la bendición de Abraham viniera a los gentiles, para que recibiéramos la promesa del Espíritu mediante la fe” dice la Biblia en Gálatas 13:13. Este episodio de la vida de Jesús, guarda coherencia con lo expresado en el libro de Deuteronomio 21:23 “su cuerpo no colgará del árbol toda la noche, sino que ciertamente lo enterrarás el mismo día (pues el colgado es maldito de Dios), para que no contamines la tierra que el Señor tu Dios te da en heredad).

De manera que el efecto de la maldición quedó abolido con la resurrección de Jesús. Es la razón por la cual los cristianos-católicos y protestantes- celebran acorde a las Sagradas Escrituras la trascendencia del Domingo santo, como día de Gloria, por la victoria obtenida por Jesús sobre la sentencia de muerte que arroja el pecado (Romanos 6:23: “Porque la paga del pecado es muerte, mas la dádiva de Dios es vida eterna en Cristo Jesús Señor nuestro”).

Por eso para los cristianos, aunque la muerte de Jesús produce tristeza y dolor, no deja de asociarse a la esperanza liberadora derivada de la resurrección, apoyados en lo dicho por Jesús en el evangelio de San Juan “En verdad, en verdad os digo: el que oye mi palabra y cree al que me envió, tiene vida eterna y no viene a condenación, sino que ha pasado de muerte a vida. (Juan 5:24). Es así como quienes profesan la fe en el cristianismo tienden a explicar la relación de los dos eventos en estos términos: La boleta de excarcelación y libertad fue expedida por Jesús. Su muerte en la cruz fue el precio fijado por el mismo Dios, el cual y Él pagó. Para cobrar esa salvación, y hacerla efectiva, solo hay que validarla mediante la fe al reconocer a ese justo fiador: Jesús.

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