Mientras Juan Guaidó era ovacionado por toda la clase política norteamericana, mientras demócratas y republicanos se levantaban de sus asientos para aplaudir a quien reconocen como el presidente legítimo de Venezuela, en el universo Twitter de los venezolanos, se desató una guerra entre los que valoraban el acto como el mayor logro diplomático de la historia, y los que proferían cualquier tipo de insultos en contra de Guaidó, su mamá y toda su descendencia.
Donald Trump se posicionó como el mayor aliado de Juan Guaidó, o dicho mejor, Guaidó conquistó su mayor logro diplomático en el discurso del Estado de la Unión. Ser el protagonista de algunas líneas del discurso presidencial es, sin duda, gasolina para la llama que trata de avivar sus aspiraciones de lograr el cese de la usurpación en Venezuela. Que Maduro deje el poder sigue siendo su principal deuda. ¿Cómo transferir esa euforia diplomática a la escasa esperanza de sus seguidores?
El cuatro de febrero es una fecha simbólica para los venezolanos. Hace 28 años se disparó a matar. Un puñado de militares apuntó a la institucionalidad, balas de plomo hirieron de muerte a un sistema que, aunque decadente, mostraba vestigios de poder recuperarse. La misma noche en que Trump sacaba aplausos a sus adversarios políticos, los seguidores de Maduro recordaban al teniente coronel Hugo Chávez y a su “por ahora”. La frase que lo sacó del anonimato y lo catapultó a la popularidad en los sectores más pobres del país.
Anocheció del golpe
La película venezolana que mejor describe el intento de golpe militar del 4 de febrero de 1992 se llama “Amaneció de Golpe”, del director Carlos Azpúrua. El rodaje muestra el sangriento recorrido de los golpistas hasta su rendición. Una mañana que marcaría un antes y un después en la política venezolana. Fue la grieta que terminó de socavar al sistema tradicional y el que les abrió una rendija a los militares “bolivarianos”, para que en 1998 tomaran el poder por la vía de los votos y en la figura carismática del “comandante Chávez”.
La ironía de este aniversario es que haya sido, justamente el 4F el día en que Donald Trump cargó en hombros a la mayor amenaza del chavismo y lo haya puesto en la pantalla del mundo entero. Anocheció de golpe para los que todavía celebraban el llamado día de la dignidad nacional. Todavía no salen del golpe. Todavía no han respondido. Aunque, seguramente, desde Rusia también levantarán la mano de Nicolás Maduro en señal de victoria ante un nuevo ataque del imperio.
Y para más ironías, parece que el famoso “por ahora” de Chávez, es el nuevo mantra que acompañará a Guaidó durante los próximos meses. ¿Ahora qué?, ¿cuál es la estrategia para avivar la llama de la esperanza?, de poco serviría que el empuje diplomático que ha recibido en la gira, no se traduzca en más confianza de los venezolanos que aspiran a un cambio político que les devuelva la dignidad.
Balas de verbo, balas de plomo
El 4F de 1992 y el 4F de 2020 tienen dos cosas en común. En ambas fechas se disparó al adversario. Unos con plomo, otros con palabras. Unos con la fuerza de los tanques, otros con la pluma de la diplomacia. Que también se puede convertir en plomo y sangre. Cuidado. La madurez política de los twiteros venezolanos es proporcional a la rapidez con la que puedan probar sus teorías. Juegan en contra de Guaidó. Por la tarde era un fracasado, nadie lo había recibido en Estados Unidos, lo acusaron de ir a pasear y de no querer volver. Pero en la noche era el héroe, el hombre que conquistó a los políticos gringos. Era el símbolo de la libertad. La representación de las ilusiones y la esperanza de las mayorías. Aunque parezca mentira, así somos. Capaces de descocer a cualquiera en dos minutos y luego revestir de santidad al mayor de los malvados. La volátil personalidad de los caribeños juega en contra de los procesos, de las metas a mediano y largo plazo. Dos días después, seguramente en Twitter hay alguien preguntándose si Guaidó volverá al país o montará un gobierno en el exilio.
El país de verdad, el otro país
Mientras Juan Guaidó era ovacionado por toda la clase política norteamericana, mientras los seguidores de Maduro celebraban el 4F como el día de la dignidad nacional, a esa misma hora una mamá lloraba a su hijo muerto. A esa mismísima hora gritaba y sangraba de rabia porque lo acribillaron en la punta de su cama. A la hora de los aplausos y las consignas revolucionarias, a esa a misma hora, otro joven venezolano era víctima de una ejecución extrajudicial. Uno más.
Justamente el 4F, el día en que el chavismo celebraba la rebelión -así le llaman también justo a esa hora- las madres de los niños enfermos rezaban para que la cuenta de los muertos no sumara un angelito más. Justamente, mientras Trump arrancaba aplausos a rabiar, dos niños hurgaban en la basura porque no habían cenado. No habían almorzado, quizás tampoco habían desayunado.
La mayor ironía de este 4F es que Venezuela sigue jodida, pero mucho más jodida que en 1992. El gran reto de Guaidó no es solo regresar a Venezuela después de la gira, es volver y recargar de esperanza a los venezolanos que ya tiraron la toalla. A los que ni siquiera tenían internet la noche del 4F de 2020 para sumarse a la contradicción de los tuiteros.