Eduardo Marapacuto *
Respecto al golpe de Estado del 11 de abril del año 2002 se han escrito centenares de artículos y libros publicados, pero veintitrés años después hay tantas cosas de que hablar Y tantas cosas por decir. Hay que contar las verdades y desmontar las narrativas que se construyeron al calor de las celadas, las traiciones, los engaños y las manipulaciones. Tal vez, por ingenuidad política, no entendíamos en su totalidad las reales intenciones de los grupos opositores que, reunidos todos, se confabularon contra el gobierno de Hugo Chávez y contra el pueblo venezolano.
El golpe de Estado no sólo fue contra Hugo Chávez, sino contra la Constitución de la República, contra el Estado y todas sus instituciones, contra el proyecto ideológico y contra el pueblo venezolano. Como dirían, las páginas de dos columnas dejaron ver las grietas por donde se podían visualizar las reales intenciones de esos grupos opositores que, más pronto que tarde, fueron mostrando su rostro y su naturaleza. Comenzaron causando un daño terrible a PDVSA, al paralizar la industria petrolera, luego fueron escalando en el conflicto, creando falsos positivos como el “puente Llaguno”, la renuncia y luego el secuestro de Hugo Chávez. También hay que mencionar a los francotiradores contratados por ellos mismos y que apretaron el gatillo hacia la cabeza de los propios manifestantes opositores. En transmisión en vivo y directo, a través de RCTV y Venevisión, canales golpistas, vimos como caían hombres y mujeres después de recibir un balazo certero en el cráneo.
Ahora bien, desde el mismo momento de su triunfo el 6 de diciembre de 1998 y luego cuando asumió la presidencia en 1999, se generó un fervor popular y a su vez una fuerte oposición hacia el gobierno de Hugo Chávez. La narrativa opositora cuestionaba las políticas de corte socialista, la reforma constitucional y el control del Estado sobre la industria petrolera. Todo eso despertó el rechazo de diversos sectores de la sociedad, incluyendo empresarios, medios de comunicación y parte de la mal llamada clase media. Es decir, los estamentos sustentadores del puntofijismo estaban heridos y actuaban bajo los efectos de la irracionalidad.
Recordemos que en los días previos al 11 de abril, la tensión se había incrementado debido a una huelga general convocada por CTV-Fedecámaras y apoyada por los partidos políticos, los medios de comunicación, la iglesia católica y la embajada norteamericana ubicada en Caracas, en protesta por el despido de los gerentes de PDVSA y por otras políticas implementadas por el gobierno nacional.
Como dirían, a lo largo del tiempo se han ido aclarando las cosas y el chavismo como fuerza revolucionaria se fue consolidando no sólo en lo ideológico, sino también en la acción política, en la acción de gobierno; donde una militancia se fue forjando al calor de las batallas y del legado del 13 de abril; porque fue ese día cuando realmente despertamos, nos fuimos a las calles y rescatamos al comandante Chávez, al líder de este proceso político revolucionario. En ese escenario convulso y marcado por la confusión, nació la unidad cívico militar y hoy, veintitrés años después la vemos consolidada en la unión cívico-militar-policial.
Sabemos de donde venimos, hacia donde vamos y hasta donde queremos llegar. Realmente, como pueblo lo sabemos desde el mismo 19 de abril de 1810, de la firma del Acta de la independencia el 5 de julio de 1811. Con Chávez reafirmamos esa claridad y con Nicolás Maduro seguimos, rumbo a las siete transformaciones (7T). Igualmente, la reciente Declaración de Emergencia Económica, decretada por el presidente Nicolas Maduro, es para reafirmar esa determinación de soberanía y de independencia.
Hoy más que nunca estamos resueltos a defender la Patria y la derecha fascista será eternamente derrotada. Ahora es que hay revolución, ahora es que hay chavismo, ahora es que hay camino para andar y construir.
*Politólogo, MSc. en Ciencias Políticas. MSc. en Seguridad de la Nación.