Opinión

114 años del Ateneo del Táchira

21 de abril de 2021

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Néstor Melani Orozco *


Entre la rosa blanca, el piano describió de amor un siglo. Y sobre los libros, todos los abecedarios de 114 años del Salón de Lecturas, donde la memoria andina estrenó “Brisas del Torbes”, de Eloy Galaviz, y de un claro de luna en el claustro neocolonial, el manifiesto cultural del estado. En los albores de las búsquedas de Luis Felipe Ramón y Rivera…

 19 de abril de 1907

Se abría un camino inspirado en lo notable del pensamiento y de las huellas históricas  devenida quizás del Ateneo Luisiano de La Grita, del credo del “Ecos del Torbes” de Domingo Guzmán y de la poesía, entre los gritos del silencio de la poderosa dictadura de Gómez, cuándo aún se permitieron los recuerdos y de almas el retrato de la Tachiranidad de Rafael Pino, y entre colores del espíritu en su diseño del escudo del estado del Táchira, y “El Derecho Internacional Aéreo” de Emilio Constantino Guerrero se enaltecía en los lenguajes de la jurisprudencia, y Joaquín Díaz González desafiando a los sabios del arte romano para decirles que en el “Juicio Final” de Miguel Ángel, anunciando el surrealismo, estaba oculto el Dante Alighieri, Señor de “La Divina Comedia”.

De los lienzos artísticos de Marcos León Mariño, en el retrato de Samuel Smith de ‘Pepe’ Melani, y entre credos el Ateneo del Táchira edificó su santuario frente a la plaza del mercado, la del Libertador en los encantos sagrados de la verdadera cultura.

Porque en 114 años se han escrito en los valores. Se vieron los retratos de un mundo, entre el discurso y la fuente de un archivo de memorias, cuanto de Eleazar López Contreras o de Alejandro Chataing el arquitecto, de Samuel Darío Maldonado. En las ilusiones de José Antonio Guerrero Lossada, con una imprenta y las memorias de Vargas Vila en “Aura y las Violetas”, cincuenta años atrás en La Ermita. Y junto a Abel Santos, desde el Búho como emblema de la ilustración de Manuel Osorio Velasco, y hasta de la noble presencia del obispo Sanmiguel…

Entre los versos de Manuel Felipe Rugeles, y de “La Mujer de las Manos Cortadas” de Teodoro Gutiérrez Calderón, la lealtad de María Santos Stela para purificar los panes y ver desde la ventana los años…

  Cuando Isaura en invitación, y producto de su enfermedad, envió la carta para que el poeta Romero Garrido la leyera ante los virtuosos de un siglo.

Porque el «Ateneo del Táchira» es el ejemplo de los acordes divinos, del azul de la montaña del Tamá. Y de las meditaciones de Pedro Pablo Paredes, en aquella lección del emérito cronista J. J. Villamizar Molina en el concierto de voces para aguardar el violín donde la noche mostró los emblemas verdaderos del arte tachirense. En la invocación del virtuoso sacerdote Sánchez Espejo. Mientras Rafael María Rosales me invitaba a ilustrarle sus libros y yo hablaba solo, «Buscando a Dios» para escribir mi «Mamatoco» en las horas de la luna…

En el Ateneo del Táchira conocí al poeta Ernesto Román Orozco y bien cada quince días me tenía guardadas las publicaciones del INCIBA. Hoy en la dimensión de ser Premio Nacional. Porque más que colores, allí Gallardo Vega, el chileno amigo de Neruda, invocó una escuela de teatro. Y Arturo Uslar Pietri dijo de la historia muy después de «Lanzas Coloradas», entre la rosa blanca y los delirios de Job Amado. Sobre el diapasón de Alirio Díaz, con la bandera de Ilia Ribas de Pacheco, en el testamento de ser lugar de la academia y permanencia divina de una carta de amor.

Ayer me devolví a los recuerdos del Ateneo, mientras «Las Facetas Literarias de Isaura» se vestían de la voz de Gloria Stolk, y «Los italianos del Táchira» izaron las banderas para mostrar las primeras muestras del cine.  

