Opinión

250 años de Simón Rodriguez

6 de octubre de 2019

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Gustavo Villamizar Durán

La historia formal o convenida, intentó etiquetarlo simplemente como el maestro del Libertador que soportaba las malcriadeces del díscolo huérfano, o la falsa condición de seguidor en América de las tesis pedagógicas naturalistas de Rousseau, o más, como un extraño personaje, trotamundos, aventurero, sin linaje y medio loco, cuyos aportes a la educación y al continente no lograron superar el escándalo de las excentricidades y otras denigrantes calumnias con las que se pretende reducir y enlodar su grandeza.

La trayectoria y el legado de Don Simón trascienden los tiempos en los que vivió. La fortaleza y contundencia de sus planteamientos y propuestas fueron luces que alumbraron y siguen irradiando al continente desde antes de la gesta independista, como sus “Reflexiones acerca de los Defectos que Vician la  Escuela de Primeras Letras de Caracas”, presentadas al Cabildo en mayo de 1794, en pleno esplendor de la colonia en Hispanoamérica, cuando propuso la incorporación de pardos y morenos a la escuela esbozando temprano su tesis de la escuela general, social, así como  la creación de una red de escuelas en cada parroquia caraqueña, abiertas a todos los estratos, con programas unificados, regidas por la municipalidad, señal indiscutible de un esbozo temprano a la instauración  de la tesis del estado docente, ocurrida casi un siglo después.

Al regresar a América, después de 26 años de ausencia, instala en Bogotá la “Casa de Industria Pública”, primer plantel educativo en el que se juntaban en un solo propósito integrador la educación y el trabajo, donde los talleres de su Maestranza se instalaron mucho antes que los iniciados en Italia por Juan Bosco y otros emprendimientos  similares. En esta experiencia no admitió a discentes de la aristocracia poniendo de relieve su perenne solicitud: “Dénseme los muchachos pobres, o dénseme los que los hacendados declaran libres al nacer, o que no pueden enseñar, o que abandonan por rudos. Dénseme los que la Inclusa bota porque ya están grandes, o porque no puede mantenerlos, o porque son hijos ilegítimos”. Este ensayo, como el de Chuquisaca –hoy Sucre- en Bolivia, cuando fue Secretario de Educación del gobierno del Mariscal Sucre, sus intentos en Chile, Perú y Ecuador, hasta el de Túquerres en el sur de Colombia, casi al final de sus días, en el que desarrolló durante más de dos años una escuela básica paralela a una escuela normal, en la que los jóvenes aspirantes a maestros se formaban experimentando con su modelo educativo,  no tuvieron éxito por los exiguos apoyos económicos y sobre todo, porque las piadosas  oligarquías sujetas a los prejuicios y melindres incubados en la colonia, no alcanzaban a entender ni aceptar eso de abrir escuelas públicas sin el tutelaje de la iglesia, o de enseñar las ciencias y virtudes para fortalecer las nuevas repúblicas en vez de los dogmas religiosos  y, menos, la pretensión de educar niños pobres,  huérfanos o abandonados, indígenas o hijos de esclavos libertos, los cuales eran vistos como seres ineducables y, por tanto, discriminados sin remedio.

La propuesta por el maestro Rodríguez era una “educación social”, general, para todos, responsabilidad del estado y obligatoria, conceptos casi inimaginados por los modelos educativos de entonces y los de muchos años después. Era liberadora, sustento de la independencia y el pensamiento libertario. Fue el primero en plantear clara y tajantemente la necesidad de “educar a los pueblos”: “El fundamento del Sistema Republicano está en la opinión del pueblo, y esta no se forma sino instruyéndolo. Todos dicen que sin luces y virtudes no hay República”.  “Ha llegado el momento de enseñar a las gentes a vivir”, exclamaba el maestro. Invocaba la razón, la actitud crítica y sostenía: “Enseñar es hacer comprender; es emplear el entendimiento; no hacer trabajar la memoria”. Fue un ferviente impulsor del desarrollo del pensamiento americano descolonizado frente a Europa y los EEUU. “La América no debe IMITAR servilmente sino ser ORIJINAL”, sentenciaba el maestro. Su influencia provocó, sin duda,  la aparición del movimiento de “Emancipadores mentales”, en el cual se integró la intelectualidad continental en el movimiento positivista de la segunda mitad del siglo XIX y comienzos del XX.

Como si fuera poco, Don Simón Rodríguez, planteó con insistencia:”La América Española pedía dos revoluciones a un tiempo, la Pública y la Económica”. Para la segunda, realizó propuestas para la industrialización y la colonización de los campos con jóvenes nativos, educándolos para hacerlos emprendedores, creadores de colectivos productivos, de cooperación. Para sustentar estos proyectos diseñó la creación de un banco de producción y fomento, figura esta desconocida en la América de entonces.

Su obra debe ser conocida por los pueblos del continente, sobre manera por los jóvenes y más, por quienes aspiren a asumir la muy honrosa tarea de ser educadores. Estas y muchas razones más, deben ser incentivos mayores para celebrar el próximo 28 de octubre el natalicio de Simón Rodríguez – Samuel Robinson-  El Maestro de América.

 

 

 

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