Al menos 29 niños waraos, entre 0 y 3 años, forman parte de la población indígena que arribó a las riveras del río Manamo en Tucupita, en medio de una nueva ola de personas que intentan huir de las difíciles condiciones que viven en sus comunidades de origen.
Entre los migrantes también hay siete adolescentes que no forman parte de ninguna institución educativa, como consecuencia del abandono de las escuelas rurales por parte del Estado. También del personal docente, incluso, mucho antes de la pandemia.
La poca producción de rubros agrícolas no han podido alcanzar el periodo de cosecha en el 2021, como parte de las «condiciones no habituales» del medio ambiente, que en este año no ha contado con el acostumbrado período de verano
Las intensas lluvias terminaron por desaparecer plantaciones completas de patilla, yuca, plátano y auyamas por ser cultivos que «no quieren nada con el agua», según testimonió Raúl González, uno de los entrevistados por Radio Fe y Alegría Noticias.
Familias enteras que dependían de una economía de sustento a partir de sus producciones se vieron encerrados por la crisis económica y las dificultades que ha generado el extraordinario tiempo atmosférico nada igual a años anteriores.
Por si fuera poco, aseguraron que el Gobierno nacional y local han dejado de atender a los residentes de las poblaciones indígenas en zonas fluviales con los alimentos subsidiados por el Estado, y durante el 2021, han sido efectuados solo tres operativos de venta de alimentos en algunas comunidades.
Sin alternativas, familias enteras decidieron mudarse a Tucupita con la esperanza de poder vivir, al menos, durante un tiempo no determinado con los bonos otorgados por el Ejecutivo Nacional durante los últimos.
Algunos se trasladaron con sus escasas creaciones y manualidades para tratar de venderlas y sobrevivir en una ciudad donde todos los precios están dolarizados como ocurre en toda Venezuela.
Al arribar a las riveras del río Manamo, a un costado de Tucupita, se establecieron e improvisaron refugios con apenas uno troncos y restos de plásticos.
A las comunidades indígenas también ha llegado la noticia de la «fiebre del hierro», y algunos trasladaron a Tucupita chatarras que hoy se han convertido en un producto apetecido por quienes explotan el hierro usado o reciclado.