Y Antonio Lauro hizo del pentagrama la «Guitarra antigua». Para saber, para decir, del clamor de todos los sueños; desde el origen indio de la fuerza de las Lomas del Viento con la Escuela de Ciro Ribas. De la alborada de José Antonio Pulido con el teatro viajero de Orlando Cárdenas, entre los secretos de la poesía de Vallejo cruzando fronteras y la dimensión dramática de Rodolfo Santana, en las invitaciones de Luis José Oropeza y los besos en las hojas de «Zaranda» con Luz Sarmiento invitando la eternidad de Freddy Pereyra. Con los doctos de Pablo Mora desde el azul y de Antonio Mora mostrando las vidas para que volviera en las reminiscencias un día Antonio Quintero García.

En este cenáculo de los símbolos pude saber más de Carlos Cruz Diez. Y me senté a admirar al Moisés de Pedro Mogollón. Entre la Divinidad griega de Belkis Candiales, sus derivaciones rupestres de un dibujo onírico y los colores de Leonel Durán, cuando Juan Ferrer Roig demostraba un ángel guardián para una catedral… con la conjugación de Pedro León Zapata, el tercer caricaturista del mundo, y del continental arquitecto Fruto Vivas, más de un impresionismo de Morelani hacerse pintor como del Sacramento de maestro… y las afinidades a Camille Pizarro.

.Más de Dios en la cátedra elocuente de Luis Hernández, para recordar a Judith Jaimes, y saber que Hugo Baptista, disidente en París y amigo de Jean Paul Sartre, recorrió los Países Bajos con el ruso Wasyly Kandisnky. Cuán Mondrian predicando las vanguardias.

En las Ideas de José Pascual Mora y del mar esmeralda de la montaña; los mil pintores hablando con Morandi. Describiendo la tradición y del filósofo todas las verdades, entre lo esotérico y humano.

Volví porque Édgar Belandria designó mi salón para que Argentavis se vistiera de esperanza y sobre las mantas y en la rosa, Rafael Ulacio Sandoval se quedó perpetuo en el mármol, sobre los credos de Henri Mateus defendiendo a los artistas. Y Jorge Belandria dibujando su mujer del alma. En el viaje violeta de Raúl Sánchez…entre tantos, del mundo, de América, de Venezuela.

Y de vexilarios Luis Armas me mostró la carta de Jesús Soto viviendo de la guitarra en Francia que el violinista le regaló en la travesía del Atlántico.

Y de flamante la bandera de San Cristóbal de Gustavo Gari Altuve.

Cuando de narraciones Omar Contreras Molina guardó la cruz de caballero y de México de Almendaris hasta la idea radial su vocación.

Y de Gustavo Villamizar, quien se fue soñando las apreciaciones.

Entre dibujos de Jairo Osorio y las llamas convertidas en oraciones ardientes…con rostros en lo protestatario y los conceptos barrocos de la forma de  Rafael Sánchez y la metáfora plástica.

En la firmeza única de un dibujo de ‘Pepe’ Camargo. Entre el retorno de Salvador Mountaner desde Buenos Aires…

En los códigos armoniosos de Carlos Tovar, para el cuatro de Carlos Orozco «Carreto» y la igualdad social de Danilo Chacón.

De Freddy Náñez en la Roja Bandera, y dibujar a Norkis Becerra como una maja del color de las virtudes.

 “El Ateneo del Táchira», raíz de San Cristóbal, poseedora de un siglo más catorce nuevos años.

Desde sus presidentes.

Desde sus obreros culturales; de sus poetas.

Donde existirán sus futuras eternidades…

¡En una venidera larga vida!…

__________________

(*) Artista Plástico.

Cronista de La Grita.

Honorario Sociedad Bolivariana de New York.

Premio Internacional de Dibujo “Joan Miro”-1987.  Barcelona. España.

Maestro Honorario.

Doctor en Arte.

Néstor Melani-Orozco (*)

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