Nacional
Mujeres de la frontera desafían la adversidad sobre un bici-taxi
12 de junio de 2023
Redacción por Génesis Daniela Prada
Reportería por Astrid Anselmi y Génesis Daniela Prada
Diseño por Paloma LaCruz
Diversos negocios han surgido como respuesta a la cambiante dinámica comercial en las zonas limítrofes entre Colombia y Venezuela, así fue creado Ecológico San Juan Bautista, un servicio de traslados en bici-taxis integrado por 12 trabajadores, entre quienes se encuentran tres mujeres.
El sol alumbra con dureza a la ciudad de Ureña, capital del municipio Pedro María Ureña, donde la empresa ofrece transporte, sea desde la cancha La Plazuela o a pocos metros de la aduana Sub-Alterna, hasta la alcabala colombiana.
Andreina Rodríguez y Reina Rolón laboran de seis a 12 horas, según el día, y durante las jornadas pueden llevar a cabo más de 100 traslados. La bicicleta es su instrumento de trabajo, pero el motor son sus cuerpos.
«Yo me monté en esta cicla (bicicleta) porque necesitaba trabajar y esa necesidad fue la principal motivación para creer en mí misma y en mis capacidades físicas», comenta Andreina, mientras seca el sudor de su rostro y aplica protector solar.
En carros de hierro galvanizado, con ruedas laterales, dos asientos y techo de plástico ocurre el transporte. El equipo de bici-taxis permanece atento al tránsito del lugar, pues comparten la vía con los camiones de carga que circulan por el puente Internacional Francisco de Paula Santander.
Las personas interesadas en cruzar a la ciudad de Cúcuta, en Colombia, a través del puente en cuestión, suelen tomar un bici-taxi. El precio mínimo del servicio son 3mil COP (0,71 centavos de dólar aproximadamente) y depende de los pasajeros, si traen consigo maletas, «reconocer» a las conductoras el traslado del equipaje.
En la ciudad fronteriza del estado Táchira el calor puede alcanzar los 40°C, abrazadas por la intensidad de la temperatura recorren los 600 metros, cerca de ocho cuadras, que separan al punto de abordaje del sitio de destino.
Al bici-taxi pueden subirse máximo cuatro personas y los viajes les toman a las conductoras cinco minutos, aunque el tiempo puede incrementar por el peso cargado en el vehículo o el tráfico, pues deben esperar para avanzar y evitar accidentes.
La exigencia física en esta clase de labor ha causado estragos en la salud de las venezolanas, en particular en su espalda. Dedicarse a este negocio implica dejar cada músculo a la orden de la bicicleta, realizar hasta 10 traslados continuos y descansar pocos minutos para no perder un cliente.
«Mi cintura ha resultado afectada por movilizar el peso de las personas a bordo, más el equipaje, y la fuerza al tomar impulso para dar el pedal», explica Reina. De hecho, sus compañeros deben empujarles para comenzar a moverse y aligerar un poco tal esfuerzo.
Andreina confirma que “este trabajo es duro y cansa bastante. Llega el momento en que debes inyectarte Diclofenac (medicamento desinflamatorio) para seguir pedaleando”.
El manubrio en manos de una mujer
Si bien el negocio de bici-taxis ha pasado factura sobre su bienestar, el ímpetu de Andreina y Reina ante el trabajo no admite quebranto: ambas mujeres son las únicas fuentes de ingresos en sus hogares, por tanto, para las conductoras no es opción abandonar la bicicleta.
La mayor parte de los 26 años de Andreina han transcurrido en San Antonio del Táchira, su ciudad natal, pero tiempo atrás decidió cruzar a Colombia, allí laboró en una lavandería hasta su regreso a Venezuela. La conductora es madre de una pequeña de seis años, y es su tía quien cuida de la niña cuando la venezolana trabaja.
“Mi tía me ayuda a llevar al colegio a mi hija, por ejemplo. Cuando laboro medio tiempo, el resto del día se lo dedico por completo a mi niña; cuando son jornadas enteras, debo llegar a casa y, aunque esté cansada, me encargo de arreglar todo”, explica.
El esposo de Andreina emigró a Estados Unidos, y desde suelo norteamericano envía dinero con regularidad para cubrir las necesidades de la pequeña, así la venezolana puede ahorrar su sueldo como bici-taxi con el propósito de costear su futuro proceso migratorio. Planea salir de Venezuela junto a la niña y reunirse con su pareja.
Por su parte, Reina se retiró del negoció en septiembre de 2022 debido al impacto físico del trabajo, sin embargo, la premura por ganar dinero le llevó a retomar sus labores de bici-taxi.
La ureñense de 29 años ejerce la maternidad en soledad y en su hogar es la única capaz de laborar. Reina vela por su hija y su mamá. La sexagenaria ayuda a la conductora con el cuidado de la niña siempre que puede, no obstante, ciertas tareas, como llevarla a la escuela, corren por cuenta de la venezolana.
