El fogón a leña que Jesús Cova y su esposa Luisa Cortez usaban para preparar sopas los fines de semana con amigos, ahora es lo único que tienen para cocinar debido a la falta de gas doméstico, un mal cada vez más extendido en Venezuela.
Si bien preparar comidas con carbón vegetal o madera era una práctica común en momentos de esparcimiento, la carencia de gas convirtió esta costumbre esporádica en la única alternativa para muchos venezolanos.
«La cocinita lo que está es llena ya de telarañas y de polvo, desde el mes de mayo sin tener gas», dice Cova a la AFP en su pequeña finca en Las Violetas, un caserío ubicado en el estado Sucre (noreste), a unas nueve horas de Caracas por tierra.
«Hasta para hacer un café, tenemos que estar pegados de un fogón», expresó.
La imagen de hombres, mujeres y niños cargando leña en sus hombros o con carretillas se extiende a lo largo de la troncal 9, una autopista que comunica a Caracas con el oriente del país. Las ventas de leña también son comunes al borde de la carretera.
«Gas palito»
Aunque no existen conexiones de gas cercanas a su pequeña finca, en Las Violetas antes se abastecían sin problema con cilindros recargables que adquirían a precios muy bajos.
Cova, un carismático músico de 42 años, que ha liderado protestas que incluyen el bloqueo de vías para exigir soluciones, atribuye parte del problema a la corrupción. «Están bachaqueando (revendiendo) el gas en dólares, la moneda de facto en las transacciones del país», aseguró.
Y entonces solo queda una opción: el «gas palito», como se refiere a la leña con ironía Margarita Bermúdez, habitante de Boca de Caño, una comunidad vecina donde padecen un calvario semejante.
«El humo me asfixia porque sufro de asma», aseguró esta mujer de 55 años de cabello cenizo, que sube el tono cuando describe el sufrimiento que padecen.
«Necesitamos gas para cocinar, porque conforme nosotros le dimos el voto a nuestro presidente (Nicolás Maduro), para ponerlo cómodo a él, así queremos nosotros que nos pongan cómodos (…) nos tienen sufriendo y él está bien allá», clama.
Al «tormento» de meses sin gas se suman otros males que han sumido a Bermúdez y sus tres hermanos, todos mayores que ella, y a su único hijo, de 22 años, en la pobreza extrema.
«La comida tampoco viene, yo he comido sardina asada con lechosa verde sancochada (…) Tampoco tenemos agua, se va la luz, se va el agua, y se va el gas ¿cómo poder estar nosotros? No podemos vivir bien», recrimina.
«Un ecocidio»
A Luisa Cortez, una maestra de 46 años y esposa de Cova, le preocupa además las consecuencias ambientales de la tala.
Sus propios alumnos han llegado a preguntarle por qué ella cocina con leña, contradiciendo sus lecciones sobre la preservación de los ecosistemas.
«Si no tenemos gas tenemos que ir a las montañas a buscar leña y de una u otra forma esto rompe con el equilibrio natural de nuestra flora (…) Las consecuencias ahorita no las vamos a ver, pero en el futuro sí», reflexionó, mientras pone su mirada en un puñado de trozos de madera humeantes que su esposo recolecta en la montaña.
«Estamos cometiendo un ecocidio sin querer», lamenta, al sostener que la «situación» se ha ido «degradando» pues si bien muchos recolectan árboles secos que han caído al suelo, otros los agarran «verdes».
La crisis es evidente en la finca de los Cova, que antes era productiva con cerdos, vacas, ovejas, patos y pavos. «Ahorita solo podemos mantener cuatro chivos», manifestó.
El gobierno del presidente Nicolás Maduro, que atraviesa su séptimo año de recesión, achaca los problemas de abastecimiento de combustible a las sanciones económicas que Estados Unidos le impuso, incluido un embargo petrolero.
«Ahorita todo es el bloqueo», dice Cortez. «Pero antes del bloqueo la situación estaba así. El bloqueo ha afectado, claro, pero no podemos tapar el sol con un dedo».
Cova, resignado, dice que por el momento no queda más opción. «No nos queda otra que rompernos las manos, agarrar el hacha e irnos a la montaña a tumbar leña para tratar de cocinar».
AFP