Los representantes del Gobierno y la oposición venezolana se verán las caras en México, este fin de semana, en un momento clave: a poco más de un mes de los comicios regionales en lo que se ha confirmado la participación de todos los sectores del espectro político.
En la cuarta ronda de diálogo, mediada por Noruega, los ojos están puestos en el proceso comicial del 21 de noviembre porque su celebración constituye un hito para la oposición, que vuelve al carril electoral, y para el Gobierno, que ha insistido en que la política es la única vía para dirimir los conflictos en el país, sin injerencia externa, reseñó Actualidad RT.
Sin embargo, la experiencia en Venezuela ha demostrado que todo puede cambiar en el último minuto. El retiro intempestivo de la oposición de los diálogos anteriores, las presiones externas de actores hostiles –como EE.UU.,– o las propias fracturas dentro de la derecha local han sido elementos que, en otras oportunidades, han echado abajo los esfuerzos. Por eso, en esta ocasión, el hermetismo es regla.
Los escollos
Como toda negociación, los acuerdos tempranos han sido los menos polémicos para las partes: el primero, sobre la garantía de la protección social de la población (cuyos derechos han sido vulnerados especialmente por la política de sanciones promovida por la oposición); el segundo, sobre los derechos inalienables de Venezuela sobre la Guayana Esequiba; y el tercero, sobre las garantías electorales y la observación internacional en los comicios.
Sobre ese último punto, esta semana saltaron alarmas. Las declaraciones del jefe de la diplomacia europea, Josep Borrell, en las que aseguró que la misión de observación electoral de la UE legitimaría o no los comicios en el país, causaron el rechazo del árbitro venezolano y la reacción del jefe negociador del Gobierno, Jorge Rodríguez: «Si es así, mejor no venga», dijo.