Nacional

En la cuna del petróleo venezolano reina la desolación

20 de marzo de 2019

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Manantiales aceitosos y oscuros siguen brotando en Mene Grande, el modesto pueblo donde comenzó la explotación petrolera en Venezuela hace más de un siglo. De la embriagante bonanza que atrajo a miles solo queda desolación.

El asfalto de las vías luce desgastado. Escasean el agua, el gas doméstico y la electricidad. Acostumbrados a los altos salarios que ganaban en la industria del crudo, muchos migraron huyendo de la peor crisis en la historia reciente del país.

«Nosotros vivíamos como reyes», rememora Henry. «Esta era la mayor zona petrolera que había en Venezuela (…). Usted se paraba aquí y veía el vainero (gran cantidad) de gabarras trabajando allá afuera. Todo eso se acabó», dice mirando al Lago de Maracaibo (estado Zulia, noroeste).

Henry, de 48 años, trabajó como perforador de pozos durante la bonanza más larga en 105 años de explotación petrolera, que le reportó a este país con las mayores reservas de oro negro unos 750.000 millones de dólares entre 2004 y 2015.

(Foto/AFP)

Vive en San Timoteo, una comunidad de palafitos a orillas del Lago de Maracaibo, desde donde se veían plataformas de exploración de la industria que aporta 96% de los ingresos de Venezuela, cuya petrolera, PDVSA, llegó a estar entre las cinco más importantes del mundo.

La postración de la actividad dejó sin empleo a la mayoría, pues el bombeo pasó de 3,2 millones de barriles diarios en 2008, a poco más de un millón en febrero, según especialistas por la falta de inversiones y la corrupción.

Olivero Bracho, de 46 años, solía trabajar en las embarcaciones. «En esta zona no hay ninguna gabarra, las operaciones petroleras están paradas. Liquidaron al personal», lamenta. Sus dos hijos se fueron a Colombia.

Antes -recuerda- «había mucha gente trabajando, la gente compraba su comida, ahora estamos pasando necesidades».

Usando agua de la playa

San Timoteo es la deprimida capital de Mene Grande. De los 700 metros de caminerías de madera que conectaban los palafitos, más de 300 han sido arrasados por «mangueras», los tornados que se forman en la época lluviosa.

«Nadie ha venido a ayudarnos, no conocemos al alcalde siquiera», denuncia Henry.

Por lo general, recolectan agua del lago para sus quehaceres porque no reciben agua potable.

«Tenemos días sin agua, estamos cogiendo de la playa para lavar los corotos (platos) y bañarnos», señala con rabia Dinoria Estrada.

(Foto/AFP)

El desempleo acorrala a los pocos que se han quedado, añade la mujer, dependiente de las remesas que le envían familiares que engrosaron la diáspora de 2,7 millones de venezolanos emigrados desde 2015, según cifras de la ONU.

Compara la débil llama de su estufa con la de una «velita». Por eso prepara primero el arroz y luego un pescado desmenuzado para el almuerzo.

Edardo Bracho, partidario del presidente Nicolás Maduro y miembro de un consejo comunal, trabajó hasta hace poco como obrero petrolero. Reconoce que la situación se agravó luego de que salieran de operación diez taladros de perforación en la Costa Oriental del Lago, corazón petrolero de Venezuela.

Dos de esos equipos estaban en San Timoteo, afirma.

«Atraso»

Desde la distancia, una parte de Mene Grande parece una explanada de vegetación quemada, pero se trata de mene, el hidrocarburo que dio nombre al lugar donde un balancín aún sube y baja en el Zumaque I, el pozo que inició la producción comercial en 1914.

Muchos suben al cerro donde está la mole de hierro para tomarse fotos.

«Esto es una reliquia de la humanidad, siendo el primer pozo petrolero tendría que ser una belleza, pero está abandonado así como están todas las instalaciones petroleras», recrimina Freddy Cardoza, agricultor de la zona.

Mene Grande también alberga el llenadero San Lorenzo, que suministra combustible a varios estados. La maleza bordea las instalaciones desde donde salen cisternas con diésel y gasolina, la más barata del mundo.

A pocos metros está una planta petrolera donde varias familias llenan envases con agua que fluye de una tubería que rompieron, desesperados por la escasez. Algunos usan carretillas para trasladar bidones hasta sus casas.

Ingeniero agrónomo de 47 años, José Escalona espera su turno para abastecerse y salvar su pequeña siembra de tomates. Le advierte a sus vecinos que esta agua «solo sirve para bañarse y hacer limpieza».

«En este siglo deberíamos haber solucionado este tipo de problemas», se queja el ingeniero que en el pasado hizo trabajos a destajo para PDVSA, en default por pagos atrasados de deuda.

Hastiado de sufrir los rigores de la crisis, con escasez de alimentos, medicinas e hiperinflación, Escalona piensa que el caudal histórico de petrodólares se despilfarró. «Los recursos se desviaron. Este país no es para que esté así. Es un atraso». AFP

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