“La niña va a clases solo en dos ocasiones porque las actividades escolares ahora solo son dos días a la semana. La abuela no la acompaña porque me da miedo. Cuando el trabajo me lo permite la llevo yo, sino debo pedirle el favor a alguien más”, detalla.
La ausencia de Reina durante algunos meses no solo le permitieron recuperarse, además, instaló una hamburguesería. Pese a su dedicación, el emprendimiento duró poco por la inestabilidad de precios de los insumos y la soledad: debía hacer frente al puesto de comida sin ayuda, mientras su hija y madre exigían su presencia.
“Quiero continuar con la venta de hamburguesas, pero voy poco a poco, mientras lo logro, seguiré en el negocio de los bici-taxi”.
Los trucos de la frontera
Las conductoras celebraron recientemente su primer aniversario en Ecológico San Juan Bautista. Sin embargo, el panorama ha cambiado para la empresa de traslados luego de la reapertura vehicular por las principales vías terrestres que comunican a Colombia y Venezuela.
De acuerdo con Reina, «la demanda del servicio ha disminuido un 50 %» a partir del acceso -en enero de 2023- de vehículos particulares y motocicletas a los puentes Simón Bolívar en San Antonio del Táchira, y Atanacio Girardot (antes Tienditas) ubicado en Ureña, tras siete años de cierre.
Antes de la actual dinámica fronteriza, “podíamos reunir más de 100 mil COP diarios (casi 24 dólares). Ahora no hay monto fijo al que aspirar cada día. Nos concentramos en seguir trabajando y lo que ganemos -poco o mucho- lo agradecemos”, reconoce Andreina.
La competencia existe en ambos lados de la frontera. Venezolanos y colombianos prefieren movilizarse de un territorio a otro en carros o motos, en tanto, si escogen el Francisco de Paula Santander tendrán que hacer el recorrido a pie, partiendo en la alcabala colombiana -donde bajan de los bici-taxis- hasta El Escobal.
“Con la circulación vehicular a través de los puentes internacionales, las personas eligen a los mototaxis que llegan sea a Venezuela o Colombia (para ello deben disponer de distintos documentos de tránsito) por comodidad y eso nos resta clientes”, asegura Reina.
Igualdad en un lugar inesperado
El cuerpo se convierte en bidón de gasolina cuando se trata de manejar un bici-taxi. Además del peso del carro anclado a la bicicleta, conductoras y conductores movilizan en cada traslado más de 150 kilos, y la oportunidad de recobrar fuerzas llega después de cada 10.
Conducir este medio de transporte incluye lidiar -o aguantar- las condiciones climáticas y el comportamiento del tráfico del espacio en el cual se lleva a cabo. Frente a tales exigencias, podría pensarse que es un empleo solo para hombres.
Ecológico San Juan Bautista ha contado con la participación de mujeres desde sus inicios. Las primeras conductoras fueron Karina Duarte, esposa del presidente de la empresa, Juan Carlos Peña, junto a Karina Rodríguez, socia de la compañía. Más tarde les siguieron cuatro mujeres, entre ellas Reina y Andreina.
En sus primeras tentativas por dominar el bici-taxi, algunas se desmallaban o perdían el control del vehículo a causa del calor y el peso, advierte Andreina respecto a la complejidad del trabajo, cuyas jornadas pueden extenderse hasta las 9 p.m.
La prima de la sanantoniense fue el nexo que le permitió conocer la compañía, pues la muchacha es dueña de dos bici-taxis. El ingresó a la empresa ocurrió a través de la hermana de la venezolana, que también fue conductora y, tras su salida del país, Andreina tomó el puesto.
Las conductoras han recibido por parte de los clientes comentarios que cuestionan su aptitud para el trabajo, asegura Juan Carlos. Mientras los pasajeros esperan por el siguiente bici-taxi, “hemos escuchado frases como: ‘cómo se les ocurre a las mujeres dedicarse a esto’ o ‘seguro no pueden hacerlo bien’”.
“No he dudado ni de mi esposa ni de las muchachas. He confiado en sus capacidades y también reconozco su necesidad. Son el principal sustento de sus hogares y ese compromiso es su motivo para echarle pichón a este negocio”.
Andreina afirma que, los demás conductores se han encargado de normalizar la presencia de las mujeres frente al servicio, y el asombro de los clientes en lugar de intimidarla, la nutre de fortaleza. “‘¡Increíble, una mujer pedaleando!’, dicen y eso aumenta mis ganas de demostrar que puedo con esto”.
Las venezolanas han formado con sus colegas un equipo dispuesto a brindarse apoyo y ánimo en las horas difíciles. El compañerismo y la confianza en el trato es evidente. En Ecológico San Juan Bautista se respaldan entre sí aun en las jornadas más intensas o los días flacos.
“Los pasajeros nos aplauden por manejar el bici-taxi, pese a la rudeza del trabajo. Yo no me detengo por nada y no me avergüenza mi oficio. Lo importante es llevar comida a la casa”, concluye Reina.
*Esta historia pertenece a la Red de Mujeres Constructoras de Paz en alianza con Diario La Nación