Opinión

A sotavento no, ¡a barlovento!

22 de enero de 2021

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Antonio José Gómez Gáfaro


Barlovento y sotavento son dos expresiones comunes entre marineros que refieren a la dirección del viento: la primera indica de dónde viene, y la segunda a dónde va. Imagina que estás en un velero, para ser prácticos, y si quieres navegar en él la mejor opción es dejarse llevar por la corriente de aire e ir a sotavento; no hace falta ser marinos para decir que ir a barlovento es un disparate. Muchas de las situaciones comunes y corrientes de nuestro día a día nos sirven de ejemplo para sacar consecuencias prácticas que orienten nuestra conducta como personas, pero claro, no hay que tomarlas tan literales y aplicarlas a cualquier cosa: si estás nervioso en una exposición puedes superar el temor dejándote llevar por lo ameno del tema; pero si estás en un ambiente con problemas morales, la solución nunca es seguir la corriente sino ir en contra de ella, valientemente, y decir la verdad, y claro está, saber decirla. A barlovento.

La vida humana es una de las realidades menos valoradas y estimadas de todas, y es contradictorio, porque parece haber una preocupación general por mejorar el confort, alargar la vida, buscar vacunas, e invertir grandes sumas de dinero en solucionar problemas de salud, pero la vida en sí no tiene mayor relevancia; preocuparse por vender cunas para bebés, y a la vez matar a los niños en el seno materno es un claro ejemplo de esto. Lamento que el mundo esté cada vez más en tinieblas, más apartado de Dios, y que a voz en grito se pida la muerte. Muchas naciones, tristemente, han aprobado el aborto, con o sin restricciones, y el ejemplo más inmediato que tenemos es Argentina, donde toda mujer es libre abortar hasta la semana 14 de gestación; es pegajoso el asunto, porque el Congreso de Chile planea debatir lo mismo en breve.

Son muchos los pensamientos encontrados en esta materia, y cada una de las personas puede argumentar, con mayor o menor elocuencia, su postura a favor o en contra. Guste o no, hay una sola Verdad. Lo que es sagrado para unos, no puede ser despreciable para otros. Una doble realidad de la vida humana es ilógica: vale o no vale, pero no puede ser ambas. He querido apoyarme en esta oportunidad en la carta encíclica “HumanæVitæ” del Papa San Pablo VI, en la que aborda el tema de la regulación de la natalidad y la cual recomiendo leer. Sí, estoy hablando de que hay una sola Verdad, y para defenderla acudo a la moral católica, porque ella es la guardiana de la Verdad revelada por Dios a los hombres; no está sujeta a los siglos, ni al vaivén del sentimentalismo, sino que permanece inmutable: antigua como el Evangelio, y como el Evangelio, siempre nueva.

La sociedad actual tiende a menguar el valor de las cosas por la mayor o menor belleza que posean: un anillo de oro en buen estado, se valora más que uno roto, y aunque ambos son de oro, está esa inclinación a estimar poco lo que poco atrae. Con la vida humana pasa lo mismo, y porque se le ve como una cosa -como un objeto-, es que no representa importancia. Ya no se le ve como el modo de existencia de una persona, con alma y cuerpo, creada a imagen y semejanza de Dios, porque la importancia de la persona humana viene precisamente de ahí, de ser hija de Dios; se le ve como materia que es capaz de pensar y obrar, y nada más.

En una oportunidad conversé con una estudiante universitaria sobre la importancia de la vida humana, y después de argumentar los puntos de vista de cada uno, le pude preguntar con relación a la vida vegetal lo siguiente: ¿entonces piensas que una persona en vida vegetal no importa y es un estorbo? A esta pregunta ella se sorprendió un poco y algo vacilante me respondió que sí lo creía. No sé si ella misma se sorprendió de su respuesta frívola, pero yo sí. Esto me sirvió para ampliar mi concepción sobre la situación actual respecto a este tema, y pude concluir que, en efecto, la sociedad actual le da importanciaes a la “apariencia” de la vida. Mientras más activa y saludable se pueda ver una persona, mientras más “viva” se vea, más importa. Con esto me explico que sea tan fácil para algunas personas apoyar el aborto: se ve al niño inactivo y en formación, y eso hace creer que no es tan importante como una persona de 20 años. No es a partir de la semana 14 cuando una persona se hace persona, no, es desde el primer instante de la concepción cuando se comienza a serlo, porque de lo contrario nunca lo sería: es lógico; y desde ese mismo momento tiene todos los derechos, incluido el derecho a vivir. Hay vida humana desde la concepción.

Hay situaciones muy dolorosas que pueden llevar a una mujer querer abortar: violación, malformación fetal… pero el aborto no es nunca la solución. Matar al niño, sí, matarlo, no quita el problema, al contrario, crea otros. La mujer que aborta se complica la vida emocionalmente. No es solución matar a un niño que viene enfermo para ahorrarle el sufrimiento: se le quita el derecho a vivir, amar, ser amado, y a descubrir en ese sufrimiento lo grande de la vida. Abortar es contratar a un sicario para resolver el problema. Y, por cierto, la anticoncepción no es una solución tampoco.

Un padre de familia debe tomar como criterio, junto a su esposa, tener aquellos hijos que puedan mantener y que Dios les quiera enviar. Debe ser una paternidad responsable. El matrimonio debe estar abierto a la vida porque ese es su fin, y en lo relativo a la transmisión de la vida humana, la autonomía de los esposos está de la mano con la intención creadora de Dios. El acto conyugal, por su íntima estructura, mientras une a los esposos los hace aptos para la generación de nuevas vidas: la anticoncepción atenta contra la sacralidad del acto sexual y lo pervierte. La pareja debe estar siempre abierta a la vida, y si las circunstancias lo dificultan, pueden recurrir a los periodos infecundosno con la idea de evitar una nueva vida, sino espaciar los nacimientos de los hijos. Esto no atenta a la sacralidad matrimonial, mientras que los métodos anticonceptivos sí.

El Estado tiene una responsabilidad capital en este campo. Él debe buscar soluciones que no atenten contra la vida ni la familia, y garantizar calidad de vida para todos; tener la capacidad de atender a aquellos niños descartados por sus hogares de origen y darles una familia como es su derecho. Las familias se deben formar con moral buena y recordar que tienen a Dios delante. El Estado debe ser valiente y oponerse a las mayorías que piden a gritos lo que les hace daño. Esto sí es democracia. Sé valiente, y no tengas miedo de ir a barlovento.

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